"A mí eso de 'no puedo', ¡ni loco!"
upacesur
Desde que era un niño, no hay barrera que Chema no supere gracias a sus ganas de vivir
"De 'pobrecito' nada. He luchado para que me digan 'mira el currante de Chema'. Eso sí"
A los padres de Chema Romero Medina les cambió la vida en una consulta del hospital de Sevilla. Con apenas unos años les comunicaron que su hijo o "crecía bien" o se quedaba en una silla de ruedas debido a su parálisis cerebral. Chema no sólo consiguió andar sin caerse, sino que ha trabajado en mil y una cosa (entre ellas la vendimia durante cuatro años) y no hay barrera que este jerezano no supere con una amplia sonrisa.
"Cuando era chico veían que yo andaba y me caía para un lado. Me hicieron una exploración en Sevilla y nos dijeron que tenía parte paralizada de la columna vertebral, la más próxima al coxis. Don Manuel Ruz le dijo a mi madre, 'mira María, esto es el 50%. O bien queda bien o en una silla de ruedas'. Mis padres empezaron a llorar, era un niño muy chico", relata Chema en una sala de Upacesur, donde trabaja en el lavadero de coches. El médico le mandó "unos ejercicios" en el sanatorio y 'recetó' a los padres que Chema hiciera vida normal. "El médico dijo, 'María tú no le quites nada. Si quiere jugar al fútbol, que juegue. Que quiere saltar, que salte. Tú déjalo y veremos cómo va creciendo'. Me dieron mucha caña en el sanatorio porque además yo también metía los pies al dar el paso. El fisioterapeuta me decía: Chema, los pies como los patos, para afuera", recuerda.
A sus 38 años el jerezano se siente orgulloso porque "he tenido una vida normal, he hecho de todo, si yo te contara... (risas). Muchas veces me pregunto de dónde saco tanta energía, pero no paro. Desde chico siempre igual". "Mi discapacidad no me ha impedido hacer las cosas. Es cierto que al principio, cuando eres muy pequeño, hay un poco de rechazo en el sentido de que como había cosas que yo no podía hacer me apartaban. Pero el Chema tuvo que decir, 'no, yo también lo hago'. Quizás no pueda hacer 'esto', pero sí llego a esto, a esto y a esto. Yo lo intento todo, y si veo que no lo puedo hacer busco ayuda. Pero siempre lo intento", subraya. En el vocabulario de Chema no existe la palabra desánimo. "Eso de quedarme a un lado me cae muy malamente, me siento muy mal. Yo siempre busco la forma de poder llegar a donde los demás también llegan".
Ésa siempre fue su filosofía, incluso cuando estaba en el colegio San José: "Allí me integraron y es cierto que los profesores tenían más cuidado conmigo pero sin desplazarme, me sentí muy valorado. A veces me sentía mal porque por ejemplo no podía saltar el potro, o subir la cuerda..., pero los profesores me decían 'hasta donde llegues'. Y yo nada, subía nada, pero subía. A mí eso de decir 'no puedo', ¡ni loco!".
Llegó a Upacesur en 2008 porque hacía falta una persona para vender fruta y le contrataron. Siempre está riendo, contando chistes, haciendo parodias... Si Chema está, se sabe. Nunca ha parado y cuando le ha faltado el trabajo ha realizado cursos "para tener mis diplomillas. No he perdido el tiempo". Hasta ha hecho la vendimia durante cuatro veranos para ganar un dinerillo para la casa: "Yo te lo digo de corazón, nadie quería que fuera al campo. No veas tú cómo era el campo. Yo volvía del trabajo, tenía una faja ortopédica, y tal y como llegaba a la casa me tiraba en el suelo para estar recto. Después ya me duchaba y todo, porque al principio no me podía mover. Cuando la dejé de hacer el jefe principal llamó a mi madre preguntándole qué me había pasado, porque no veía mis papeles y le dijo mi madre que estaba trabajando en otro sitio y se alegró mucho por mí".
"A mi madre le sorprende la vitalidad que tengo y ella tiene una alegría muy grande porque me ve feliz", declara Chema, quien añade que "no me siento una persona discapacitada. Muchas veces vas por la calle y escuchas 'pobrecito, pobrecito'. De pobrecito nada. He luchado siempre para que no me digan eso sino, 'mira el currante de Chema'. Eso sí".
Para los padres que se enfrentan a diario con un diagnóstico con el que su hijo vivirá el resto de su vida, el jerezano le manda un mensaje muy claro: "Lo más importante es que no aíslen al niño. Deben intentar que haga una vida normal, que ellos sepan enfrentarse a las cosas. Que no les acobarden, que conozcan mundo. Y animarles, animarles mucho. Cuando hagan las cosas bien hay que premiarles, ¡que tú vales!, para que se sientan apoyados y lo intenten más veces".
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