EL REBUSCO

Un jerez a vuela pluma

  • Nuestros vinos y los escritores españoles.

  • Panorámica de entresiglos.

Aún está por hacer un estudio en profundidad que analice la presencia de los vinos del Marco del jerez en la literatura española, más concretamente entre los siglos XIX y XX. Nos resulta desconcertante que a la fecha de hoy no se haya planteado esta investigación por parte de los especialistas, y creemos que de llevarse a cabo sus resultados podrían deparar grandes sorpresas.

Ya se han hecho algunos avances con los trabajos publicados por el que esto suscribe en la novelística de autores como Pérez Galdós, Pío Baroja, Armando Palacio Valdés o Blasco Ibáñez.

Aquí y ahora, para poner broche a esta sección titulada ‘El rebusco’, y que hemos mantenido durante casi tres años, daremos unas breves notas de otros relevantes escritores españoles de ese periodo que en sus novelas reflejaron la gran aceptación de los vinos de la zona por parte de la sociedad del momento.

De la manzanilla al jerez

Si en el relato corto de ‘Las escenas andaluzas’ (1847), ‘La feria de Mayrena’, el malagueño Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), refrenda la aceptación manzanillera de Sevilla cuando escribe “Los vinos extranjeros ceden allí al famoso y barato manzanilla”, otro famoso escritor costumbrista, Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), que había viajado por Inglaterra una década antes, se decanta por el jerez en su cuento ‘El cesante’, incluido en sus ‘Escenas matritenses’ (1842), un vino indicado para la tranquilidad del animo de Homobono Quevedo.

Y será nuestro autor romántico por antonomasia, el sevillano Gustavo Adolfo Becquer (1836-1870), quien también se decida por el vino sanluqueño en sus breves cuentos de ‘La venta de los gatos ‘y ‘Tipos y costumbres de Sevilla’. A éste se adherirán años más tarde los también sevillanos, Antonio y Manuel Machado. Será Don Guido, en el poema de Antonio, un maestro en refrescar manzanilla y Manuel le dedicará el suyo: “La manzanilla es mi vino / porque es alegre, y es buena/ y porque -amable sirena- /su canto encanta el camino".

Aunque en la pieza teatral que escribieron juntos, ‘La Lola se va a los puertos’ (1929), sacan a escena el Solera 47 de González Byass.

Pero volvemos a la manzanilla de la mano, nunca mejor dicho, de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), quien en su obra, ‘La corte de los milagros’ (1927) hace exclamar a uno de los personajes: “¿Hay algún rumboso que convide a unos chatos en casa Garabato? ¡Le ha llegado una manzanilla sanluqueña de picho canela!”. Pero será el novelista y diplomático Juan Valera (1824-1905), originario de Cabra, el más ferviente defensor de los vinos de Montilla frente a los de Jerez.

En dos de sus obras más representativas deja claro como los vinos montillanos pasaban a Jerez.

En Pepita Jiménez (1874), se describe el trabajo del dueño de la viña: “...el visitar las bodegas y candioteras, y el clarificar, trasegar y perfeccionar los vinos, y el tratar con gitanos y chalanes para compra, venta o cambalache de los caballos, mulas y borricos, o con gente de Jerez que viene a comprar nuestro vino para trocarle en jerezano”.

Y en las primeras líneas de Juanita la Larga (1895), se describe así la imaginaria Villalegre: “Esta rica aunque pequeña población de Andalucía estaba muy floreciente entonces, porque sus fértiles viñedos, que aún no había destruido la filoxera, producían exquisitos vinos, que iban a venderse a Jerez para convertirse en jerezanos”.

Sin embargo, en una de las cartas que envía desde San Petersburgo, y fechada en 1857, resalta el envío a ese país de 2.481 pipas de vino de Jerez, Málaga y Benicarló. Otras grandes plumas representativas del periodo romántico español no serán ajenos a la fama de nuestros vinos. En sus páginas alcanzarán aún mayor gloria si cabe.

Vemos como José de Espronceda (1808-1842), viajero por Europa por circunstancias diversas, en ‘Amor venga sus agravios’, publicado en 1830, Mendoza está de buen humor después de tener una merendona con varios amigos, que incluía Jerez.

Y nada menos que el popular dramaturgo y poeta, José Zorrilla (1817-1893), lo incluye en su ‘Don Juan Tenorio’ (1844) cuando el mismo don Juan brinda, haciendo justicia, tanto al Cariñena como al Jerez.

Pasaron por aquí

De esta relación, tan solo uno de ellos ha nacido en Jerez, nos referimos al jesuita Luis Coloma (1851-1915). A pesar de ello no es muy rumboso a la hora de introducir los vinos en sus escritos.

Tan solo en ‘Pequeñeces’ (1891), retrato crítico de la alta sociedad madrileña, hay dos menciones a la manzanilla, y al riquísimo moscatel de las bodegas jerezanas de la señora de López Moreno, que enviaba al Papa todos los años “una pipa de doce arrobas”.

Durante la segunda mitad del siglo XIX Jerez fue un foco de atracción en muchos aspectos, por su industria vitivinícola, como por las situaciones de crisis social que vivió en aquellos años.

Muchas personalidades de la cultura y las artes se sintieron atraídas por la fama de sus vinos, y hasta aquí vinieron invitados por las bodegas del Marqués de Misa Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), en 1877, y Gaspar Núñez de Arce (1832-1903), en 1890.

Tan impresionados quedaron que dedicaron sendos sonetos al vino Abolengo. Alarcón, en su obra ‘El final de Norma’ (1855), ya hacía decir a su criatura de ficción: “Ah, ¡pícaro amontillado! ¡Pícara manazanilla! ¡Pícaro Pedro Jiménez! ¡Pícaros vinos andaluces!”.

Estampada en una bota de las bodegas de González Byass podemos disfrutar de la firma de Leopoldo Alas ‘Clarín’, que vino a Jerez en enero de 1883 por encargo del periódico donde trabajaba para cubrir los sucesos de la Mano Negra.

Este recuerdo quedaría reflejado en su novela ‘Su único hijo’ (1890): “Sin saber por qué, se acordó de haber oído describir las bodegas de Jerez y las soleras de fecha remota, que ostentaban en la panza su antigüedad sagrada”.

Otra firma ilustre es la de José Martínez Ruiz ‘Azorín’ (1873-1967), que dejó una curiosa dedicatoria en una bota, que aún se conserva en las actuales bodegas Fundador, cuando en los primeros años del siglo XX recorrió esta parte de Andalucía, experiencia recogida en ‘La Andalucía trágica’ (1904).

Al escritor cántabro José María Pereda (1833-1906) le unía a Jerez lazos familiares, su hija María estaba casada con el bodeguero Enrique de Rivero Pastor, con el que se había casado en 1903.

Pereda vino a Jerez en dos ocasiones, en 1896, y en 1904. En la primera recibió el agasajo de la amplia e influyente comunidad de montañeses que residía en la ciudad.

Pero con anterioridad a esas visitas, en ‘Nubes de estío’ (1891), podemos leer varias menciones al jerez cuando a Casallena le hace degustar unos dulces con nuestro vino.

Visto por las escritoras

De las pocas mujeres escritoras de aquel momento, destacan Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877), más conocida con el seudónimo masculino de Fernán Caballero, y las gallegas Emilia Pardo Bazán (1851-1921), y Rosalía de Castro (1837-1855) . Tres mujeres singulares en muchos aspectos, tanto en lo personal como en el literario.

A la primera, que residió durante algún tiempo en El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda y Jerez, no le era ajeno el negocio de los vinos. De su producción destacamos estos relatos donde el vino de la zona está presente: ‘La gaviota’ (1849), ‘Más largo es el tiempo que la fortuna’ (1860), ‘Una en otra’ (1861), etc.

Por su parte, Emilia Pardo Bazán, autora de novelas relevantes, pero también, para el caso que nos ocupa, de dos libros prácticos de recetas que alcanzaron gran éxito, ‘La cocina española antigua’ y ‘La cocina española moderna’, editados en 1913. En ambos podremos encontrar platos condimentados con jerez, como el atún a la ribereña y la gallina ajerezada, entre otros.

Las menciones al jerez son continuas en su obra, y merecería una atención individualizada, pero nos centraremos en su novela ‘Insolación’, publicada en 1889, y cuya acción transcurre en Madrid, durante el día de San Isidro.

La manzanilla y el jerez son consumidos por los personajes, en especial por el gaditano Pacheco. Y no falta la mención a una marca que por aquel tiempo ya es famosa, el Tío Pepe: “Todas las penas ajogadas por el Tío Pepe se fueron a paseo”.

Y finalmente, Rosalía de Castro, en ‘El caballero de las botas azules’ (1867), hace beber a uno de los personajes, Pelasgo, una copa de Jerez y un bizcocho para refrigerar el estómago.

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Nota: Ver publicación de Jerez y sus vinos en la obra de Don Benito Pérez Galdós (Jerez, 2011); como el artículo Los vinos del Marco de Jerez en la novelística de Armando Palacio Valdés, en Tres siglos bebiendo Jerez (Cádiz, 2018).

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