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"Una vez lavé una camisa de lunares y salió de la máquina sin ellos"

José María Gutiérrez posa en la tintorería Pina rodeado de la peculiar decoración del comercio.
José María Gutiérrez posa en la tintorería Pina rodeado de la peculiar decoración del comercio.
Juan Manuel Sainz Peña / Jerez

21 de septiembre 2008 - 01:00

-José María, la verdad es que no sé dónde encasillarle. Es usted tintorero, escaparatista, jerezano de pro...

-Yo soy tintorero y todo lo que has dicho. Mi vida de chavea ha sido buscarme dos pesetas y trabajar desde los ocho o nueve años. Yo iba al sanatorio de Santa Rosalía a hacer teatro para los niños. Ponían las camas fuera, en un patio, y yo hacía teatro para distraerlos. Me buscaba las papas de esa manera porque en casa éramos muy humildes y allí me daban de comer.

-La tintorería Pina forma parte de Jerez, de su gente, de la sociedad que la forma. ¿Qué siente?

-Yo me llamo José María Gutiérrez, pero a mi hijo y a mí nos dicen Pina. La tintorería es muy antigua y la conoce todo el mundo. La gente viene muchas veces de fuera y se hace fotos aquí dentro o al escaparate. Me siento muy orgulloso de eso y de que la gente nos conozca.

-¿Qué ve quien entra en la tintorería Pina?

-Que está todo perfectamente en orden. Aquí no se ve un pantalón y detrás una falda. Los vestidos van por colores, las corbatas igual, las chaquetas aparte. Así todo. Creo que es importante que sea así.

-¿Se distingue a través de la tintorería la forma de vestir del jerezano?

-Sí. Además, yo mismo soy un hombre que salgo a la calle y me gusta ir trajeado. Me críe en la tienda de Tomás García y aquello era de un lujo exquisito. Y lo mismo pasaba con la clientela. Ahí fue donde aprendí a estar con el público. Y sí, el vestir de la gente de Jerez se nota por la ropa que llega a la tintorería.

-¿Y esto, cómo empezó?

-En la calle Lucena, una callecita sin salida que hay en la calle Higueras. Ahí empezó el fundador, que era un francés, y que limpiaba con un pañito porque todo era en seco y se hacía de forma manual. Después se instaló aquí hasta que llegué yo en 1980.

-¿Hay muchos clientes ilustres?

-Los hay. Ya van quedando menos, pero de madre a hijos siguen viniendo. López de Carrizosa, Domecq, o sea, clientes que siguen confiando en nosotros. Tenemos un público que viene de siempre.

-¿Qué es lo que más le gusta de esto que es su casa?

-El trato con el público. El contacto humano en las tiendas se ha perdido. Uno va a unos grandes almacenes y nadie te atiende, y si lo hace siempre van con prisa. No sé por qué, pero es así. No atienden como en un servicio tradicional como es éste y otros muchos que todavía existen.

-Imagino que tendrá anécdotas por doquier para contar.

-Sí, (se ríe). Recuerdo una muy graciosa. Resulta que me trajeron una camisa de lunares y la metí en la máquina que trabaja en seco. Era al principio y todavía no sabía qué se podía meter y qué no. La cuestión es que cuando saqué la camisa ya no tenía lunares. Estaban todos despegados y los tuve que sacar del filtro. Menos mal que se pudo arreglar pegándole lunares nuevos.

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