Los peregrinos, los puros rocieros andantes y sin caballos

No tienen peña, ni actas de fundación, tan sólo se echan a andar por el camino con la Hermandad de Jerez en cuanto Pentecostés llama a la puerta

Los peregrinos posan ante la carreta del Simpecado en una parada del Camino.
Los peregrinos posan ante la carreta del Simpecado en una parada del Camino. / Manuel Aranda
Manuel Sotelino

Doñana, 03 de junio 2017 - 02:09

Es la peña 'sin nombre'. Tampoco lo necesita. Dos carriolas son las que dan cobijo a esta 'asociación' en la que ni hay presidente ni guardan actas de fundación. El único documento que está escrito es el dibujo de las pisadas de sus socios. Está formada por una carne y unos huesos que mueren de amor por la Reina de las Marismas. Aquella que sale al encuentro de ellos cuando el cuerpo ya no puede más a la altura de Manecorro. Ahí van Inma y su hija y forman parte de su nómina caminante Javier, Carlos, su mujer, José María, Antonio, Genaro, José Miguel o Ismael. Peregrinos andantes que sienten a cada paso la cercanía 'telúrica' de las marismas. Cada paso entre las arenas del Coto es algo así como una victoria. Tan sólo guardan como defensa al cansancio una vara -quien la lleve- y una verdad callada que propicia que cada año se hagan al camino del Rocío en tiempos de romería.

Carlos Monje podría casi atestiguar que lleva tantos años como edad andando hacia el Rocío. "Esto es un sentimiento difícil de expresar -comenta-. Se sufre mucho pero cuando llegas a la aldea es gratificante". Lo hace desde que tiene uso de razón, cuando ya sus padres le inculcaron el respeto a lo sagrado y la entrega a las arenas.

Inma, desde hace al menos 30 años, hace el camino andando. Es toda una institución entre los peregrinos. A la sombra de una de sus carriolas se encuentra la señora de quien fuera un grandísimo aficionado a los toros y una mejor persona que hace poco nos dejó: Francisco Larrubia. Ya está disfrutando de la presencia de la Virgen. "Comencé por una promesa. Pero aquello ya lo tengo hasta olvidado", asegura. Fue tan grande la experiencia que no ha cesado ese ímpetu por integrarse entre el grupo de peregrinos y sufrir la 'rodá' entre la Marismilla y El Guaperal. "Hacer el camino es como una terapia. Lo necesito porque te regenera, te limpia para todo un año cuando te ves insignificante entre la inmensidad del Coto", atestigua.

No hace falta una patente de fundación entre esta buena gente que gastan los zapatos a cada metro que se desplazan. Unos van agarrados a la carreta del Simpecado, otros se lanzan por delante. Pero forman una piña un tanto anárquica, aunque saben que si algo ocurre nunca un compañero caminante lo dejará tirado en la gavilla. Las dos carriolas que la hermandad del Rocío mantiene por estatutos para los peregrinos sigue echando humo no por el guisote que les está preparando el cocinero. Es el aire humeante del fervor que exhala la pureza y la verdad. Nadie es más en el Rocío y todos van con un mismo deseo: postrarse ante las faldas de la Virgen. Pero si hubiese que destacar dos carriolas entre todas, la de los peregrinos tendría patente de corso, y eso que no tienen papeles para cuando les pare la Guardia Civil. No hace falta acta de fundación alguna. No hay cantes durante el camino, y cuando se para en un rengue, apenas nadie habla porque las arenas batidas propician que hasta la voz se les apague. No pasa nada. Ellos son los anónimos rocieros de la pureza.

stats