Tío Borrico y Paco Laberinto, dos flamencos centenarios

Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Tío Borrico y Laberinto nacieron en 1910, por lo que este año se cumple el centenario de los dos grandes artistas flamencos jerezanos, ambos del barrio de Santiago y criados en la calle Nueva, donde vivieron. El primero se hizo famoso sin apenas salir de Jerez, mientras que el segundo lo hizo recorriendo el mundo varias veces. Fueron dos flamencos de oro puro de veinticuatro quilates.

Tío Borrico y Paco Laberinto, dos flamencos centenarios
Tío Borrico y Paco Laberinto, dos flamencos centenarios

03 de noviembre 2010 - 01:00

F UERON dos flamencos de oro puro de veinticuatro quilates. De la cosecha de 1910, que no debió ser mala cosecha flamenca. Un año antes, en 1909, nacieron otros monstruos del arte, como Manolo Caracol y Antonio Mairena, cuyos centenarios tanto fueran festejados a bombo y platillo, en toda España. Y tanto Tío Gregorio Manuel Fernández Vargas "Tío Borrico·", como Francisco Ruiz Gómez "Paco Laberinto", para la gloria del arte, igualmente fueron tan grandes como ellos. Cantaor de infinitas jonduras el primero; bailaor de los puros, el segundo. De los dos fue amigo quien esto escribe y con los dos departió, numerosas veces, en apacible tertulia, y pasó con ellos muy buenos momentos de cante y baile, en fiestas íntimas y públicas.

Tío Gregorio Manuel "El Borrico", como alguna vez dijo Manolito Ríos de él, era un "gitano cacho pan" de buena gente y Paco todo un señor, un artista integral, serio y cabal en su baile, como en su vida y en sus cosas. Con ambos coincidimos muchas veces en "La Moderna" de Santiago, para limpiarnos los zapatos con los betuneros que allí paraban, cada fin de semana. Allí tomábamos café y sobre todo, por las tardes, en el desaparecido bar "Los Corales" de la calle Larga, frente a Banesto y al antiguo Cine Maravilla, antes de marchar para la Venta Mari-Bal, Casa Benjamín, La Rosaleda o La Pañoleta, nos encontrábamos El Borrico, Paco y otros flamencos de nuestra tierra, para saborear la última taza de café, charlar un rato y reírnos con sus muchas anécdotas; antes de que se fueran andando, Capuchinos adelante, para buscarse las habichuelas para los suyos. Incluso, algunas tardes, Paco y yo nos íbamos juntos al cine, al que los dos éramos muy aficionados.

Son recuerdos que quiero desmenuzar hoy, aquí y ahora, cuando estos dos viejos y muy queridos amigos todavía andaban por Jerez y se sentaban, cada tarde en la calle Larga, como dos jerezanos más; sin presumir de nada; llevando sobre sí, cada uno, toda la grandeza de su arte. Un arte que sabían repartir, a manos llenas, con talento y sabiduría de expertos maestros, como quien no quiere la cosa; con sencillez y humildad. Con toda naturalidad. Porque lo suyo no era aprendido en ninguna academia, era algo completamente natural; dones que Dios les había dado y ellos administraban con todo el arte del mundo.

Y cuando Tío Borrico cantaba, era la queja sonora de toda una raza, la suya, la que gritaba su pena por soleá, o por seguiriyas. Y si Paco Laberinto ponía en movimiento sus pies y alzaba sus brazos - nunca más allá de la altura de la barbilla y ligeramente arqueados, casi siempre - era para intentar levantar en el aire la catedral en movimiento de su arte. Un arte tan sobrio, como el cante del Tío Gregorio. Gitano éste. Y criado entre gitanos, y emparentado con gitanos, el otro. Un hombre, Paco, que creó escuela y que, tras ganar un primer premio de baile en Córdoba, el año 1965, su nombre quedara como ejemplo para premiar a otros, en el mismo certamen.

Y si rancio, bronco y macho era el cante de Borrico, recio y varonil, era el baile de Paco, siempre bailando "en hombre", sin ninguna clase de aspavientos, ni concesiones a la galería; como pedía otro genio del baile flamenco, llamado Vicente Escudero del que también gocé de su amistad.

Y así, entrelazados, uno con el otro, la memoria de ambos, los cantes de uno y los bailes del otro, que tantas veces disfrutáramos en vivo y en directo, recordamos hoy el centenario de estos dos flamencos jerezanos, nacidos y criados en el barrio de Santiago, para honra y gala del arte flamenco de Jerez.

Laberinto moriría en 1974, todavía joven, a los sesenta y cuatro años de edad, después de haber bailado, en los mejores teatros del mundo, en compañías tan importantes como la de Concha Piquer, Manolo Caracol, Lola Flores, Carmen Amaya y otras, así como en el célebre tablao "Zambra", de Madrid. Tío Borrico viviría más tiempo, ya que murió con setenta y tres años, en 1983. En 1967 nosotros tuvimos el honor de haberle entregado, en la Terraza Tempul, la Copa Jerez de Cante. Y tanto a Paco como a Gregorio los llevamos a actuar a importantes fiestas, en distintas ocasiones. Incluso animamos a Paco a presentarse al concurso de Córdoba que ganó.

A Tío Borrico se le hizo un gran homenaje en Sevilla, por todo lo alto y con las mejores figuras, ya en sus últimos tiempos, y, ahora, se le ha recordado, cuando se cumple su centenario. Pero de Paco Laberinto nadie se ha acordado y merecía la pena que su nombre hubiera ido unido al del que fuera su compañero y amigo, con los que quien esto escribe y cuenta tantas veces se reunió, en la vieja "Fábrica" de la calle de la Justicia, a la salida del "Ayer", algunas madrugadas, cuando ellos regresaban de actuar en las ventas del Parque.

Allí contaban anécdotas y los avatares de la jornada, mientras se tomaban la última copa, con otros compañeros, también vecinos del barrio. Y casi siempre, casi siempre, volvían sin haber cobrado ni un duro, después de haberse llevado horas aguantando a los señoritos, quienes les decían que fueran otro día a cobrar al casino, mientras se dejaban grandes cantidades de dinero con las señoritas de alterne, consumiendo numerosas botellas de marca.

Eran tiempos en los que el flamenco local dependía, casi exclusivamente, de las fiestas privadas de las ventas y alguna que otra celebrada en las principales bodegas, en las que generalmente solían avisar al maestro Sebastián Núñez, eminente guitarrista y persona se acrisolado prestigio, para que se encargara de organizarla, con la seriedad que le caracterizaba, llevando su cuadro flamenco, en el que algunas veces militó Paco Laberinto y no se si también Tío Borrico, al que en sus últimos tiempos vimos acudiendo cada noche a la Cuesta del Palenque, a un ventorrillo flamenco que había allí, creo que propiedad de la célebre María Barea Lobatón, más conocida por Mary-Bal, dueña de la venta de su nombre y de otra, en el camino de la trocha, llamada Casablanca, así como del tablao "Los Flamencos", frente a la fábrica de botellas.

Borrico y Laberinto fueron dos de las últimas grandes y geniales figuras, que pertenecieron a la última edad de oro del flamenco, en Jerez, pues convivieron y alternaron con otros maestros del cante, como Tía Anica la Piriñaca, El Troncho, Sernita, Alonso y Eduardo Méndez, Manolo Jero que cantaba y bailaba como los ángeles, Romerito, Juanage, Fernando Bulla y el gran Terremoto; entre otros inolvidables intérpretes del cante, el baile y la guitarra - como Morales y Fernando de la Rosa - que enriquecieron con su arte el panorama flamenco jerezano de la segunda mitad del pasado siglo.

Vaya para Tío Gregorio Manuel Fernández "El Borrico" y para Paco Laberinto, el laurel merecido a su memoria que, cien años después de su nacimiento, les colocan en la cúspide más alta de los elegidos por los duendes. Dos maestros, verdaderamente inolvidables del mejor arte flamenco que haya dado esta tierra.

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