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Marco de Jerez

Vinos de tierras albarizas

Vinos de pasto.

Vinos de pasto.

¿Saben qué es esto? Es una cordial y espontanea invitación a la reflexión a todos los interlocutores vitivinícolas de esta región trimilenaria. Es alzar la voz para mediar, generar ilusión y trazar un sendero que ya sabemos que conduce a la gloria. Tocar pocas teclas que desafinan y hacer una composición cuasi perfecta. Sin miedo.

Cuando escucho, a menudo, cuando hablo, siempre que puedo o cuando escribo me falta el tiempo, siempre me apetece dialogar sobre este y otros temas que suceden en el Marco, que sigo sin entender que incomoden. Hablemos y mejoremos, progresemos y crezcamos, con criterio por supuesto.

Vamos a decirlo sin rodeos ¿qué pasa en el Marco de Jerez con los llamados vinos de pasto? Por qué se dan tantas vueltas cuando ha quedado demostrado que son vinos excepcionales, que han resurgido -porque ya existían- y mejorado para sumarse a la amplia gama de vinos que tenemos en estos lares y que están dando relevancia a nuestra comarca dondequiera que vayan. Sin alardes, que no nos gustan, hemos catado muchos vinos tranquilos blancos españoles y extranjeros, y lo que manejamos por aquí es excelso. ¿Acaso les he fallado alguna vez con mis apreciaciones?

Dos o tres respuestas y no hay más, se lo aseguro: la primera, el nombre de vino de pasto no gusta a la mayoría del statu quo de la región; la segunda, estos mismos círculos doctos y otras autoridades relevantes solo ven con buenos ojos a determinados elaboradores de estos vinos tranquilos; y la tercera, es que alguno hasta piensa que estos vinos restan mercado a los vinos tradicionales de la zona, como pudiera ser el fino o cualquier generoso.

Podremos estar más o menos de acuerdo con ellas, pero el hecho es que algo habrá que hacer, ¿no? Ampliemos estas ideas.

La primera. El nombre en el fondo debería ser lo menos importante, pero resulta que lo es. Esa referencia a pasto y a vino joven del año -que es lo que siempre fue, aquí y en la Rioja, por ejemplo- no termina de gustar a los que tienen peso en esta comarca y en este sector. Resulta que en España tenemos vinos rancios, vinos de pueblo, de aldea, que tampoco es que sean fantásticos los nombres, ¿no? Caramba, que en Francia tienen vinos de paja, y a qué precio… Aun así les compro el argumento. Ahora bien. ¿No podemos llegar a un consenso para encontrar un nombre del agrado de todos? ¿Tan difícil es? ¿Es esa la cuestión? Pongámonos a ello. A pensar y no a criticar, que ya sé que cuesta más lo primero que lo segundo. Trabajemos en ello, que a la región y su crecimiento le viene muy bien darles cabida. Y ustedes lo saben.

La segunda. Al statu quo vinícola de la región le gusta y reconoce la calidad de algunos de los elaboradores de estos vinos de pasto. ¿De cuántos? La respuesta, muy pocos. No se cuentan ni con una mano. Es un punto de partida y yo como consumidor tengo que darles la razón. No me gustan algunos vinos de pasto. Como tampoco me gustan algunos finos o manzanillas. Ahora bien, para controlar la calidad y ciertos parámetros tenemos corporaciones públicas que se encargan de ello. Pues a trabajar, ¿no? Esto no puede ser un obstáculo. Si tenemos a dos o tres elaboradores que son de su agrado, vamos con ellos. A por todas. Se puede hacer y ustedes lo saben. Hacen unos vinos magníficos que se beben en los mejores restaurantes y bares de vinos de New York, Sídney o Berlín. Los hemos bebido y disfrutado juntos ¿se acuerdan?

La tercera. En alguna mesa he escuchado que estos nuevos vinos, que no lo son, les restan cuota a algunos vinos tradicionales de la región. Aquí sí que tengo que decir que no estoy de acuerdo. Como madrileño afincado en esta maravillosa tierra desde hace quince años, he compartido con mis amigos un sinfín de botellas del Marco, y no se olviden que no son fáciles para el consumidor arriba de Despeñaperros. Les gustan los finos, las manzanillas, los vinos de pasto y empiezan a entender los generosos. Ni suma ni resta. Una pregunta. ¿Cuántos de ustedes se comen un pescado el domingo con un vino de por aquí? Nada desearía más que la sala estuviera llena de manos alzadas.

La resta de la cuota está en las mesas sanluqueñas, jerezanas y gaditanas que se comen con frecuencia un bocinegro con un verdejo o un albariño. Que, oigan, eso está muy bien, pero prediquen con el ejemplo y no echen balones fuera. En nuestros almuerzos lo habitual debe ser la manzanilla y el fino. Y acompañen sus guisos con generosos y déjense de tintos.

El futuro de todos los vinos del Marco no está en los restaurantes con estrellas rutilantes ni en los maridajes. No. Ese paso ya se ha dado y con un acierto indiscutible. Mas esto quizá es asunto de otro tratado que diría el gran Plutarco.

Recordemos a Federico de Mendizábal cuando nos habla de la evolución sensata, cuando aparecen talentos llenos de resplandor natural y profundo estudio, que crean sobre lo anterior y “han conservado la armadura del edificio, con ellos no ha desparecido, ni lo han intentado nada hermoso ni nada esencial”. Estas tres circunstancias no pueden parar la evolución de una región como la nuestra, con una tradición vitivinícola como ninguna en el mundo. Me leen bien, ¿no? Ninguna en el mundo. Ya quisieran en Francia.

Siendo esto ansí, que diría Don Quijote, tengan claro que los elaboradores de vinos tranquilos no buscan su reconocimiento por necesidad comercial. Tienen su mercado y les va muy bien. Y otra cosa más importante, la mayoría de ellos o por lo menos los mejor considerados, saben hacer vinos tradicionales del Marco, y sí, unos finos, amontillados o manzanillas de primer nivel. Esta también en su tierra y la llevan en sus vinos por todo el mundo.

No nos rasguemos las vestiduras. Cuenten conmigo. Con nosotros.

Un abrazo enorme. Escribí esto mientras tomaba una copa de palo cortado. Que conste.

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