El jerez y el amor

ANÉCDOTAS DEL JEREZ. 'CUPIDO Y JEREZ SIEMPRE SE LLEVAN BIEN'

Si dinero llama a dinero, aquí en Jerez deberíamos decir que el vino llama al vino. Los besos de los enamorados son distintos según el jerez

Juan P. Simo

19 de mayo 2013 - 13:05

Vino y amor es un maridaje histórico. Y andan tan cogidos por la cintura que ambos se complementan. Eurípides, el griego, no dudó en corearlo: “Donde no hay vino, no hay amor”. Dionisos era dios de la embriaguez divina y el amor más encendido, nos dice Meritxell Falgueras. ‘Sus más famosas conquistas son la mortal Ariadna y la diosa del amor profano, Afrodita-Venus’. Y los ‘Octavos’, juegos originarios de la Grecia Magna, eran ritos erótico-dionisíacos que consistían en beber tantas copas de vino como letras formadas por el nombre de la amada.

Y Ovidio, que se las sabía todas, aconseja en el ‘Ars Amandi’ “trazar con una gota de vino sobre la mesa dulce emblemas de amor’. Después de todo, decía José de las Cuevas, si amor es Roma al revés, y Jerez es la Roma de los vinos, natural que se lleven los dos a las mil maravillas. Esta historia del erotismo del vino prosiguió durante siglos. El vino acerca a la mujer y al hombre. Dijo alguien que ‘el amor es como el vino y, como el vino también, a unos reconforta y a otros destroza’. Fijaos en nuestros antepasados, y más cercanos, vaya, todos ellos ligados al jerez: ¿Cuántos matrimonios vinateros ha unido el vino? Por eso, si dinero llama a dinero, aquí deberíamos decir que el vino llama al vino. O ambas cosas a la vez.

Pensemos por un momento en la familia vinatera más numerosa, la de los Domecq y sus cinco originarias ramas familiares: los Domecq Rivero, los Domecq de la Riva, los Soto Domecq, los Domecq González y los Domecq Díez. Y la enorme multiplicación por vía marital que ha llegado hasta nuestros días. Uno se pierde. Julian Jeffs decía sobre las familias bodegueras jerezanas que todo el mundo estaba emparentado, “por lo que el árbol genealógico de Jerez se parecería a un laberinto si alguien tuviese la perseverancia de intentar solucionarlo”.

William Fifield parece intentarlo en su libro ‘The Sherry Royalty’ cuando publica un conato de árbol familiar de los Domecq y los González pero a medida que avanza todo es más complicado y se pierden algunas ramas. Pero en un recuento de matrimonios encontramos interesantes combinaciones conyugales: Domecq/González, Domecq/Fernández de Bobadilla, Domecq/Williams, Rivero/González, Terry/Osborne, Hidalgo /Otaolaurruchi, Osborne/Vergara, González/Gordon o Sandeman/Valdespino, entre otros muchos. Estas alianzas familiares ampliaban el marco de los negocios y consolidaban una elite de poder. Jerez es así: Hay una perfecta continuidad de intereses a pesar del cambio del nombre del negocio, y la gente aparece de pronto en los lugares más insospechados.

Bien. Hay historias de amor algo conocidas: ¿Recordáis a los Gilbeys que se convirtieron al catolicismo al casarse con dos jerezanas de apellido vinatero? William Crosbie Gilbey casó con Margarita Petra Gordon y su hermano Newman Gilbey, ambos hijos de Alfred Gilbey, lo hizo con María Victorina Ysasi. O el caso de la inglesa Francisca Misa Busheroy, hija del respetado Manuel Misa Bertemati, uno de los hombres más ricos de Europa, que casó con un pariente suyo, el jerezano Manuel José de Bertemati, otro de los miles de casos de endogamia. Veamos algo más reciente: Alvarito y Fabiola Domecq Romero están casados con dos primos, además hermanos, Maribel y Luis Fernando Domecq Ibarra. Fermín Bohórquez y Ramón Mora-Figueroa Domecq, el Iaccoca de Jerez, ambos afamados agricultores, cortejaron sin éxito a las hermanas Blanca y Mercedes Domecq Zurita. Luego, Fermín casó con ‘la Domecq más guapa de Jerez’, Mercedes Domecq Ibarra, hermana de su cuñado y dieciocho años más joven que él. María de las Mercedes (Queenie) Gilbey Gordon estuvo casada con Ricardo González Gordon, que mantenían parentesco con los Romero Valdespino, los Guerrero o los López de Carrizosa. Y otro ejemplo: Gabriel González Gordon lo hizo con Hilda Gilbey Gordon. Un auténtico puzzle. Y así podríamos seguir y seguir sin adivinar un final.

La viña ha sido testigo de grandes amores: “¿Ves aquellas lomas en la distancia? Hasta allí llega al oeste mi viña. ¿Y ves aquél montículo en la lejana? Hasta allí llega el linde norte de esta viña’. ‘...Y aquella arboleda hacia el este, ¿hasta allí llega también ‘nuestra viña’?. - ‘Sí, hasta allí llega ‘nuestra viña’, le contestó besándole la mano a la novia’.

Para las visitantes inglesas, no había nada tan excitante como los fuertes brazos perlados de gotas de sudor del tonelero en el batidero, cuando las llamas le hacían brillar el rostro semitiznado. “Los besos de los enamorados saben distintos según el jerez que beba: los besos de fino, a almendras. Los besos de amontillado, a nueces. Los besos de oloroso a avellanas de los toros. Y los besos de vino dulce a pasas...”

Las tenemos también de desamor: La del famoso esteta victoriano John Ruskin, hijo del sagaz agente de ventas John James Ruskin, que ayudó a levantar su imperio al primer Domecq que pisó Jerez, Pedro Domecq Lembeye. John se enamoró perdidamente de Adele-Clotilde, una de las cinco hijas de Pedro Domecq y Diana de Lancaster, a la que abrumaba con sus poemas, p e ro ella no le correspondió.

Tenemos de todo. Cayetano del Pino comercializó durante mucho tiempo el fino ‘Amoroso’; lo propio hizo la bodega del Maestro Sierra, con otra marca de igual nombre. Y muchas más que existen. ¿Queréis algo más inaudito? Antonio Mariscal Domínguez, que regentaba las bodegas de ‘Gran Mariscal’, trató de comercializar una manzanilla ‘de pelea’ para las fiestas de los pueblos de la costa levantina. Aparecía en la etiqueta una pareja de enamorados en una comprometida pose. Le llamó Manzanilla ‘El 69’, que logró poner en la calle pese a la ‘censura’ inicial del Consejo Regulador, cuyos rectores se echaban las manos a la cabeza.

Y, en fin, ¿no es el propio vino una historia de amor entre el hombre y la tierra? ‘El vino de Jerez te enamora al conocerlo’, repite siempre Maribel Estévez. Algo parecido al de ‘el vino de Jerez ya no lo deja quien lo prueba una vez’. Y en la bodega, el venenciador, el capataz o el bodeguero tratan a la bota de fino como si fuera una mujer: la contempla, la toca, quita la corcha, introduce la venencia, rompe el velo de flor, lo cata...

Y menos mal, nos decía con fina gracia Manuel María González, el querido ‘Tío Manolo’, lo habilidísima que estuvo Eva en no tentar a Adán con la uva y sí con la manzana; de lo contrario, ¡aviados estaríamos!

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