Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

La cuna del rejoneo

  • En el siglo XVI, hasta una docena de rejoneadores jerezanos se reunían, en un mismo día, en la plaza del Arenal para torear a caballo, con aquella destreza que era asombro de propios y extraños

Desde tiempo inmemorial, Jerez ha sido considerada la cuna del toreo, tanto a caballo como a pie. Aunque este último se dispute su origen con Cádiz. Pero el toreo a caballo, el rejoneo, es cosa casi segura que tuvo su nacimiento en esta tierra de magníficos corceles y diestros toreadores, tanto con lanza como con rejón. Y aquí se escribieron sabios tratados del toreo a caballo, para instrucción de caballeros, como el que escribiera en el siglo XVIII, Juan Núñez de Villavicencio, hijo del también gran rejoneador Diego Tiburcio de Villavicencio, tras la experiencia de muchos años, para que sirviera de "advertencia" a sus hijos Rodrigo y Diego, que seguirían las enseñanzas de su progenitor, quien viviera multitud de lances toreando en las más renombradas plazas, especialmente en la del Arenal de Jerez y en la plaza mayor de la capital del reino de las Españas.

Ya Jerez, contaba con las sabias reglas para el ejercicio de la brida y la jineta que habían compuesto tanto don Bruno José de Morla y Melgarejo, como don Pedro de Zurita y Auñón; tratados que servirían para las grandes fiestas de vueltas y escaramuzas que se solían celebrar en nuestra plaza del Arenal, donde parece que nacieran tanto el toreo a caballo, como el de a pie. El primero, ejercido por los caballeros de la nobleza, y el segundo por los matarifes del matadero allí ubicado, por aquellas calendas.

Decía un historiador que "torear por antonomasia se entiende con los rejones, porque es el más bizarro y generoso modo de torear". Incluso se hablaba de que las espuelas mejores para torear eran las que, ya hace siglos, se estilaban en Jerez, que eran de asta. Espuelas que "tienen algo larga la puntilla de atrás y allana a manera de chapa con dos ventanas y un pilarito en medio, del tamaño que es menester, para que entre la correa; y en lo alto una conchita para que se afirme mejor, cuando se derriban".

Era tal la afición que los caballeros de la nobleza jerezana tenían al toreo de rejones, que se dice que "con frecuencia se encontraban en la plaza de Jerez más de una docena de toreadores a caballo, lo que daba motivo a muy curiosas suertes y apretados lances"; como el que le ocurrió a don Lorenzo de Villavicencio Marqués de Valhermoso, que "al dar la primera cuchillada se le apartó el caballo y salió corriendo desbocadamente".

Los Villavicencio se puede decir que fueron de los primeros rejoneadores que torearon, a partir del siglo XVII; y de dicha familia descendía el caballero en plaza contemporáneo, don Alvaro Domecq y Díez. Pero antes que los rejoneadores, torearon los alanceadores, que usaban lanzas, en vez del clásico rejón que todos conocemos y que aún no se había inventado.

Don Francisco de Estupiñán, de la noble familia de los Estupiñán - o Estopiñán - fue uno de los caballeros alanceadores, más antiguos, de que se tiene noticia, en la historia del toreo ecuestre jerezano; sabiéndose con toda certeza que tomó parte en los juegos de toros y cañas, ofrecidos en la plaza del Arenal por el cabildo de la ciudad, en honor de don Juan de Austria, con motivo de la onomástica de éste, el 24 de junio de 1568.

Del mismo siglo XVI es don Pero - Pedro - Ponce de León, hijo del marqués de Zahara, al que elogian en sus obras sobre caballos y caballeros, escritores clásicos como Gonzalo Argote de Molina, Luis de Bañuelos, Gonzalo Fernández de Oviedo y Luis Zapa. Existiendo otro caballero rejoneador jerezano, en el siglo XVII, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, pero sí el seudónimo que utilizaba en las plazas, y que el tratadista Conde de las Navas, en su libro "El espectáculo más nacional", cita como "El Toreador". Como igualmente cita, dicho autor, a doña Brianda de Pavón y a la esposa del Toreador, perteneciente a la casa de Guzmán. Ambas señoras puede decirse que fueron las primeras rejoneadoras, en la historia nacional del toreo.

A doña Brianda la cita también el historiador José Daza, de la que dice que mató de un rejón un toro "muy guapo", desde el estribo de su coche de caballos, en la plaza del Arenal. A este respecto, otro afamado historiador taurino, Luis Toro Buiza, director que fuera de la revista sevillana "Archivo Hispalense", nos dice en dicha publicación, editada en 1945, que "no debió tener doña Brianda un carácter sosegado ni dado a una conformidad apacible, ya que buscaba al enemigo a quien enfrentarse, hasta en su propio hogar, que compartió tres veces, quizás muy dulcemente, en tres matrimonios sucesivos. Fue madre, en fruto de su primer matrimonio, de doña María Spinola, que casó con don Lorenzo Fernández de Villavicencio, Marqués de Valhermoso, que entre otras altas dignidades tuvo la de ser Asistente de Sevilla, en el primer tercio del XVIII".Lo que quiere decir que gozaba de las mismas atribuciones de un Corregidor.

Otros antiguos caballeros, en la lidia a la jineta, nos los cita el poeta jerezano Juan Spínola y Torres, en un rarísimo libro del siglo XVII, en la descripción que hace de los grandes festejos, en honor de don Juan de Austria, celebrados, como dijimos anteriormente, el 24 de junio de 1568.

Los nombres de estos caballeros rejoneadores del siglo XVI, que cita Spínola, son los de Francisco de Mendoza y Avila, Pedro de Barahona, Lorenzo Jerónimo Perea, Iñigo de Vargas Carrizosa, Cristóbal de Mendoza, Francisco Ponce de León, apodado "El Cid", Pedro de Valera "que del rejoneo fuera maestro", Diego de Villavicencio y Zuazo, sus hermanos Nuño y Fernando Cristóbal López de Morla, José de Morla Melgarejo, Agustín Mesía y Agustín de Villavicencio; además de Diego Ignacio de Zurita y Villavicencio, séptimo marqués de Campo Real, quien toreaba a caballo en la segunda mitad del siglo XVIII y del que se dice que llegó a escribir un libro de caballería, hoy difícil de encontrar.

5Y ya en el siglo XIX tenemos, entre otros, a Lorenzo Fernández de Villavicencio, tercer Duque de San Lorenzo, alcaide del Real Alcázar quien, además de rejonear, "sobresalió en la lidia de a pie", según el también historiador y afamado crítico taurino jerezano, Vicente Fernández de Bobadilla, que hiciera célebre en las columnas del diario "Ayer" el seudónimo de "Don Naide".

Ya en los siglos XX y XXI Jerez ha seguido siendo famosa por la proliferación de sus toreros de a caballo, entre ellos los de la saga de los Domecq. Y finalizamos diciendo que el toreo a caballo de la escuela jerezana, se distinguió siempre - según los expertos - por ejecutarse con el caballo prevenido, o armado de los pies y atravesado; buscando al toro cara a cara, aunque por distintas líneas, con el caballo perfilado y muy sosegado, apagado y detenido. Por todo ello y, sobre todo, por sus muchos y buenos lidiadores a caballo, Jerez puede considerarse como la autentica cuna del rejoneo.

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