Jerez

El río sin gobierno

  • Recorrido por un Guadalete enfurecido que ha dejado un mar de lodo en su ribera desde el pantano de Bornos a El Portal

El ingeniero del embalse de Bornos mira el agua bajo sus pies, literalmente bajo sus pies. 195 hectómetros cúbicos, un 93 por ciento de capacidad. El agua lame el puente de mando. El mismo día, hace un año, el agua no estaba bajo sus pies, el agua estaba muy abajo. Eran 90 hectómetros cúbicos y se podía observar un paisaje arbolado y miniplayas naturales que ahora no existen. Se las ha tragado el agua. Y esa gigantesca diferencia, cientos de millones de litros, ha llegado en menos de un mes de lluvias, las mismas que han inundado toda la vega del Guadalete, el río que cíclicamente se rebela contra su cauce, sale de él y convierte en barro todo lo que toca. Lo ha vuelto a hacer este año reivindicando que en tres décadas los residuos, la suciedad y la explotación de su lecho le han arrebatado un 70% de profundidad. El Guadalete es un río que discurrre por su filo. Cuando llueve, se desgobierna. Entonces todo el valle se acuerda del río del olvido.

Lo sabe el ingeniero, que porta una escaleta con decenas de números. El último dato no ofrece muchas opciones. Desde hace días las compuertas expulsan al río 50 metros cúbicos por segundo, pero desde Grazalema están llegando 300. "Intentamos sacar el agua poco a poco para no fastidiar a los de abajo, pero el embalse está lleno, nos llega más de lo que expulsamos..." Los de abajo miran hacia arriba. Ellos tienen la idea de que el río se lo traga todo hasta que Bornos abre compuertas. Lo que quizá no sepan los de abajo es que, de no existir Bornos, la confluencia de los ríos Guadalete y Majaceite, su principal afluente, hubieran lanzado sobre su vega mil metros cúbicos. Hubiera sido un desastre bíblico. El ingeniero ordena abrir las tres compuertas y triplicar el ritmo de desembalse.

Es un espectáculo fascinante. En poco segundos la catarata artificial eleva el nivel del río y se traga los cañaverales que hasta hace unos minutos bailaban en la orilla. La serpiente parda inicia su descenso dejando una estela de espuma en espiral. El río tiene un segundo parapeto tres kilómetros más abajo, en la presa de Arcos, antes de lanzarse a sortear un rosario de poblados creados por el Instituto Nacional de Colonización tras la Guerra Civil. El franquismo llevó a cabo una tímida reforma agraria arrendando a colonos tierras de viejos latifundios. Se crearon pueblos que llevaban el apellido del caudillo a gala. En todos ellos el río es la vida y el río es la ruina.

Buena parte de las causas de las riadas se pueden contemplar desde un destartalado y fantasmal puente metálico existente en la Junta de los Ríos. Un reciente tornado tronchó el eucaliptal de la ribera y los troncos son un osario que descansa sobre el río y sobre el que el río salta. Un trío de espectadores asiste al descenso del Guadalete desde los bordes del puente, cuyas barandillas de hierro han sido arrancadas, carne de chatarrero, y valora que "es ramaje sobre ramaje. Esta zona es una escombrera de madera. Al río no le vendría mal un limpiadito". Pese a la evidencia y a la vieja promesa de dragar el río -una promesa que ya ha cumplido tres décadas incumplida- la Junta ha lanzado una patada hacia adelante anunciando que sólo se limpiará si los estudios que se van a hacer demuestran que los trabajos servirían de algo.

Ya en el término de Jerez, muy cerca de La Barca de la Florida, el mayor pueblo de colonización de la zona, hallaremos la segunda causa de las crecidas. Un mar de barro inunda lo que hasta hace un mes eran campos de cereales. Por esta zona el río se ha desparramado a su gusto. Junto a la carretera, una valla avisa del paso hacia una antigua cantera, tan antigua que hace años que dejó de funcionar. La red de carreteras de esta zona rural soporta un endiablado tráfico de camiones pesados. Son los que transportan la grava que se extrae del fondo del río. El lecho del Guadalete, desprotegido de su piel de piedra, es un lodazal. Se despelleja cuando el agua baja furiosa y la batidora entrega un festín de cieno. Lo que parece un lago marrón a esta altura del descenso es un proyecto de desolación. Centenares de animales quedaron atrapados en esa trampa en la penúltima gran riada, la del 96. En esta ocasión, cuenta un ganadero, "teníamos la lección aprendida y tampoco la crecida fue como la de entonces. El ganado que se haya perdido ha podido ser el más desprotegido. Hay un pastor allí arriba que tenía a las ovejas sin techumbre y les habrá caído todo el agua. Las ovejas con toda la lana mojada... se habrán hundido en el lodo. Seguro que ha perdido alguna". Mira sus vacas lecheras, rebozadas en barro junto al cauce. "Estas han aguantado el ayuno", dice satisfecho.

Juan Antonio es un barqueño de 40 años que luce jersey caqui militar. Pasó la Nochebuena sacando a sus perros por el tejado y salvando las gallinas en un estado de histeria colectiva. "Mi vecino" -cuenta señalando un corral vacío- no tuvo tanta suerte. Se le ahogaron todas". Estamos ante un puente que no se ve. Dice que está ahí en frente, dos metros por debajo del agua. Calcula que en estos días el río a su paso por La Barca ha podido crecer unos cuatro metros. Sus recuerdos de infancia están unos doscientos metros más allá, en la curva del río, "donde había una playita de chinos que llamábamos de Bucharaque. Nos bañábamos y yo recuerdo el agua muy limpia, clara. La sombra la daban los calistros. Ahora sólo quedan unos pocos. Los arrancaron y buena parte de los restos fueron a parar al fondo del río". La pesca también ha desaparecido. Juan Antonio menciona las anguilas y las truchas. "Ahora sólo quedan barbos, que los podrás coger con la mano en los aliviaderos de las alcantarillas porque es un pez que se alimenta de la mierda".

Supera el río La Barca y toma posesión de una amplia extensión junto a Rajamancera jalonada de nuevas canteras en plena actividad. Detrás de las máquinas, en un reducto, hay ovejas de puntillas como náufragos, en lo que queda de isla. Su pastor es un marroquí que ha ido buscando los últimos pastos no anegados y los ha encontrado en este rectángulo junto a las poleas de la cantera. La mezcla de tradición e industrialismo es una bella estampa a la que las ovejas se adaptan con las pezuñas reblandecidas después de días de pisar fango. El pastor informa que, si regresan las lluvias, si el río vuelve a crecer y adueñarse de los pastos, las ovejas no podrán comer y el patrón no podrá invertir más en pienso.

La laguna final del Guadalete está en la zona de La Ina. Aquí es donde el río tiene a los lados zonas habitadas en su dominios inundables. Las Pachecas, La Greduela o Los Cejos del Inglés son los núcleos de población que se levantaron, bien como estrategia de la colonización o simple y llanamente de manera ilegal, en sitios imposibles, por debajo de la cota del río, junto a una carretera a ras de cauce que el agua supera con facilidad. José Antonio Vargas y José Manuel Ortiz están en Los Cejos con los muebles aún en remojo. Ellos son unos resistentes. La mayoría de las casas diseminadas en esta inmensa extensión de arenas movedizas junto al arranque de la autovía al Campo de Gibraltar están abandonadas o son de recreo, de fin de semana. Los colonos las abandonaron, vinieron otros y también las abandonaron y vino una tercera generación y con la riada del 96 también se fueron. José Manuel, no. "Cambié esta casa a mi cuñado por un piso en Jerez. Es duro cuando el río sube, pero no volvería a Jerez por nada del mundo. Prefiero el campo". Su casa está lejos del río, pero en las crecidas el agua toma caprichosos caminos, se crea un gran arco y anega esta zona y la aún más lejana de Las Pachecas. Las sillas cuelgan del techo para protegerlas del lodo, los electrodomésticos se secan al sol de esta tregua y el cereal plantado se ha podrido, pero era un riesgo que había que asumir. José Antonio está con él: "Los animales están a resguardo, buscamos un lugar en lo alto después de que perdiéramos mucho ganado hace trece años. Sabemos que esto pasará cada cierto tiempo. Esta vez, al menos, han avisado con tiempo. Dijeron que iban a desembalsar, vinieron los técnicos de Confederación y marcaron hasta dónde podría llegar el agua. Es duro, pero lo sabes".

Dejamos el carril de la soledad donde estas pocas familias se toman los desbordes con tal filosofía para llegar hasta el lugar en el que el río ha bañado las viviendas. La más próxima a la nueva orilla se encuentra en la barriada de La Corta, muy cerca de El Portal, junto a la venta de Las Angulas, que mantiene el nombre pese a que hace décadas que en el Guadalete no hay angulas. Decir que lo que tiene el joven matrimonio que fuma un cigarro sobre una moto destartalada es mucho decir. "Yo lo que quiero es una vivienda -dice él, de 25 años, con dos niños y sin trabajo-. Vivimos aquí porque mi suegro nos dejó esto, que era una peña". 'Esto' es un habitáculo inflado por la humedad con una puerta de chapa. Junto al río, una alambrada que hace de patio muestra juguetes embarrados, un colchón inservible y una vieja barca. El Ayuntamiento promete llevarle a otra vivienda "porque -admite- vivir junto al río es imposible. Me he pasado tres noches durmiendo en el Corsa". Ciertamente, es difícil elegir entre esta lata que es el Corsa y los rudimentarios muros de lo que él dice que es su casa. Para el recién aprobado PGOU se contrató al equipo del urbanista Manuel Ángel González Fustegueras como consultor. El dictamen fue que Jerez tendría que mirar a su río, que tendría que mimarlo, recuperarlo como sitio vivo. Pocos jerezanos se relacionan con su río. Aquel informe se fue a un rincón del Plan porque aquel Plan a quien miró fue al ladrillo. Y es que del río del olvido sólo se acuerdan cuando el río decide que no debe ser olvidado. Cuando el río manda.

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