Opinión: Santiago entre compás y vértigo (y II)
Cuaderno Vive Santiago | Diciembre 2025
Desde finales del XIX, Santiago se convierte en una fragua viva. El cante resuena en voces como las de Tío José de Paula, Paco La Luz o El Gloria, gente que lleva en la garganta la historia de este pueblo, además de una enseñanza de vida: la del respeto, la del arte, la del coraje ante las fatalidades del destino. Durante los años 50 y 60, el barrio alcanza una etapa de gran riqueza y convivencia, moldeada por la historia y sostenida por generaciones que hacen del cante, más que un oficio, una forma de vida.
El flamenco nunca ha sido un arte estático. Ha sabido absorber influencias y reinventarse sin perder el compás ni la pureza. Sin embargo, los tiempos actuales plantean nuevos retos: la presión del turismo, la globalización cultural, la enseñanza formal y la era digital, en la que un cante puede durar los segundos que decidan las redes. Encrucijada entre el deseo de conservar un legado, que forma parte de su alma, y la necesidad de dialogar con un mundo que cambia a toda prisa. Equilibrio delicado que afecta al arte, su transmisión y su economía.
A falta de un tejido social propicio, las peñas flamencas, como pequeñas reservas naturales, son espacios imprescindibles para transmitir saber, afición y emociones. La enseñanza igualmente entra en escena. Conservatorios, escuelas y hasta propuestas para incluir el flamenco en el sistema educativo. ¿Buena noticia?, quién sabe, siempre y cuando la técnica no desplace la raíz. El duende -si todavía se puede hablar de él- no se escribe en partituras: precisa vivencias, alma y una lentitud que escasea en estos tiempos.
En las últimas décadas han surgido voces de distintas identidades y lugares que reclaman su espacio. La visibilidad global convive con la precariedad y con formatos cada vez más breves, donde a menudo se pierde la experiencia compartida que el arte necesita. Por otro lado, la fusión y la experimentación asumen un papel cada vez más dominante. Infinidad de artistas buscan caminos inexplorados con la pretensión de que el flamenco debe respirar nuevos aires.
Las plataformas digitales han abierto las puertas del mundo convirtiendo el flamenco en una suerte de gramática que cualquiera puede aprender. Llegará el momento, pues, en que se hable del flamenco canadiense, del sueco o del de Madagascar. ¿Es eso bueno o malo? Ni una cosa ni la otra, simplemente inevitable. Y es ahí donde Jerez tiene una enorme responsabilidad: la de seguir siendo, por justicia y por derecho, el primer referente, el faro.
Pero no es este un caso aislado, el equilibrio del ecosistema es más frágil de lo que parece. Las músicas tradicionales del mundo sufren hoy de una vulnerabilidad extrema. Las tecnologías digitales provocan un reposicionamiento que exige estrategias adaptadas a los nuevos tiempos. El desafío no está en elegir entre pasado o futuro, sino en mantener el hilo que une a ambos.
Y ese hilo, en Jerez, pasa inevitablemente por Santiago: pasado y presente, memoria viva de lo que fue y espejo de lo que aún puede ser. En tiempos donde las prisasmandan, este barrio nos recuerda que hay cosas que solo se entienden despacio, con alma y con calma. Y es que, de todas formas, hablar de Santiago es hablar del alma de Jerez. Y el alma, si es verdadera, nunca muere.
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