La inconmensurable Málaga artística (I)
Diario de las artes
LA semana pasada comentamos la esquiva realidad por la que pasa actualmente el CACMÁLAGA, en estos momentos con casi inactividad, con la exposiciones prácticamente terminadas, las puertas cerradas y las piezas descolgadas a la espera de un futuro tan esclarecedor como el que ha venido teniendo en estos casi veinticinco años. En la capital de la Costa del Sol, no obstante, continúan las exposiciones en los otros magníficos espacios museísticos de la ciudad con el criterio de suma artisticidad que siempre han mostrado y que ha servido para que, artísticamente, Málaga sea reconocida en todo el territorio español y, si se me permite, en muchísimas ocasiones, el trabajo que se viene realizando, hasta envidiado.
Museo Picasso: MARÍA BLANCHARD. La mujer referente del cubismo
Cuando María Blanchard -Santander 1881, el mismo año en el que vino al mundo Pablo Ruiz Picasso- la mujer artista, como en casi todos los órdenes de la vida, tenía muy poca consideración social; es más, las creadoras no eran nada más que una pura anécdota extravagante en un mundo donde lo masculino era la bandera de una existencia que pasaba por una única valoración, ajena por completo a la realidad de las mujeres. Tenían que pasar muchos años para que lo femenino y sus circunstancias tuvieran en mismo interés que el de los hombres. El arte era patrimonio de éstos y cualquier incursión no era nada más que una osadía con escasa ‘conciencia’ de aventureras atrevidas.
Como miembro de una familia acomodada, a María Blanchard no le fue difícil realizar el sueño máximo de todo artista de aquel momento: viajar a París para instalarse en el que era centro neurálgico del arte mundial. Antes, se había preparado en los medios artísticos de la capital de España, con los argumentos de una pintura, todavía, sumida en los planteamientos de un arte decimonónico donde todo pasaba por unas fórmulas resabiadas ajenas a cualquier tipo de evolución formal y estética. La inquietud de la, todavía, María Gutiérrez Cueto – el apellido Blanchard. segundo de su madre, lo adoptaría una vez instalada en París- pasaba por unos estamentos ajenos a los que acontecía en España. Allí, en la ciudad del Sena, se encontró con una modernidad artística que pasaba por la asunción de las primeras vanguardias y con los artistas que las hicieron posibles, entre ellos, el todopoderoso Picasso y sus personalísimos planteamientos en torno al cubismo y sus amplios desenlaces. De aquel estricto argumentario academicista del Madrid ultramontano a los escenarios de amplias perspectivas que se daban en el primer cubismo, con Picasso y Juan Gris como máximos exponentes.
La exposición en el museo malagueño nos pone en la mejor sintonía de la obra de una artista adelantada a su tiempo; cubista de primerísima categoría; con obra que no era, un mucho menos, pobre ante las grandes de los prebostes abanderados de la nueva estética. No hay nada más que seguir la muestra y contemplar una realidad pictórica que asume lo mejor del buen y gran cubismo. Una obra para apreciar con intensidad que María Blanchard no es una realizadora cualquiera. Se trata de una poderosa creadora, de gran lucidez que plantea una pintura que es poderosa cuando ha de serlo, al tiempo que encierra justos valores de una sensibilidad apabullante. Junto al gran despliegue de la Blanchard cubista, la muestra encierra piezas que nos muestra la realidad figurativa de una artista preocupada por los problemas de una sociedad que, entonces – como en todas las épocas- dejaba entrever demasiados desajustes.
Muy buena exposición, serena, sensata y lúcidamente comisariada por José Lebrero Stals – al frente del Picasso malagueño ya fue responsable de varias exposiciones de mujeres artistas: Louise Bourgeois, Hima af Klint, Sophie Taeuber-Arp, La mujeres artistas y el Surrealismo y Paula Rego. La muestra nos conduce por los estamentos de una pintora total que amplió los postulados del cubismo y terminó su vida -murió en París en 1931- formulando una nueva figuración de extensísimas connotaciones.
Centro Pompidou: CARLOS CRUZ-DIEZ. Ese particular cromatismo cinético
El arte óptico cinético apareció en escena en los primero años de la década de los cincuenta de la anterior centuria. Se trataba de elevar a una máxima categoría artística las sensaciones visuales producidas por el movimiento; movimiento conseguido no sólo desde obras móviles –Alexander
Calder- o impulsadas por pequeños motores – Jean Tinguely-, sino piezas estáticas que por su naturaleza crean la sensación inestable de movilidad. Pocos años más tarde, en 1955, tuvo lugar la exposición Le Mouvement, El Movimiento, en la galería Denise René de París donde aparecen los artistas más significativos de aquel arte en movimiento: Victor Vasarely, principalmente, que junto a Marcel Duchamp, Alexander Calder, José-Rafel Soto, Agam y otros, dan consistencia a una realidad artística difícil pero tremendamente atractiva por su sentido físico y su emocionante visualización.
Carlos Cruz-Díez había nacido en la capital venezolana en 1923. Estudió Bellas Artes, dedicándose, sobre todo, al diseño y a la ilustración. Viajó por Europa para regresar a Caracas y dirigir la Escuela de Bellas Artes. En París tuvo la oportunidad de ver la exposición Le Mouvement, lo que marcaría un punto de inflexión en su obra. Su máxima preocupación óptica la desarrolló desde las marcas cromáticas, desde un color que sería fundamental en el resto de su vida artística. Concede máxima potestad a lo cromático y crea unas superficies que al cambiar los ángulos de visión alteran por completo la realidad visual. Utiliza materiales industriales, como el plexiglás. que permiten abrir las perspectivas físicas y conceder abiertas potestades perceptivas.
Tiras plásticas de distintas mediadas colgadas desde el techo, superficies estancas definidas por espacios coloristas que dentro de ellos se puede interactuar creando infinitas posiciones de visión cambiante, llenan los bellos espacios del Pompidou malagueño. Son las ‘Fisicromías’, piezas que varían en función de las posición del espectador, de la intensidad de la luz y la fuerza inherente de los colores.
La exposición en el Centro Pompidou Málaga nos sirve para encontrarnos con un maestro del Op art; un artista desconocido para el gran público pero que, con su obra, te atrapa y te cambian los esquemas que se tiene del arte habitual. Una muestra que enamora y te hacer valorar la inmensidad de esa otra expresión artística a la que, casi nunca, se llega.
Estas dos exposiciones nos siguen argumentando que Málaga es la ciudad soñada para el arte contemporáneo y el destino obligatorio de todo buen aficionado. Hay muchas más que ocuparán estos espacios periodísticos próximamente.
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