Presentación de los Reyes Magos

Lea el discurso completo de Willy Pérez, Baltasar

No es el color verde, que arde sobre una alfombra de arena. Esa brillante esmeralda que reconforta mi corazón, no acostumbrado a navegar entre el azul cegador de dos mares. Es el aroma, siempre es el aroma, el que me anuncia que pronto estaré junto a ti. Y es que sólo el olfato, es capaz de recordar todos y cada uno de los 2000 años que llevo haciendo este camino, y es curioso que sea justamente este sentido el que cierre nuestra historia, cuando el perfume de la mirra te acune en el pesebre.

Muchas cosas han cambiado. Ya no arribo al puerto que algún día construyeron Los Balbo, regia familia romana, tampoco sigo ya la Vía Agusta, el camino que algún día nos llevó a Asta Regia y que a duras penas consigo vislumbrar. Aunque Balbaína baja sigue como la recuerdo, envuelta en sus suelos de canela. El Belludo y Santa Matilde, centinelas silenciosos, salen a recibirnos, se erigen sobre un tapiz de caoba y chocolate, es el lustrillo lavado por las aguas hace un tiempo inmemorial, a mi izquierda El Limbo, que quiso escapar de los luvisoles, como una isla de sal rodeada de azúcar donde Cuvillo solía dar agua a nuestros camellos y a nuestro cortejo una copa de sangre y trabajadero.

Voy recordando el camino, al pasar La Tula el suelo se vuelve de hueso, sedimentado antes incluso que el primero de mis viajes. Parecerían saber que algún día llegaría a adorarte, y me regalan una alfombra de nácar que ahora besa los pies de mi montura, los viste de plata, los hace ligeros, tan ligeros que ya no siento el peso del viaje.

Por fin alcanzo las tierras de Jerez, Balbaína Alta, y con ella mi sangre se calienta y fluye ágil, pues ya te siento cerca. Da igual las veces que repita este camino, da igual las veces que te adore, mi corazón siempre se acelera, nervioso, pero también orgulloso, casi como un padre que ve caminar a su hijo por primera vez.

Paso por San Agustín maestro de los sabios, la viña que fuera hogar de Juan Vega. A la derecha Santa Cecilia, patrona de la música, y en la cumbre del cerro de Balbaína, La Esperanza, con sus azulejos de Mensaque, que nos recuerdan que ni una guerra detiene el arte de los hombres.

Esta Oscureciendo. Esta será mi última noche. Llevo días siguiendo a la estrella que hoy corona Jerez, estática, majestuosa, brilla recia sobre ti, iluminando tu cara divina, advirtiéndome que debo renunciar a la costa. No es una tarea fácil, Balbaina es dominio del océano, antes incluso que los Balbo, y yo siento su aroma, queriendo jugar travieso. Abre mi cofre con su rocío e intenta sustraer una pizca de mirra. Introduzco la mano en mi alforja y recorro los surcos tallados de mi ofrenda para tranquilizarme, sigue ahí, la agarro creyendo que puedo retener su perfume, ni siquiera una parte puede quedar atrás, pues sólo te pertenece a ti, lo que llevo en el cofre no es material, es esperanza e ilusión, y esta no pesa, es ligera y me hace volar.

Desde la esperanza nos abrimos paso hasta el camino de Sanlúcar, y recuerdo miles de almas acudiendo a Jerez para cantarte. Era la maquinilla, repleta de panderetas y pestiños, con un traqueteo de vagones que bailaban al ritmo de los villancicos de esta tierra. La felicidad de este recuerdo me asalta fulgurante, tanto, que no soy capaz de retenerla. Ojalá pudiera aserpiar mi corazón, tal y como hacen los hombres en las viñas de Jerez, y así retener toda esta felicidad que llueve en mí, pero no puedo. El peso del viaje se acrecienta con cada paso que doy y siento que mis fuerzas me abandonan, aún queda un hilo de luz amarrado al horizonte, pero mis ojos han decidido cerrarse sin que pueda hacer ya nada, cuando de repente, algo interrumpe mi batalla contra el sueño y me saca súbitamente de la vigilia. Son cientos de cascabeles. Una brizna de luz entra furtiva entre mis párpados y reconozco una estampa que se escondía en mi memoria y ahora se abre paso entre la espesa bruma del tiempo. Un rebaño de ovejas bala feliz rumbo al portal, también quieren verte, parecen nubes de azúcar abrigando a un pastorcillo y nos alegran el corazón. Nos paramos a beber junto a ellas, en uno los pozos donde nunca, en 2000 años, vi el agua agotarse y es que, por fin he llegado a Añina. Siempre como un intermedio entre dos actos, paramo de ánforas, jardín de lentisco que nos lleva a San Julián descansando sobre una loma de cerezo y a la viña de las conchas, que nos contempla casi desde el cielo, recordándonos que este lugar algún día estuvo sumergido.

El Caribe y El Álamo nos escoltan hasta los dominios de Guzmán el bueno, el barroso y sus lomas de turrón. Con el crepúsculo las últimas perdices buscan su cama, vuelan tan bajo, tan pesadas, que son casi imperceptibles, ellas pueden caer en un profundo sueño, pero yo debo seguir, unos pasos más, Baltasar, no has llegado hasta aquí para dudar de tus fuerzas. No paro de repetirme esa frase, unos pasos más Baltasar sólo unos pasos más, me lo repito una y otra vez mientras siento que mi consciencia me abandona, y la noche cae a plomo sobre mi.

Despierta viajero -Escucho voces que me llaman desde algún lugar que lo logro encontrar. - Despierta rey peregrino - Vuelven a llamarmeNo puedo verlas, pero las siento, las siento cálidas en mi corazón. Consigo abrir mis viejos ojos y por fin las veo. Son 48 antorchas que enmarcan nuestro camino como dos serpientes de fuego, y al fondo dos siluetas familiares, a penas imperceptibles, pero yo las conozco bien, llevan siglos cabalgando junto a mí. Recobro las fuerzas y me incorporo torpe pero fuerte, como un potro recién nacido y me fundo en un abrazo con mis milenarios compañeros de viaje.

Gracias niño dios, gracias a ti esta noche vuelvo a caminar entre gigantes. Reímos y lloramos, 2000 años de recuerdos que compartimos solo para verte, para rendirnos ante tu amor, tú me hiciste hermano de estos reyes, y por eso también me hiciste rey. Los tres, formamos una hermandad que se reúne cada añada. Una familia que vive un ciclo perpetuo, como el de la vid, que ahora envidio. Ojalá, ojalá pudiera embotellar esta ilusión. Podría abrir una botella cada día. Construir una bodega para almacenar todos estos años en mi memoria. Un aljibe, para sumergirme en este sueño, del que nunca quiero despertar.

Melchor, viejo amigo, no naciste siendo rey. Hace un tiempo inmemorial tu pueblo combatía las inundaciones sin esperanza, campos yermos, lodo perpetuo. Con sólo 14 años comenzaste tu batalla a la entropía y de ella germinaron canales y acueductos, lustros de trabajo domesticaron la fiereza de las aguas. Peleaste con la vida, pero también amaste cada segundo que te regalaba. Viajaste a rutas exóticas y te diste cuenta de que nada tiene sentido si no lo compartes con los tuyos. Melchor, rey generoso, trajiste tal prosperidad a tu ciudad que te proclamaron rey, y te bautizaron como mago. Cada una de tus palabras me enseñan que los maestros se encuentran cuando menos te lo esperas.

Gaspar, amigo mío, protector de los débiles, dedicado a los enfermos, tú más que nadie luchaste por defender a tu pueblo de la desesperanza. Porque no puede haber más amor y ternura en el que da la vida por los demás ni más magia e ilusión del que no quiere riquezas, tu corazón brilla como el fuego, y alumbra el camino de los que más lo necesitan. Gaspar, amigo mío, sé que, aunque un mal te aqueja tu espíritu es el más fuerte de los tres, nos demuestras cada día, que paso tras paso puede hacerse un camino y nada me hace más digno que compartirlo junto a ti.

Finalmente decidimos enfilar nuestra llegada hasta Jerez y por fin entramos en Macharnudo. Empujados por un suave viento de poniente veremos a El Barco con sus dos palmeras navegar sobre los cerros, y daremos un pequeño giro en La Panameña, para buscar altura. Sólo unos pasos más, y por fin veremos la torre, mi querido Majuelo, ya puedo sentir Jerez iluminándose detrás del cerro del obispo. ¡Unos cuantos pasos más, Melchor, Gaspar! En el cerro nos espera el niño, convertido en hombre, y llamado por ellos El Santo, coronando la ciudad. No hay pérdida, Botaína, San Cayetano, La Riva y Blázquez nos flanquean, erigidas sobre la albariza que tantas vidas vio pasar y que construyó la ciudad que ahora nos espera. El camino está trazado, el sur de Macharnudo es de Valdespino y su pendiente nos empuja suavemente hacia Jerez. Nuestros camellos bajan por la camada, entre liños, y aunque la noche es de blandura no tenemos frio, pues tenemos arrope. No nos perderemos pues una estrella nos guía y la albariza nos alumbra. Y si por azar alguno se despistara, solo habrá que desmontar y buscar un pulgar o una vara, pues todas apuntan a Jerez.

La albariza nos abandona, pero marcará para siempre a nuestras monturas. Ahora pisamos oscura arcilla, de menta y chocolate, que nos lleva a la cañada de la loba y sus marismas, y finalmente desembocamos en el calvario que hoy para nosotros no existe.

Uno a uno vamos entrando en Jerez y los aromas de los vinos cruzan las ventanas para recibirnos, un oloroso repleto de especias orientales que nos recuerdan a nuestros reinos. El aire de la calle mece los esterones y consigo ver la procedencia de este aroma, es la guardia de Jerez, desfilando orgullosa para recibirnos. Los cuento por miles, forman en perfecta alineación, son cachones, andanas y piernas. Al fondo consigo ver un altarcito, tan viejo como esta historia, que comanda al ejército más poderoso del mundo, el único capaz de llenar los corazones de poesía. ¡Unos pasos más, Melchor, Gaspar! ¡Ya escucho a los niños!, nuestro pulso se acelera, marca un compás que ya no es del oriente. Al mirar hacia abajo creo que el cielo ha caído con todas sus estrellas para guiarnos la última parte del camino. Son miles de ojos marcados de por vida, bendecidos por la ilusión, resplandecen con tanta fuerza que su brillo durará una vida. ¡Esta es la noche de fuego, de un ciclo interminable, porque el niño ha nacido y hoy venimos a adorarle!

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