Rocío 2014

Jueves de camino y cuatro décadas de senderos marismeños para Jerez

  • La hermandad celebra, en el segundo día de la ida, cuarenta años de caminos con el Simpecado yendo en carreta, efemérides que se conmemoró con una hermosa evocación de aquellos principios

La mañana despertó con algunas nubes efímeras tras la primera dormida del camino, como gusta llamar a la acampada Felipe Morenés. En los carros, que dan escolta al repujado de plata del Simpecado, y en los restantes vehículos, se desperezaban sus moradores para empezar a mirar de frente al día en el que, teniendo muy cerca Sanlúcar, muy vivas las resacas, se caminó hacia los adentros de la maravillosa armonía de Doñana. Es ese despertar que tiene su propia norma rociera, la de cada mañana, la de cada año, la de la toda la vida cuando se va a afrontar el segundo día. Carros y vehículos ordenados en su desorden, gente acercándose a los grifos de agua de la Marismilla; rostros que delataban la primera noche en cuerpos inadaptados a las acampadas; rocieras maquillando sus rostros -antes muerta que sencilla-; batas, volantes, caballerías relinchando. Trajes cortos y ala ancha en los tocados, una reverencia a la ortodoxia caminante rociera, que en Jerez es signo indeleble de señorío, elegancia y gallardía en el que el hábito necesariamente tiene que hacer al monje para que las apariencias no estropeen el manido estereotipo jerezano. Es parte de ese ritual del camino, que cuando llega mayo -este año en junio- revoluciona la paz y el reposo de Doñana que cambia su eterna calma con sonidos de pasos de animales, ronroneo de motores, toques de tamboril, palmas a compás y sevillanas festeras.

La caravana se dispuso perezosa a afrontar con lenta cadencia seguir hacia la meta. Un tambor anunciaba que la primera misa de la peregrinación va a empezar. Se entonaron toques de pito y tamboril. El retablo marismeño ya estaba dispuesto, los carros flanqueando al Simpecado, al que se unió el de El Puerto de Santa María, detalle habitual del guión del jueves. Las sevillanas y palmas anticipaban la celebración en el improvisado templo de celestes bóvedas y verdes sillares. Monseñor José Mazuelos hizo presente a la Iglesia en estos parajes y volvió a exhortar a los romeros a que caminen buscando esa verdad que puede camuflarse o difuminarse en los entresijos de una fiesta que es inherente a toda romería que se precie de serlo. Y es que el Rocío de Pentecostés es una romería, no es un severo retiro espiritual ni un acto de penitencia. La romería y el camino tiene tantas versiones como aptitudes encontramos entre los que van y vienen por las arenas, compañera fiel e inseparable del camino que en sus grandes dominios aparece para imponerse de manera brutal en el paisaje, en espacios como el cerro del Trigo, ya en las horas postreras de la ruta de la jornada. Ya va quedando menos. Nadie quiere que el tiempo corra. Que todo se eternice.

El jueves de la ida tuvo sus 'actos' de costumbre como el del rincón del peregrino y otro muy especial. La hermandad celebró una efemérides cargada de emotividad, 40 años viniendo el Simpecado en carreta por Doñana. Entonces, un 'cotero' de ley, Luis Bernal, fue el primer carretero. La capilla del palacio de Marismillas revivió ayer aquello recibiendo la carreta y Simpecado. Y en ese mismo lugar la hermandad paró para recordarlo. Muchos recuerdos vinieron al presente. Años de poca gente pero con fe firme. Decenas de rocieros se reunieron en la puerta de la pequeña capilla con el obispo presente. Testigos de todo fueron Felipe Morenés, antiguo morador del palacio, y Álvaro Domecq el que era hermano mayor por entonces. Y Pepe Barrera, el que fue alcalde de carretas, que aún hoy en día a sus 78 años sigue en la brecha con su yegua junto a la carreta de plata. Otros que han sido hermanos mayores, como Juan Manuel Bocarando, junto a otros nombres importantes como Antón Mateos y Raúl Rodríguez como alcaldes de carreta, formaron una improvisada presidencia. Javito con su juventud abrió la pequeña ceremonia con el Toque de Alba con pito y tamboril. El hermano mayor ofreció una reflexión sobre momento que se conmemoraba y el ímpetu de aquellos que iniciaron la hermosa tradición que aún perdura. Felipe Morenés evocó en verso ese hito. Con el canto de la Salve se cerró un entrañable y sencillo acto como tuvo que ser aquel camino y con el compromiso de colocar un azulejo en la capilla evocando las cuatro décadas afortunadamente cumplidas.

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