Gobierna el odio

TIERRA DE NEDIE

Alberto Núñez Seoane

13 de febrero 2023 - 07:00

De las incontables alternativas con las que cuento para elegir, la más idónea, entre ellas, sobre como definir el odio, sería una atribuida a Plutarco. Creo que muchas de las que se han descrito después, incluyendo la de la R.A.E, tienen sus raíces en aquella.

Plutarco de Queronea fue un filósofo griego nacido, en el año 46 a de C., en la ciudad que va unida al nombre por el que se le conoce. Su obra más relevante, a juicio de los críticos, es 'Vidas paralelas', un tratado sobre “el conflicto entre lo general y lo personal” -como lo calificó Leopold Von Ranke, historiador alemán del siglo XIX-, que atraería la atención, nada menos que de Montaigne, Shakespeare, Quevedo, o Rousseau.

“El odio es la tendencia de aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás”, es, con exactitud, lo que el moralista griego escribió. Si, con todo respeto, modificamos -sólo, claro, en este artículo- el texto original, dejándolo así: “el odio es el deseo de aprovechar todas las ocasiones para perjudicar al otro”, estaremos, en mi opinión, ante una muy precisa enunciación del sentimiento suicida por antonomasia.

Piensen…: alguien, el que odia, y todos -salvo los niños, muy niños- hemos pasado por este horror que persigue el daño del otro buscando un beneficio propio, además de un trágico y terrible error, es una inequívoca muestra de supino egoísmo, a más de inútil, corrosivo y auto destructor.

Quien odia no vive, malvive retorcido entre las espinas del sentimiento que, sin remedio, lo devora. Su presente, atormentado por algo que ya pasó, se pudre corroído por el ansia de mal hacia el odiado, su futuro no existe: quedó a expensas del padecimiento del otro.

Son muchos los dichos que nos advierten sobre la descomposición emocional que implica caer en la sumisión al odio. Desde, por ejemplo, Alphonse Daudet: “El odio es la cólera de los débiles”, a, también por ejemplo, George Bernard Shaw: “El odio es la venganza de un cobarde intimidado”, podemos recorrer, hasta cansarnos, la interminable hemeroteca en la que descansan, para quien desee recordarlos, pensares y opiniones, de personas dignas de tener en consideración, para ayudarnos a huir, lejos y a tiempo, de la ponzoña que se apodera de aquel que odia: “El odio es la demencia del corazón”, escribió Lord Byron.

No hay grados, en el odio; los hay en las personas que lo sufren. Hay quien desea “que se rompa una pierna”, y quien “suspira” por la muerte del odiado.

Lo que si hay, también, es una diferencia, que acaba por ser sustancial, dependiendo de quien o quienes sean los que odian, en los efectos del odio. Si es una persona, será ella y, en función de su capacidad de convertirlo en daño cierto, el otro. Si se trata de un grupo, comunidad, o sociedad la que odia a otro grupo, comunidad o sociedad, el problema se agrava, pues cuándo uno de los integrantes, que ha caído en la animadversión sin límite, “flaquea” en su empeño, tendrá otro al lado que le animará a seguir odiando. Empeora la situación, cuándo es una etnia, nacionalidad, o color de piel, la que odia a otra por el mero hecho de ser “diferente” -ya pueden argüir las “razones” que quieran, nunca serán más que supuestos motivos, vanos e inventados-; la intensidad del cáustico sentimiento alcanzará entonces niveles difíciles de asimilar para una mente sana. La peor de las degradaciones, la degeneración mayor, la distopía más perversa y cruel, acontece si los que odian lo hacen en nombre de una religión o de una ideología; en ese fatídico caso, los desmanes, en intensidad y abyección, transforman, si no lo eran ya, a los que odian en monstruos a los que cuesta identificar como humanos.

No obstante lo dicho, podemos encontrar otra circunstancia capaz de hacer más terrorífico el odio y mucho más desastrosas, inhumanas y fatales sus consecuencias, y no es otra que la que sucede cuándo, bien un grupo, comunidad o sociedad, en número suficiente; parte de una raza, nación, o individuos con el mismo color en su piel, en número suficiente; o fieles a un credo o alineados con una ideología determinada, en número suficiente, también; se instalan en el poder. Entonces, ¡ay...!, entonces, todo aquel que no se someta a lo que los “odiadores” oficiales exigen, estará condenado a la discriminación, la amenaza, el insulto, la agresión e incluso la muerte, y siempre, a la privación de la libertad, sin la que el Hombre no puede ser Hombre.

Y en estas estamos: gobierna el odio. Les he expuestos las premisas, dejo a su libre albedrío llegar a la conclusión que estimen coherente con las mismas.

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