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Diego vargas. cantaor

"Si Lola hubiese nacido en otro lugar del mundo ya tendría su museo"

  • El artista jerezano, fiel escudero de Lola Flores durante años, rememora vivencias con La Faraona, que mañana cumpliría 90 años. El cantaor se considera “un obrero del arte”

Diego Vargas posa para Diario de Jerez en Casa Quevedo.

Diego Vargas posa para Diario de Jerez en Casa Quevedo. / Miguel Ángel González

Un 21 de enero de 1923, la calle Sol número 45 alumbraba a Dolores Flores Ruiz, ‘Lola Flores’, que mañana cumpliría 90 años.  Para hablar de ella nadie mejor que Diego Vargas, el jerezano que perteneció, como Diego y Enrique Pantoja, Diego Carrasco o Fernando Bulla, a su elenco artístico. El cantaor repasa su amplia trayectoria y recuerda con nostalgia a la que califica como “el baluarte del arte de España”.       

–¿Quién es Diego Vargas?

–Me considero un obrero del arte, porque soy una persona humilde a la que nunca le ha gustado dar la nota. Mi filosofía ha sido esa en la vida, ver, oír y callar, y me ha ido bien. He sido un currante del cante y un cantaor de atrás.  

–¿Y cómo empezó a cantar?

–Con 19 años, fui con María Rosa a Madrid y así empezó todo. A mí me gustaba cantar, pero nunca piensas que tu vida la vas a dedicar al cante. No sé si fueron los focos, los aplausos, pero lo cierto es que poco a poco me fui haciendo cantaor.

–Porque usted lleva el cante en la sangre...

–Bueno, el cante me viene de familia porque mi familia directa son los Sorderas, primos hermanos de mi padre y mi madre.

–Es la primera vez que oigo a alguien sentirse orgulloso de ser cantaor de atrás porque ahora parece que está mal visto...

–Yo estoy orgulloso de serlo, y lo digo a boca llena. He disfrutado mucho y le he cantado a bailaoras que estaban en los cuadros, y que bailaban por soleá, por tangos y por bulerías que no se podía aguantar. Antes era todo compás y sobre todo alegría y yo he aprendido mucho haciendo eso. Para cantar delante hay que tener más cualidades, tener otros dotes, y para cantar atrás igual, no todo el mundo sirve para cantar delante y al revés.

–¿Se considera un cantaor de Jerez diferente?

–Ni mucho menos, soy un cantaor clásico, un cantaor de mi época, lo que pasa es que me he llevado mucho tiempo fuera. He trabajado mucho tiempo en Marbella, en Palma de Mallorca, en tablaos como La Trocha, en la Puerta la Carne de Sevilla, La Venta el Gato y Los Canasteros en Madrid, cuando estaban La Chati y Rafael Agarrado, con Matilde Coral y El Negro, y luego con Lola Flores. También he trabajado mucho en Jerez, en la Discoteca Flamenca de la Plaza Aladro, y con todas las bailaoras y bailaores. He estado con Fernando Belmonte y su Ballet Albarizuela, con Juan Parra, con Angelita Gómez, María del Mar Moreno....

–¿No echaba de menos su tierra?

–Te voy a decir una cosa aunque suene un poquito pedante. Ahora que soy mayor hay veces que Jerez se me hace chiquitito, porque me duele la boca, desde que vengo de Icovesa hasta aquí, de decir hola y adiós (risas). A veces pienso, ¿no podría vivir yo en otro sitio más grande? Para que veas, porque cuando era más joven estaba loquito por descansar y venirme a Jerez para irme a la Vega y tomarme un café mientras me limpiaban los zapatos (risas). Lo que cambiamos...

–¿Por qué ha dejado de cantar?

–Por varios motivos, el principal una operación de cadera. Llevo sin cantar desde hace ocho años. Lo último que hice fue con Pastora Soler. Estuve un año trabajando con ella a través de Luis Sanz, el descubridor de Rocío Durcal y representante de Lola Flores. Yo hacía la parte flamenca y disfruté mucho, porque si Pastora Soler es grande como artista más lo es como persona.  

–¿Y no ha tenido el gusanillo de cantar durante este tiempo?

–Sí que lo he tenido, lo que pasa es que soy un cantaor para bailar de tiempos atrás, y el baile actual ha evolucionado mucho, no digo ni para mejor ni para peor, pero ha evolucionado. Hoy en día para cantarle a una bailaora hay que hacer antes unos cursillos (risas), y después de hacer los cursillos cantas, y yo ya no estoy para eso. 

–Antes el baile era mucho más libre, ¿verdad?

–Claro, antes todo se basaba en el compás, y hoy, sin menospreciar a nadie ni generalizando, veo más gimnasia rítmica que baile. Yo por lo menos no entiendo nada, con lo fácil que es (bracea con su mano derecha) bailar en el sitio levantando los brazos y cogiendo su traje, haciendo las cosas del modo femenino. Pero ahora no, o es que soy yo que las neuronas no me funcionan.

–¿Y en el cante de hoy, ocurre lo mismo?

–En el cante tengo nostalgia grande de los que se fueron. Afortunadamente, todavía quedan algunos que tienen por delante muchos momentos de gloria para darnos, pero los que se fueron se han llevado la flor y nata. Esos cantaores con ese conocimiento del cante, con esa genialidad, con esa pureza... A esos hay que escucharlos. Si no escuchas eso, ¿qué es lo que escuchas? Al que le guste el cante, claro. Escuchar a La Piriñaca, Juan Mojama, Terremoto, con ese metal privilegiado que era un brillante sin tallar, eso da gloria.        

–¿Usted que cree, que el artista nace o se hace?

–Creo que el artista nace y después se hace, si tienes condiciones y te gusta. El artista no sólo es la persona que nace sabiendo cantar, si nos referimos al cante, porque el baile se aprende, pero vamos, se aprende si la bailaora o el bailaor tiene arte y aquello que hay que tener para transmitir. El cantaor puede nacer con el don de cantar pero como no le guste ese mundillo no llegará a ningún lado. Ser artista conlleva muchas cosas, alegrías y satisfacciones, pero también sacrificio porque en mi caso he estado muchas noches sin dormir, y he hecho muchos viajes, eso cuesta. Además, uno debe perfeccionar el cante porque siempre se puede hacer mejor, a excepción de los genios, que son punto y aparte. Eso lo da Dios. 

–Hábleme de Lola. ¿Cómo empezó a trabajar con ella?

–En el año 80 estaba yo trabajando en el Tablao de Ana María de Marbella. Entonces, como a mí me gusta mucho la playa y a Lola y Lolita más que a mí, coincidía todos los días en la playa con Lolita, que tendría 15 o 16 años. Cuando Lola pasaba para el chalet me veía allí con ella y una bailaora llamada La Catiti, que era amiga suya. Un día preguntó por mí y me ofreció irme con ella de gira. Era verano pero como no quería dejar tirada a la dueña del tablao le dije que no. Luego coincidimos en una Feria de Sevilla. Estábamos a gusto y me dijo: ‘Cántame un poquito por soleá que voy a recitar’. Le canté, le gustó y anotó en una servilleta con el lápiz de ojos el número de teléfono de una amiga mía, La Chiva, porque yo no tenía teléfono allí en Sevilla. Yo no eché cuenta, pero al tiempo me llamó y entonces acepté.

–¿Cuánto tiempo estuvo con ella?

–Muchos años, aunque entrando y saliendo, ahora sí, cuando me llamaba para una gira estaba como mínimo un año. Estuve con ella hasta lo último que hizo, el programa ‘El coraje de vivir’, que emitió Antena 3. Ella tenía confianza en mí y me daba libertad para que escogiese a los artistas. Ese programa se quedó sin terminar porque quedaba una última parte que se iba a grabar como si fuese la Feria de Sevilla, pero nunca se hizo. Con decirte que en mi casa tengo guardado el billete de AVE para haberme ido, el mío y el de Tomasito.

–¿Y cómo era Lola?

–Para mí Lola ha sido el baluarte del arte de España y de fuera de España. Genial entre las geniales, única e irrepetible. Eso en el escenario, pero fuera de él era una ciudadana de a pie, muy humilde, y nunca se le olvidó de dónde venía. Le encantaba el café con leche en un vaso y una rebaná de pan con manteca colorá (risas). También el puchero y los garbanzos con acelgas. Nunca fue cursi ni prepotente. La verdad es que a todos los grandes que he conocido gracias a Lola, como Cantinflas o a la familia de Arruza el torero, era gente sencilla. 

–Eso es algo que valora bastante...

–Sí, y eso lo he aprendido de Lola. Ella era una persona normal cuando se bajaba del escenario. Con decirte que más de una vez al salir de trabajar de alguna sala de fiesta, invitaba a los que recogían la basura a un vasito de aguardiente y se ponía a cantar y a bailar con ellos, o les daba dinero. Decía que el dinero era para gastarlo (risas).

–¿Ha sido Jerez agradecido con Lola Flores?

–Creo que Jerez siempre ha respetado a Lola a excepción de una cosa. Quizás ahora no es el momento por la crisis que tenemos encima, pero creo que  si Lola en lugar de nacer en Jerez y criarse en Jerez, porque ella no salió de aquí hasta que tenía 17 años y con esa edad ya se tiene consciencia de lo que es cada uno, nace en Sevilla o en cualquier otro sitio, Lola tiene su casa de museo. Es una pena porque además, Lola tenía locura con la casa en la que nació.  

–¿Qué hacía Lola cuando venía a Jerez?

–Venía muchas veces, aunque la mayoría de incógnita, y eso mucha gente no lo sabe. Lo que más le gustaba era pasear en coche y recordar su infancia, nos podíamos llevar una hora dando vueltas. Me hablaba de cómo era Jerez entonces y de todas las mujeres guapas que había en Jerez. Ella necesitaba estar con la gente de su tierra,  eso era una inyección de vida. Cuando iba al Rocío y escuchaba a María Soleá o cuando coincidía con La Paquera, disfrutaba como nadie. Además, ella lo decía, que el cante y el baile de Jerez era de otro planeta. 

–Supongo que tendrá infinidad de anécdotas con ella, ¿se acuerda de alguna en concreto?

–Recuerdo una vez que veníamos de Benalmádena pero Lola, que al día siguiente recibía un premio, creo que el Giraldillo, de manos de la Duquesa de Alba en Sevilla, se acercó a Jerez para hablar de unos temas de su casa. Paramos en El Cuervo y nos compró a todos una telera, y allá que aparecimos por el Hotel Jerez con la telera bajo el brazo. Después, me dijo: ‘Tengo ganas de estar con mi gente’, y lo que hice fue llevarla a mi casa. Llamé a mi mujer y le dije ‘Vitoria, llama a dos o tres del barrio’. Cuando llegamos al Calvario había gente hasta debajo de la cama, yo no sé cómo el piso no se cayó. La gente estaba loca con ella y se tuvo que asomar por la ventana de la cocina. No veas la que se formó. Otra ocurrió un 2 de enero en Roma. Fuimos a la RAI al programa de Rafaella Carrá y a la vuelta tuvimos que ir a coger el avión a un aeropuerto que estaba a 50 kilómetros por la niebla que había. Ella quería que entrásemos todos en el autobús pero se topó con una azafata que llevaba una chaqueta de cuero como un motorista de la Bultaco y un pelao corto. Nos mandó bajarnos del autobús tres veces hasta que Lola cogió el bolso, se plantó delante y dijo: ‘¿Quién te ha vestío, hija, que pareces la gobernanta de un campo de concentración?’ (risas). Esas eran sus cosas y te tenías que reír.   

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