Obituario

Jaime Chávarri Domecq

Luisa Domecq González nació en mayo de 1909 (hace 110 años) en una casa amplia y luminosa del barrio de San Miguel, donde habrían de corretear trece hermanos suyos también. Y con 23 años, en la flor de la vida, se casó con un madrileño con quien tuvo tres hijos. Pero la guerra fratricida no respetó su felicidad y el joven marido falleció en acción de batalla. Ahora, cuando esto escribo, se entierra su tercer hijo, ya octogenario, a quien deseo que la tierra le sea leve.

La belleza rubia, de ojos claros y límpidos, de aquella jerezana no dejaba ajeno a ninguno de los hombres cabales que pasaron por nuestra ciudad en aquellos años de posguerras. Y así, ella dio pronto un nuevo padre a sus hijos. Y él, un gallego de altos vuelos, dio –a su vez- ocho nuevos hermanos a los pequeños y una merecida felicidad a la bondad y categoría personal de ella.

Las familias de diez, doce o catorce componentes, eran usuales hasta a mediados de siglo pasado en nuestro pueblo y el Marco del Jerez. Una anécdota irónica lo atribuía a la bondad del agua del Tempul…Creemos que es la bondad de la tierra, la luz del sol y a las tradiciones y costumbres, lo que hacía que fructificaran, tanto en San Miguel como en Santiago, como en La Albarizuela o en la Puerta de Sevilla, esos núcleos familiares, entrañables, que las mujeres de la época sabían gobernar con eficacia y que ellos amparaban con su hombría de bien.

Así les nacieron ocho nuevos vástagos -tres varones y cinco hembras- entre 1940 y 1953; porque normalmente en casi todas las familias tan numerosas había dos décadas propicias para engendrar y criar a su prole. Ellos lo hicieron con la especial ayuda de una joven británica que se había trasladado a vivir a Jerez y con un asistente que hacía de conductor perenne de todos ellos: al colegio, a jugar al fútbol a Puerta de Rota y más tarde a las bodas de seis o siete de los hermanos.

Y desde luego al paseo diario de la longeva pareja, quienes fueron de la mano –sólo en privado, entonces no se hacía manifestaciones públicas de afecto- por medio siglo o más. Y al final, una nieta querida acompañó en sus últimos años a la madraza y viuda de nuestro relato.

Vivieron siempre en el barrio de San Miguel, primero en una casa cercana a la Cruz Vieja y después en una nueva cerca de Molineros. Donde nunca faltaba una mesa dispuesta para los hijos y demás nietos que se presentaran aun sin avisar. Y techo para los mayores madrileños, quienes se situaron en la tierra de su padre.

Así criaban aquellas madres, sus numerosas familias, con su amable ejemplo de generosidad y hospitalidad. Y así a esos cinco chicos y seis chicas, de los que ya –con el duelo de estos días- faltan seis; más aun cinco de ellos y tres nietos guardan hoy luto. Al que nos unimos en su pesar y oración. Descanse en paz Jaime Chávarri Domecq.

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