Jerez

El fandango

En el primero de tres buenos fandangos, José Mercé canta: “Que naide es más grande que naide, por muy grande que se sea... ¡Que te puedes resbalar! Y el chiquetito l´ayuda al grande pa poderse levantar”. En el flamenco los fandangos, que antaño fueron considerados como ‘cantes chicos’, se convierten en cante grande dependiendo de quién los cante. Manolo Caracol hizo grande a los fandangos.

Tere y Manolo, buenos aficionados al cante, cuando coincidimos en los Viernes Flamencos, nos miramos riéndonos, cuando un cantaor inicia un fandango que habla de mujeres malas, de niños huérfanos, de manicomios, de madres muertas. El público se levanta, aplaude a rabiar, alienta al cantaor con un “ooole” multitudinario y al unísono. Es el momento de la catarsis, en la que el espectador se identifica con la letra del fandango que llega a la profundidad de las personas.

Con el fandango de José Mercé, me pasa lo mismo. Lo escucho una y otra vez y me reafirmo en que nadie es más grande que nadie. No es igualitarismo, porque cada personas y su circunstancia nos hacen diferentes, pero lo mismo que “no hay enemigo pequeño”, es verdad que no hay amigo pequeño. Somos iguales ante la justicia, si tienes dinero para un buen abogado, o un amigo buen abogado. Somos iguales en el nacer de madre, pero algunos nacen pobres, y no es cuestión de buena o mala suerte, sino de acumulación de capital por sus progenitores. Seremos aún menos iguales si recortan las becas y la enseñanza.

Somos iguales ante Dios, pero las prostitutas y los publicanos precederán en la entrada al Reino de los Cielos a los beatos litúrgicos. 

La persona más pequeña nos puede ayudar en un resbalón de la vida, y no por ser pequeña, sin importancia aparente, merece ser ninguneada. Somos pequeños ante la infinitud universal. Pasa con los partidos políticos pequeños, que los grandes partidos no los tienen en cuenta y a lo mejor tienen más verdad que los grandes. Observo los trajes de los banqueros, de los políticos, hechos a medida, con unas hombreras perfectas, con unas camisas modélicas, unas corbatas a juego, sobre todo en las comunidades de Madrid, Valencia, Andalucía. Observo los trajes litúrgicos de los obispos y cardenales, tan pomposos, que sin ellos no tendrían, ni aparentarían, ‘autóritas’ de ningún tipo. Todos ellos necesitan tener unos buenos pasadores, gemelos, en los puños de la camisa, como los que le ponen actualmente a alguna imagen de Jesús en las procesiones de Semana Santa.

Nadie es más grande que nadie. La autoridad se reconoce por la sabiduría y hacer el bien. Lo otro es autoritarismo, que se ejerce por la violencia.

Otro de los fandangos de Mercé dice: “Criticando a los demás, por qué la gente tonta se divierte, criticando a los demás. Y yo no critico a naide, ni lo pienso criticar. Porque yo... vivo a mi aire”. ¡Oooleee!

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