Matacuras
Opinión
S UELE pasar de vez en cuando, más o menos cada cuatro años, cuando tocan a elecciones generales. Siempre hay algún asesor miope que le dice al candidato que arremeta contra la Iglesia. ¿Por qué lo hace? Pues básicamente porque piensa que queda superprogre, superguay y, además, su ‘jefe’ quedará investido de una especie de aura de niño terrible que gustará mucho a su electorado. Craso error. Y no es ni mucho menos porque haya asuntos debatibles e incluso censurables en el seno de la Iglesia, que bien es cierto que sí; lo que verdaderamente indigna es que todo lo bueno (que es mil veces más destacable) se obvie. Después, todos lo sabemos, no pasará nada. Si hay algo delicado en el mundo de la diplomacia son las relaciones Estado-Estado y la Iglesia lo es. Tampoco sería cuestión que la progresía anticlerical que aplaude hasta a las carcomas de peana acabara poniéndose el delantal para alimentar a tanto pobre de solemnidad que hay en este país por culpa de sus nefastos políticos.
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