Jerez

El legado andalusí en Jerez, rumbo a la Capitalidad Europea de la Cultura 2031

Vistas de Jerez desde una de las torres del Alcázar.

Vistas de Jerez desde una de las torres del Alcázar. / Miguel Ángel González (Jerez)

Jerez, como ente urbano, y mientras las investigaciones arqueológicas o de otra índole no demuestren lo contrario, remonta sus orígenes a época andalusí. De aquellos momentos, uno de los más esplendorosos que ha vivido la ciudad a lo largo de su historia, contamos con un rico patrimonio arqueológico, arquitectónico y monumental, artístico y cultural que, con la venia, es más que suficiente para ser tenido en cuenta a la hora de glosar los merecimientos de Jerez como Capital Europea de la Cultura 2031.

Y es que todo suma: nuestro museo arqueológico y las salas con materiales islámicos procedentes del casco histórico, en especial los recuperados en las excavaciones de la actual Plaza Belén y el cercano yacimiento de Mesas de Asta; el Alcázar, que conserva en su interior restos arqueológicos andalusíes visitables; las murallas, fechadas con seguridad entre los siglos XI y XIII, aunque hay referencias documentales sobre ellas de época califal, y que uno puede contemplar dando un agradable paseo o adentrándose en muchos comercios del centro; los claustros de Santo Domingo, con el muro almenado y el poderoso arco de herradura localizado en una de las galerías del claustro de procesiones; y todo esto sin descartar que, cualquier día, alguna de nuestras iglesias o edificios y calles intramuros sigan deparándonos alguna que otra sorpresa, como los restos de la mezquita aljama aparecidos no hace mucho en la Casa del Deán de la plaza de la Encarnación.

El otro legado, menos tangible, que la ciudad andalusí de Jerez nos ha dejado, es el intelectual. La ciudad vivió varios momentos de esplendor que se iniciaron en el siglo X. De aquellos años conocemos el nombre de algunos de los intelectuales y expertos en ciencias religiosas que poblaron la medina, como el secretario Abd Allah b. Muhammad b. Ahmad b. Abi Awsaya; el celebrado maestro, muftí y experto en "cuestiones del derecho", Abu Razin; el prestigioso gramático y poeta, Mundir b. Umar b. Abd al-Aziz; o al jatib Sulayman b. Muhammad b. Sulayman, nombrado director de la oración en la mezquita aljama jerezana por el propio califa al-Hakam II.

Tiempo después, la importancia política y económica que la ciudad llegó a alcanzar entre inicios del XII y las primeras décadas del XIII, hasta su conquista cristiana, produjo también su máximo esplendor cultural. Los sabios jerezanos, en su mayoría aristócratas y notables que, junto a su ocupación erudita, ostentaban cargos religiosos y jurídicos de responsabilidad en la ciudad, acudían, al igual que otros ulemas de su tiempo, a aprender, perfeccionar su formación e, incluso, enseñar, a los lugares de referencia de la época, es decir, Córdoba, Sevilla, Málaga o Granada, sin olvidar las peregrinaciones en busca de conocimiento a Oriente.

Es el caso de Ibn Lubbal, Ibn Zarqun o Ibn Azhar, convertidos pronto en prestigiosos maestros en la propia Jerez, a la que elevaron a centro de obligada visita para muchos sabios de al-Andalus y, en menor medida, del resto del islam, que acudían a nuestra ciudad para aprender. El poder, asimismo, promovió y se impregnó de ese ambiente ilustrado, pues el reyezuelo de la última taifa de Jerez (1231-1261), el visir y poeta Abu Umar Ibn Abi Jalid, llegó a rodearse de una corte literaria que tuvo como invitados a poetas de la talla del sevillano Ibn Sahl al-Isra’ili, entre otros.

Los jerezanos más conocidos de aquellos años fueron el gramático Ibn Abd al-Mu’min, del que este año se cumple el VIII aniversario de su muerte, muy conocido por su excelente comentario a las Macamas de al-Hariri de Basora; el médico y poeta Ibn Rifa’a; el cadí Ibn Shakil, o el visir y también vate Ibn Giyat quienes, a su vez, y junto a otros muchos sabios conciudadanos suyos, continuaron la labor de instruir a nuevos discípulos de la misma Jerez y de otras partes de al-Andalus y el islam. No olvidemos que, aún en la actualidad, el mencionado comentario de las Macamas de Ibn Abd al-Mu’min, o los realizados a la casida en ra’ del sufí jerezano Abu l-Abbas Ahmad Taj al-Din, reivindicado por la erudición marroquí como suyo, se siguen estudiando en las universidades del mundo árabe.

Una vez que la ciudad pasó a manos castellanas en 1267, su herencia continuó manteniéndose en el rico y original mudéjar jerezano, creación propia de nuestros paisanos de entre los siglos XIV y XV, o en la fisonomía urbana de ciertos sectores de nuestro maltratado casco antiguo, la otrora medina almohade que se mantiene en pie, casi íntegramente, a pesar de la reordenación que supuso el auge de la industria bodeguera en el siglo XVIII, las alineaciones decimonónicas de calles, o las barbaridades cometidas en la centuria pasada por la especulación urbanística, la piqueta y la ignorancia.

Teniendo en cuenta todo lo expuesto, resultaría chocante que nuestros responsables políticos olvidaran un patrimonio tan valioso, nacido en la época que vio nacer a nuestra ciudad, para optar a la candidatura como Capital Europea de la Cultura 2031. No lo olvide usted tampoco, querido lector, y reflexione sobre ello cuando pasee por la ciudad intramuros saboreando, por qué no, unas deliciosas almojábanas de queso y miel, tan populares en la Jerez del siglo XII.

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