jerez íntimo

Giro (copernicano) por un cofrade enfermo

Comoquiera que -a lo bobo, a lo bobo- hemos permutado la quintaesencia de la también función social del orbe cofradiero por un tótum revolútum de pachanga y charanga externa -a ojos vistas (coram populo) del publico defensor de la Semana Santa pero no asiduo al día a día del intríngulis interno de estas gloriosas corporaciones nazarenas, asimismo de los muchísimos e innúmeros enemigos de las cofradías (por lo común cargando a diestro y siniestro la escopeta de los zurriagazos al voleo) y sobre todo de las multitudes ajenas -ni a favor ni a disfavor- que observan de lejos -prestas o insurrectas- el devenir cotidiano de las Hermandades-, y así como tampoco favorece ninguna otra sobreañadida rúbrica a este parte de guerra, aparco de sopetón -por mero conservadurismo proteccionista- cuanto tragicómicamente a mi parecer viene aconteciendo durante los penúltimos -ojalá últimos- meses. Ya sentenció don Juan Delgado Alba -¡correctivo: escríbase el don con letra minúscula si no abre frase!- que las formas era lo único que jamás podían perder las cofradías. Ni por el sumidero del fanatismo cainita ni por el desagüe de todos los antónimos de la fraternidad… Quienes por razones de índole profesional nos movemos en ámbitos no estricta o exclusivamente semanasanteros detectamos -al proviso y al trasluz- cuán bochornoso espectáculo de opereta ofrecemos a bombo y platillo a la ciudadanía (intramuros o allende nuestras fronteras).

Asignatura pendiente catalogada -ya lo advirtió don Rafael Bellido Caro a principios de los años noventa- en el censo de las verdades y las mentiras de las cofradías. Pego por tanto volantazo, pongo pies en polvorosa e imprimo giro copernicano a la piel de este tambor belicoso. ¿Belicista? A mí, a las bravas, sólo me gustan -¡y degusto!- las papas a la ídem. Cambio de tercio. Me pierdo adrede por los Cerros de Úbeda para retomar el sendero del camino hacia Ítaca. Sucedió apenas hace una semana. En la contrita estrechez del tempus fugit tan del uso de los cofrades. En la autografía nómada de quien suscribe. En el boletín privativo de un dietario inconfeso, mas nunca mártir. Acudí a visitar al hermano en el Señor de la Vía-Crucis Pepe Valderas.

Ingresado en el Hospital San Juan Grande por unos achaques que de seguro el doble sentido de (inteligente) humor negro de Pepe enseguida curará con tratamiento de carcajada a mandíbula batiente. Con Pepe no hay avería interna que pueda. Todo será cuestión de echarle gasolina a la maquinaría (según frase diofántica del genial Uberto Piñán Rodríguez, quien gloria haya). Como la enfermedad de Pepe es peccata minuta, me detengo ahora -¡sorpresivo!- en el compañero de habitación de este hermano de túnica blanca.

Allí yace otro cofrade enfermo. De edad más avanzada que Pepe. De pelo cano. De anatomía no menuda pero sí un tanto embebida. Parece al desgaire uno de los siete sabios de Grecia. Parece un escribano de los últimos días de Pompeya. Parece un noventayochista capaz de dictar por trechos los párrafos de su ulterior novela (nunca panfletaria). Perece -¡eso sí, eso es!- un santo en sombras. Un discípulo que es sobresaliente cum laude en los predicamentos del Señor. Un brazo ejecutor -¡y no un arma arrojadiza: aprendan!- de la doctrina de Cristo a través del a veces voluble y maleable submundo de las cofradías. Apagado como la candelería de la Virgen de los Dolores cuando Pepe Torregrosa acababa de montar el paso de palio a finales de la década de los ochenta. Silente como el mar de capirotes negros que aún reza en el interior de San Lucas a escasos minutos de la hora nona de la salida de este cortejo de excepcionales composturas. Prudente como la incansable discreción que derrochaba Pepe Abollo. El compañero de habitación de Pepe susurra su timbre de voz de siempre. Aquel que ejemplarizó durante su doble mandato de Hermano Mayor. La mirada presta, como el ojo avizor del artista capaz de plasmar la esencia de la Semana Santa en múltiples carteles. En efecto: Diego Romero está malito. Y yo hago carrera oficial o carrerón oficioso para entonar oraciones en pro de su pronto restablecimiento. ¿Quién se apunta?

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