El cerebro que florece

Educación noviembre 2025 | Psicología

El impulso de crecer se propaga.
El impulso de crecer se propaga. / Fille FRISÉE
Marina Ramos Rivelott
- mramos_rivelott@hotmail.com

11 de noviembre 2025 - 04:19

Somos fruto de la curiosidad. Así lo demostró Rita Levi-Montalcini, una neuróloga italiana que, en plena Segunda Guerra Mundial, instaló un laboratorio en su dormitorio para seguir investigando. Su empeño la llevó a descubrir el factor de crecimiento nervioso, una sustancia que indica a las células cuándo deben crecer, multiplicarse o detenerse. A seguir creciendo en la dirección adecuada. En 1952 recibiría el Premio Nobel por haber revelado uno de los secretos más íntimos del desarrollo cerebral.

Quizá el alma funcione igual. Quizá cada pensamiento sea un pequeño impulso químico que invita a expandirnos o a detenernos.

Maxwell Maltz lo intuyó en su Psico-Cibernética: el cerebro no distingue entre lo real y lo imaginado, sino entre lo que se alimenta y lo que se abandona. Cuando nos atrevemos a soñar con quién sentimos que podemos ser, el cerebro interpreta esa imagen como una promesa cumplida. Activa sus hilos invisibles, reorganiza rutas neuronales y comienza a guiarnos -como si el futuro ya nos perteneciera- hacia aquello que hemos osado imaginar.

La científica Ana Ibáñez suele decir que la vida se abre cuando uno se atreve a soñar sin pedir permiso. Que no hay mapas previos, solo brújulas interiores. Y que el sueño, cuando se sostiene con fe, termina por contagiar al cuerpo la certeza de que ya está preparado para ese cambio.

Entonces sucede algo semejante a lo que descubrió Rita: el impulso de crecer se propaga. Lo invisible se organiza. Las conexiones despiertan.

Rita decía que la mente nunca deja de crecer si se la estimula con propósito. Y ese propósito nace cuando dejamos de pensarnos desde la carencia y comenzamos a soñarnos desde la posibilidad.

Los hilos del crecimiento son invisibles, pero se sienten: en la mirada que confía, en la palabra que enciende, en el instante en que comprendemos que el cambio no empieza fuera, sino dentro, donde una célula, una idea o un deseo deciden seguir viviendo.

Soñar, entonces, no es escapar: es dar al cerebro la orden más sabia y antigua que existe.

Crecer.

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