Muere Álvaro Domecq | Un innovador que hizo grande al toreo ecuestre a base de talento, valor y corazón

Álvaro Domecq Romero, en la plaza de toros de El Puerto.
Álvaro Domecq Romero, en la plaza de toros de El Puerto. / Fito Carreto
Francisco Orgambides

18 de noviembre 2025 - 11:39

Con el fallecimiento de Álvaro Domecq Romero, Jerez, el toreo y sobre todo la esencia de la ciudad pierden un gran creador porque, este caballista que ante todo brilló como caballero rejoneador y ganadero, abordó otras muchas disciplinas, con la ciudad de los milagros al fondo, como el vino.

Nacido en Jerez de la Frontera, en la casa familiar que hoy es el hotel Casa Palacio María Luisa, el 8 de abril de 1940, era hijo del inolvidable Álvaro Domecq Díez y de María Josefa Romero. El caballo fue su compañero de juegos dada la afición de su padre y que su madre pertenecía a una rica familia de labradores jerezanos, criadores de caballos. El apellido paterno es sinónimo de tradición vinatera en la ciudad. Nieto de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio y de María Díez y Gutiérrez, sus bisabuelos paternos fueron Pedro Domecq Loustau, propietario de Domecq, y Carmen Núñez de Villavicencio y Olaguer Feliú, marquesa de Domecq d'Usquain, y el bodeguero Salvador Díez y Pérez de Muñoz y su mujer Carmen Gutiérrez y O'Neale.

Enraizado en ese árbol y con su padre como rejoneador y ganadero, desde muy niño se subió al caballo y anduvo en el campo entre ganado bravo, con gran talento para la garrocha y el rejón. Álvarito se sentaba en las rodillas de figuras históricas como Manolete o Belmonte, íntimos amigos de su padre, en una casa que frecuentaban muchos toreros en activo o retirados, como Bernardo Muñoz “Carnicerito”, que sería suegro de otro torero de su edad y talento a quien apreciaba y admiraba y por quien hizo mucho: Rafael de Paula.

Con esa carga histórica y vivencias y casi 16 años, el 26 de febrero de 1956, debutó Domecq Romero en público con el rejón en un festival celebrado en la plaza de Tarifa. Pero no fue hasta 1959 cuando emprendió una descomunal carrera artística en los ruedos que arrancó en Ronda, en la feria de aquel año y en la que pondría al rejoneo en la cima.

En 1960, su primera temporada completa, sumó importantes actuaciones en las plazas de Barcelona o El Puerto de Santa María para comenzar una brillante trayectoria en que siempre busco la innovación desde el primer momento. Rejoneando con audacia, valor y corazón. Por ejemplo toreando reses en puntas en la temporada de 1962. Fue el año de su debut en Las Ventas, en la Corrida de la Beneficencia, prueba del cartel que había alcanzado. El hijo de “Don Álvaro” estaba dando mucho que hablar.

Un cartel que llegó a la otra orilla del toreo, debutando en la México el 28 de diciembre de 1963 y sorprendiendo al público para convertirse en un ídolo de aquella afición. No sería el único logro internacional pues también triunfo en el país del arte ecuestre, nada menos que en la plaza lisboeta de Campo Pequenho, coso que rindió en 1966. Tras triunfar en plazas de primera como Sevilla, Madrid, Barcelona o Zaragoza, se retira en 1968 y 1969.

Reaparece en Colombia y Venezuela. En 1970 y 1971 cuaja dos temporadas colosales, en primera figura, sumando en 1971 una cifra de actuaciones inalcanzable, reservada a leyendas del toreo: 111 festejos, la última encerrándose en Jerez con siete toros. Cuando hace dos años Jerez le dedicó un azulejo en su plaza de toros evocaba emocionado aquella hazaña.

No era solamente un triunfo numérico. Domecq Romero colocaba al rejoneo en primera categoría en todo el planeta del toro y lo que era una especialidad que compartía actuación con tres espadas abriendo plaza se convirtió en un espectáculo autónomo de cuatro rejoneadores con seis astados, dos de ellos lidiados en collera. Formó con los hermanos Peralta y el cavaleiro portugués Lupi “Los jinetes de la apoteosis”. Dejó atrás aquel número del caballito que aburría a Díaz Cañabate, en la cima del escalafón, por número de actuaciones hasta 1977, superando a no pocas figuras de la lidia a pie, en España y América. Eso sí, no acusó los no pocos percances y cornadas que había sufrido. En 1978 llegó la coronación como primera figura histórica en plaza saliendo por la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla.

Su trayectoria en los años 80 también fue más que impecable, entre los ruedos españoles, de Francia y Portugal y americanos. Su atuendo, llevando el oro bordado a la guayabera, era además de otra de sus innovaciones, toda una reivindicación de la autoridad magistral del torero a caballo que se había ganado en la arena. Y en la suerte suprema, con esa estocada a caballo en el non plus ultra del embroque, suerte casi imposible, Domecq demostraba que siempre se podía dar un pasito más de vértigo en la cara del toro.

Asombraba como competía un torero con 20 años de carrera en aquellos años ochenta hasta que en 1985 y tras 20 años en activo se retiró en su plaza de Jerez el 12 de octubre como único espada en un festejo inolvidable en el que no faltaron sus compañero y nada menos que su padre, con la promesa y luego esplendorosa realidad de su sobrino, Luis Domecq Domecq, simbolizando todo un tránsito dinástico en el trono de la silla campera.

No perdimos al rejoneador con esa retirada. La afición de aquella colosal figura, Alvarito para todos, no le hizo bajar nunca del caballo y estaba preparado para ayudar en la causa de los festivales, como hizo su padre, o actuaciones especiales con sus sobrinos o en plazas como Ronda Barcelona, o en 1992 para dar la alternativa a otra figura del toreo a caballo, su sobrino Antonio, o la confirmación de alternativa de sus sobrinos poco después en San Isidro.

Pero el toreo seguía contando con Álvaro Domecq como criador de toros de lidia. Con su padre, en Los Alburejos, había creado un toro que hoy define un encaste, desde la belleza, aunando bravura y nobleza, sin perder “carbón”. Con los toros criados en aquella finca de Medina Sidonia a la sombra de la atalaya de Torrestrella, fue también figura en el palco ganadero. También fue innovador en la crianza del toro junto a su padre: las más modernas técnicas veterinarias en la ganadería eran utilizadas e impulsadas por los ganaderos.

Hombre inquieto y con visión, fue de los primeros en mirar más allá del toro, con la lidia como base, para extender económica y creativamente el sector productivo taurino: con Álvaro Domecq se estrenó un campeonato mundial de natación con un espectáculo de lidia incruenta en Las Ventas; Abrió su finca campera en otra innovación al turismo de congresos e incentivos; trajo la plaza de tientas cubierta; creó sensacionales espectáculos para la inauguración de las Ferias Internacionales del Toro en Sevilla y abrió el campo bravo en Torrestrella para los turistas de los cruceros y la Costa del Sol con “A campo abierto”, mucho más que un espectáculo. Hasta proponía el debate de una corrida de toros en la que en vez de un picador saliera un rejoneador a poner un rejón, en lugar de un puyazo. Una prueba anecdótica de la forma de ser de un hombre que se le ocurría lo que a nadie: cuando en el coche repasaba los toros en un cerrado y quería atraer la atención de alguno ponía el volumen de la radio al máximo.

El ruedo no fue un recinto para su imaginación, talento y trayectoria, que van más allá de las plazas de toros, pues hay mucho más en el mundo del caballo, del vino o Jerez sobre Álvaro Domecq Romero. Pero reduciéndonos a su carrera en los ruedos, Álvaro Domecq Romero fue una figura histórica del toreo ecuestre. Para comprender el rejoneo actual, tanto como arte y como espectáculo, hay que hablar necesariamente de un torero con mucho valor y corazón que nos deja un gran legado.

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