VIII Tío Pepe Festival

Noche de jazz abrazado al blues con Diana Krall en Tío Pepe Festival de Jerez

  • La canadiense, con una banda de bajo, batería y guitarra, dejó su impronta, con su voz de siempre y su piano como protagonista

Un momento del concierto de Diana Krall y su banda.

Un momento del concierto de Diana Krall y su banda. / Miguel Ángel Castaño (Jerez)

Un concierto tiene muchos elementos. Todos conocidos. Más al aire libre. En el caso de la noche del pasado viernes en Tío Pepe Festival, el esfuerzo de la organización por traer una diva del jazz, la avidez del público por tenerla cerca y las circunstancias ambientales, eran las propicias. Un concierto de Diana Krall moviliza sobre todo a sus fans, a sus seguidores y a quienes aman la música de jazz y lo que ella significa.

La cantante canadiense hizo acto de presencia como es ella, sobria y elegante, junto a su grupo de músicos, con vestido negro y su melena rubia que la caracteriza. En los primeros sones, para ambientar la llegada quiso dejar su impronta. Seria y sin saludos superficiales hizo del comienzo la mejor definición de su música: ser narcisista de su propia música como cualquier artista que se precie y preguntarse si aún sigue con fuerzas por este tipo de giras para lo que quiso que las notas entremezcladas de una mujer enamorada Like someone in love con su música de compositora y sus eternas preguntas sobre su orientación temporo espacial sobre dónde y cuándo se encontraba ante su público, empezaba a ser el motivo para calentar su voz, queriendo hacer de su Where o When, su tarjeta de visita.

El sonido envolvente causó furor desde el principio y el patio de butacas atisbaba una noche de ensueño cerrando los ojos con la voz rasgada de una contralto única, con el olor de los jardines de Las Copas, el cielo estrellado y una luna que podía hacer pensar en una escenografía creada para poder creer que se hacía presente Central Park de Manhattan, pero en un concierto intimista al sur de Andalucía.

La voz y las muecas de la Krall pronto son reconocibles, y desde la primera canción empieza a presentar a su banda. Una banda que pronto fueron coprotagonistas de la escena, y que convenientemente diseñados empezaron con sus momentos de gloria en base a la genial interpretación de su músico de toda la vida, Anthony Wilson, que era capaz de poner el ritmo y la filigrana entre las cuerdas de varias guitarras; el bajo de Robert Hurts, rítmico y delatante de los sentimientos de un cuarteto creado para ser admirado; y la percusión en forma de batería cosmopolita llena de matices para que las notas estuvieran siempre en su lugar. Y como epicentro, el piano, que Diana Krall domina con sus largos dedos de pianista y utiliza para que el espectáculo tenga en las teclas su director de orquesta sin batuta.

De admirar la perfecta conexión entre los cuatro músicos del escenario, demostrando habilidad y trabajo previo, con miradas cómplices para dar paso al compañero y con la bendita sumisión a su maestra de ceremonias cada vez que inventaba una nota en vibrato y mantenía la respiración. Asistíamos a una expresión elegantísima de jazz internacional, con una puesta en escena sobria, intimista y sin matices. Sin una escenografía grandilocuente ni llamativa, con el fondo de focos en tonos fríos sin estridencias y luz de ambiente para cada miembro de la banda en función de los ambientes creados por cada canción, consiguiendo lo íntimo llevado al extremo para hacer que las notas musicales adquieran su verdadera importancia. Eso, y una voz aterciopelada, rasgada e insinuante que se liberaba cuando su voz se hacía más abierta y cálida.

No imita en ningún momento a las grandes voces de Harlem, ni falta que le hace. Ni siquiera a la de Bruce. Su impronta es la que le ha otorgado tantos premios en su carrera. Ella significa el suburbio del jazz, haciendo de lo mínimo lo más. Quizás ese sea el secreto y esa la adorable justificación de su recorrido impasible por temas de siempre y de su último disco. Lo sabíamos y ahora lo refrendamos en directo. Es un tipo de espectáculo muy personal. Escoge los momentos adecuados para hacer duetos con su bajo, o con sus guitarras acústicas, que a la larga se erigieron en protagonista especial del espectáculo con su amigo Anthony disfrutando.

En ese discurrir se entrelazan trabajos donde predominan melodías de jazz, de su This dream of you, o lo que es lo mismo, los sueños de ti, los sueños que deja en el aire de sus composiciones y que son su alter ego musical y que le sirvió con la propuesta ensoñadora que ha hecho en este concierto de Jerez, sus propios sueños y sus inquietudes en la mente. Sin perder los papeles, con el cierre de ojos para degustarse aún más y con una forma de acariciar las teclas como si de seda estuvieran fabricadas continuó con sus sueños o sus Dreams, estando presente pero, a la vez, elevada en sus ensoñaciones personales.

En todo ese mundo sonoro recreado a las mil maravillas, acercándonos a las dos horas, los vibratos eran suficientes para adormecer los sonidos, de manera que los graves son tan profundos y susurrados como la pasión que tiene entre sus dedos en las teclas que hacen del directo una oda a la armonía bajo un cielo estrellado. Lo del timbre tan resonante llena de notas el escenario para hacer creer en la magia de un tipo de garganta como muy pocas contraltos pueden defender. Los fraseos, como dice alguna de sus poesías, son los vaivenes para usar los silencios y hacer que tras algún que otro sostenido del instrumento musical acaba con los tiempos fuertes para llegar al cenit emocional con las mismas aberturas sonoras que durante el recorrido hacia ellos. La temperatura musical, repleta de melodías mimetizadas, hace el resto. Introduce baladas y slows. Y así, ese tempo, por momentos se queda frío, porque de manera callada y silenciosa va hacia el final del espectáculo.

Ya, a esas alturas, el patio de butacas había comprendido que las directrices las pone Diana, porque su jazz disfrazado de blues es así de terco y, a la vez, hermoso. Puede que también estaba presente una voz cansada de una gira interminable. Puede que se percibiera un ambiente de feedback entre el público poco logrado. Puede que apareciera la timidez de una compositora, de una forma muy personal de dar las gracias, sin palabras en castellano y con algunas bromas anglosajonas. Puede que influyera que los tres años que mencionó como trayectoria de etapa última también fuese importante. Puede que algún guiño al pop, a su admirado Bob Dylan, o al bolero como su versión de Bésame mucho, se echara en falta. Pero así es su directo. Quiso terminar siguiendo la misma línea dando las gracias a la felicidad creada y conseguida con algunas notas en que la Happiness son el canto a la armonía como persona y como cantante.

Con dos bises para terminar. Intimista uno, rítmico y fulgurante el segundo, con toda su banda volviéndose a degustar se despidió de Jerez tal como empezó la noche, con elegancia y sobriedad. Vive en su mundo, vive para su música y así la expresa. El público, respetuoso, así lo entendió. Disfrutó Diana y su cuarteto, disfrutó el público de muchas maneras pero con la extraña sensación de que fue todo demasiado sobrio y elegante. Pero hay que recordar que las normas siempre las pone el artista. Y bastantes emociones ha regalado a tantos y desde siempre.

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