"Paseo por el centro y, en lugar de bodegas, sólo veo cementerios"
José María García Cintado, sindicalista y ex trabajador de Pedro Domecq
Los recuerdos de un hombre 'siempre en la lucha'· "Los sindicatos hicieron también mucho mal a los trabajadores"
Le recordaremos siempre, megáfono en mano, en 1982, en lo más alto de un camión lanzando proclamas durante la huelga más dura que atravesó Domecq. José María García Cintado (Jerez, 1937) proviene de familia muy trabajadora. Su padre lo hizo en Pedro Domecq, mientras su madre buscaba algunas pesetas cosiendo. Con su fuerte voz y potente memoria, García Cintado nos trasladará en el tiempo, hasta aquellos años cuarenta.
-¿Cómo fueron los comienzos?
-Estudié lo mínimo que se daba entonces en las escuelas públicas: que era saber andar por la calle pero nada más, porque si no, 'tú me quitas de aquí...' Eso decían los maestros: 'Yo no puedo enseñar más de lo que me permiten que enseñe'. Empecé a trabajar con 13 ó 12 años, Lo recuerdo con alegría: mis padres me pedían que me quitara las vacaciones del colegio del Arroyo. Entonces los niños estaban muy mal vistos que estuviesen en las calles, en las puertas de los tabancos... Aquel barrio era un barrio alegre, donde existía 'El Estambul', donde se concentraban aquellas mujeres que decían que eran malas pero después estaban muy buenas… y a través de una de mis hermanas, que entonces cosía en la viuda de Tomás García-Figueras y donde había un hombre que se llamaba Juanito Serrano, que su padre era dueño de un bar en la calle Gravina, había un restaurante, 'La Campana', uno de los restaurantes más renombrados de Jerez, porque allí estaba la secretaría del Xerez. Y este Lozano, los tres meses de verano, me atendía, yo trabajaba de niño allí como 'fregancín', que para eso se colocaba a los críos, pero yo era muy joven para estar ahí. Y te puedo decir algo muy gracioso: que, antiguamente, los sifones de medido venían en cajas de madera porque pesaban mucho. Traían un cristal muy grueso y, entonces, eso hacía que el gas que le injertaban no explotara. Bueno, una de las cajas que servían para los seis sifones, me la ponían para que yo pudiera llegar a la pileta y poder fregar los vasos, porque entonces todo se hacía a base de pulmón y mano de obra directa. Recuerdo también con alegría que, durante esos dos o tres meses, engordaba cerca de dos kilos y medios o tres, porque comía allí. Se comía estupendamente. Me quitaban de la calle y mis familias me aislaban un poco del peligro del barrio.
-Y llegó hasta la bodega.
-En el mundo del vino, indirectamente, he estado toda mi vida. Incluso desde que nací. Mi padre trabajaba en Pedro Domecq y cuando me iba todos los días con una de mis hermanas al colegio, al mercado, que es donde había un colegio que llamaban 'El Terrero' y otro que le llamaban 'El Jardín', entonces le llevaba el bocadillo a mi padre. Y ya entraba yo en la bodega, donde estaba 'el Lizaur', un departamento que tenía Domecq y que aún lo tiene, desgraciadamente como una ruina; allí estaba el embotellado del vino. Por cierto, el capataz de aquello era José Santano Hermida, una persona que tenía mucha credibilidad en los trabajadores, aunque en aquella época los trabajadores tenían que ser creíbles, les gustara o no. Ya sabemos de la canina y duquelas que se pasaban entonces. El economato de Pedro Domecq nos quitó muchísima hambre a todos los hijos y trabajadores de la bodega, e incluso a mucha gente de Jerez, por el número de trabajadores, calidad… era el más importante. A él se subía por la cuesta del Espíritu Santo, junto al palacio de Pepe ' Pantera'.
-¿De dónde le vino esa entrega por el sindicalismo?
-En aquellos años no se hablaba de sindicalismo. Ni en el barrio. Quizás, algunas personas a título oculto. Lo que sí es verdad que yo tuve que marcharme a Barcelona con 18 años después de haber estado trabajando en 'El Quinqué', en la calle Santa María 3, que era propiedad de Juan Narbona Cortés, que después puso otro establecimiento en calle Mesones. Ganaba cuatro pesetas en aquel tiempo. Estaba para hacer los mandaos, porque entonces se compraba y había que llevar la compra a las casas de gente pudiente y menos pudiente, pero recuerdo esas canastas de nea hechas que llevábamos a los domicilios. Entonces, había gente que te daba un real, pero mi salario era de cuatro pesetas.
-¿Cómo era aquél sindicalismo?
-Mientras trabajaba en Barcelona, vi que era muy distinto al movimiento sindical de aquí; allí había algo más de libertad, también oculta, pero se notaba. Los movimientos eran importantes en Cataluña o el País Vasco, pero ya en tiempos muy lejanos también hubo aquí brotes del movimiento sindical y a partir del 79 u 80 aquí comienza con el cambio radical que se dio en toda España, y Andalucía no podía ser menos, y empezaron a fortalecerse las reuniones de, digamos, una nueva generación sindicalista. Y es verdad que muchas personas dejaron su sabiduría en aquellos neófitos que llegábamos pero con posibilidad de hacer algo. Se nos entregaron las 'herramientas' en esos tiempos para poder decir algo en las empresas.
-¿Cual fue la experiencia en Domecq?
-Yo entré en Domecq como oficial segundo de embotellado. Hubo un acuerdo con la empresa por el que entraba un hijo al menos si se jubilaba el padre. Ya funcionaba el Montepío de San Ginés de la Jara, que posibilitaba que a los que se jubilaban con edad inferior a los 65 años, disponían de un complemento hasta esa edad. Las jubilaciones llegaban entonces hasta la posibilidad de seguir trabajando. No había edad. El Montepío posibilitaba que hubiera personas que se jubilaran anticipadamente con 60 años. Eso fue muy importante, entraba una savia nueva en la vid y sus empresas y en Domecq por ejemplo, fuimos un número importante.
-¿Y antes de aquello?
-Tras Barcelona hice la mili y trabajé en otras empresas; por ejemplo 'Entrevigados Andaluces', en la calle Zaragoza. Le llamaban 'la fábrica de puntillas'. Era de la familia González, y tenía una nómina importante de clientes porque entonces lo que era el transporte del pescado se hacía en cajas de madera y uno de los materiales para hacer las cajas era la puntilla. Se hacía una cantidad de puntillas bárbara. Trabajé luego en 'La Casera', entonces 'Carbónicas Jerezanas', en la esquina Ponce y Pizarro. Hasta que me llamaron a la bodega, donde he estado 43 años hasta que me he jubilado.
-Ya estaba usted involucrado en el movimiento sindical.
-Yo militaba en la Unión Sindical Obrera (USO). Pertenecí a la comisión negociadora que se formó, incluso sin elecciones sindicales, en el convenio colectivo del año 80, donde una serie de hombres entregados, y puedo mencionar a dos hombres, Pepe Gaitero y Sebastián González, los que me inculcaron los motivos más importantes por su presencia, maneras de hacer, por los cursos clandestinos que se hacían y otras muchas cosas que llegaron a convencerme que yo tenía que estar en ese lugar. Y aún así estuve y ahora todavía continúo como puedes dar tú fe de que estoy entre las paredes de la CGT.
-¿Qué han hecho los sindicatos por el sector?
-Pues muy grandes cosas y muchísimas cosas malas. El desmantelamiento obrero en las empresas a cuenta de las negociaciones durante una temporada muy importante llegó a desmembrar la mano de obra en las bodegas. No se salvó ni la más pequeña, empezando por la bodega Gil y Galán y terminando por Domecq y Osborne, Terry, y qué vamos a decir de Rumasa. De ahí salieron una cantidad de trabajadores que lo habían negociado los sindicatos y posiblemente, fueron algo cómodos negociando esas bajas tan importantes en número y en la economía de la ciudad.
-Un paro de más de sesenta días, más de 400 despidos... ¿Cree que la gran huelga en Domecq fue un éxito, como se decía?
-No todos los sindicatos se alegraron del desenlace. Las palmas las tocaría CCOO y UGT; sin embargo, el sindicato al que yo pertenezco hoy, sin estar dentro de las negociaciones, tuvo un papel importantísimo. El Savid, después de la USO, dio la talla en lo que era una lucha obrera, auténtica, como no se había dado en otra empresa.
-¿Qué reprocha a los sindicatos?
-Los sindicatos han tenido en Jerez parte de culpa de la destrucción de tantísimos puestos de trabajo. Eso ha sido así. Ha habido trabajadores que han sido amenazados para que firmasen la adhesión a los despidos pactados, a las prejubilaciones, a las bajas incentivadas... El único triunfo que yo saqué de toda mi lucha en Pedro Domecq fue el reducirme moralmente mi puesto de trabajo. Era encargado de cuadrillas y, después de la gran huelga de 1982, me pusieron a barrer suelos, a coger hierbas... Y eso no creo que lo hicieran los empresarios por gusto.
-¿Qué más le ha dolido?
-Muchas cosas. Lo que más me dolió del pago que me han dado de mi forma de trabajo, de entender el sindicato y de mi forma de ser fueron los momentos que pasé en mi casa y recibía amenazas de juzgado de guardia. A mí no me importaba; estaba convencido de lo que estaba haciendo y podía soportar, pero mi familia sufrió bastante, sobre todo mi mujer, que fue amenazada en muchas ocasiones. Eso me molestaba: Que a mí no me dieran las primas que tenía el resto, que no se me respetara mi categoría profesional… eso me traía sin cuidado. Yo, con que solamente un trabajador fuese repuesto en su empleo a través de la lucha, me llenaba de satisfacción. Y eso me sigue ocurriendo ahora. No puedo dejar de recordar que era el encargado del depósito del muelle de Pedro Domecq en Cádiz para los embarques a ponerme a barrer y quitar mierda en la bodega. Y eso yo lo hacía con un interés grandísimo, con tal que me dejaran hacer de alguna manera lo que yo, verdaderamente, quería: defender a los trabajadores, porque siempre tenía claro que haciéndolo así, me defendía a mí mismo y, posiblemente, a mis hijos.
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