Jerez

Los rostros del altruismo

  • Matrimonios, familias completas, religiosas, viudas y hasta parados forman la 'gran familia' de voluntarios en la parroquia de San Rafael · Una tarde de miércoles entre el voluntariado

Son nuestros héroes anónimos. Las mujeres predominan sobre los hombres. Cada uno con un drama a cuestas. Una colección de historias de un drama sobre otro drama. Lo hacen de forma altruista. No es un trabajo. Son los voluntarios, esas personas que no hacen milagros, pero llegan hasta donde la Administración no alcanza. Por eso, cualquier persona siempre podrá hacer algo para que todos mejoremos. A estos héroes pondremos por fin cara. Y escudriñaremos en sus vidas, penas y sentimientos.

Bien. Vayamos de cabeza a la olvidada zona sur, al 'Chicle', donde, en tiempos de la polka, el lodo de la lluvia 'arrancaba' los zapatos del personal. Como un islote en medio de un páramo de estrecheces, se levanta la parroquia de San Rafael, una de las parroquias más necesitadas pero, a la vez, más activas de la ciudad.

Una tarde de miércoles en la parroquia de San Rafael, donde coinciden talleres, reparto de alimentos y un sinfín de faenas, aquello pudiera pasar por una locura colectiva. Pero es un desorden ordenado. Paco Holgado, un hombre tranquilo, delegado parroquial de Cáritas, carga con todo lo que le echen y apechuga para que todo esté en perfecto estado de revista. En San Rafael coinciden muchos matrimonios: Paco, por ejemplo, está casado con Belén, que coordina los talleres de promoción de la mujer. Porque talleres hay para todos los gustos. Y Manuela, que dedica su tiempo por entero de aquí para allá en busca de fondos y alimentos, anda casada con José Antonio, que lleva sobre sus espaldas el taller de alfabetización de mayores. Bueno, de este 'contagio' no se libra uno de sus cinco hijos, Jaime, de 35 años. Es profesor de Primaria en el Poeta Carlos Álvarez. Tres años alcanza ya como tutor de los más pequeños del barrio. "Mire -me indica un padre orgulloso-, se sienta ahí solo en el patio, y a los cinco minutos, ya está rodeado por la chiquillería. ¡Qué le quieren!"

Los parados

Y luego está Miguel Ángel, con sólo 37 años, uno de los diez parados de un colectivo que agrupa a una decena de desocupados, y que tiene también 'colocados' a su hermano Daniel y a su padre Manuel. Casado y con tres criaturas, su familia y los 'chapús' le salvan la vida. Lleva cerca de dos años como voluntario de San Rafael y pertenece también a la agrupación parroquial. "Ellos me han ayudado a mí y yo trato de compensarles con mi trabajo como voluntario. Recuerdo aquellos buenos años de la construcción. Estuve trabajando durante siete años en Mallorca y, tiempo antes del desplome, había vuelto a Jerez. Ahí acabó todo. He intentado irme hasta Suiza o Noruega, pero me piden un mínimo de inglés, ¡Imagínate mi mínimo de inglés cómo sería!"

Junto a todos ellos, parados y no parados, existe una legión de esforzados altruistas que entregan su tiempo al necesitado.

Está María del Valle, responsable de uno de los talleres de mujeres. O la singular María, o Cristina, o la propia Ángeles, una octogenaria con más de veinte años en la institución, que fue homenajeada el pasado año convenientemente. Y luego están las cuatro religiosas que, como todos lo que se congregan entre las cuatro paredes de la parroquia, siguen a pie juntillas el lema de San Vicente de Paúl: "Servir a los pobres como a nuestros amos y señores"

La parroquia de San Rafael estuvo regentada durante treinta años por los padres paúles. Otro 'contagio' que ha llegado hasta Paco y sus 62 voluntarios. Y no olvidamos al párroco Salvador Marín ni al hermano Juan Olmedo, copárroco, que también se remangan cuando se tercia.

Paco se lamenta una y otra vez del último contratiempo: A San Rafael no llegaban los alimentos necesarios que pusieran freno a esa avalancha de peticiones. Y así, el numero de familias beneficiadas ha bajado sensiblemente desde fechas anteriores al pasado septiembre: De las 428 familias atendidas, la parroquia ha puesto un límite de 376. A mayor demanda, menos alimentos. Es el angustioso recorte. "Cuando tuvimos que anunciar la situación, quedamos muy sorprendidos por la actitud de muchas familias que no se han molestado: al contrario, hay familias muy sencillas, algunas han podido mejorar su situación, que comprenden que hay que dar paso a otras que padecen una situación similar o peor".

Entretanto, Manuela remueve cielo y tierra en busca de ayuda. Manuela es mujer de ideas; coloca carteles pidiendo apoyo en los ascensores de los bloques de El Almendral; o acude a la peluquería del barrio, o a la pescadería, apelando a sus amigas por una bolsa de comida o algún dinerillo. Y no sólo eso. También recorre los centros escolares de su barriada y del entorno de la parroquia.

También hay aportaciones económicas anónimas, o donaciones, como el cuadro de Carlos Parra Núñez que sirvió para un sorteo. También se interesó por María, su vecina, "que nunca salía de casa; le descubrí el trabajo que hacíamos y María se integró. No me tomo este trabajo como una obligación, sino como una necesidad. He tenido que oír situaciones durísimas, peliagudas. Pero al salir me encuentro muy satisfecha. Es algo muy positivo. Es que esto es como una droga".

Junto a su marido José Antonio, del taller de alfabetización de adultos, como dijimos más arriba, colaboró durante larguísimos años con las Hermanas de la Cruz y el comedor de El Salvador. Le alertaron de la acuciante necesidad en San Rafael y allá que fueron. El taller que lleva José Antonio de tutor tres años es importantísimo. Hay todavía personas que firman con el pulgar. O la historia de esa pequeña de 9 años que, viendo que los padres de otras amigas les ayudaban en sus deberes, obligaba al padre a que se inscribiera en los cursos de alfabetización.

Cristina es administrativa. Se encarga de mantener las entrevistas con todos los que aspiran a una ayuda. Tiene una niña cursando estudios de Periodismo y un marido haitiano, pediatra de profesión, que pertenece a la oenegé 'Haití, siglo XXI'. "Él se desvivía por los suyos, sobre todo cuando el terremoto asoló la isla. Y, entonces, yo me dije: 'Pues yo también lo haré por los míos". Eso fue hace algunos años: "Voy a llegar a pensar que heredaré Cáritas". Confiesa su impotencia, "la falta de un empleo que les hace falta... Pero te piden algo muy importante: Que les escuches".

El lado más religioso lo componen cuatro hermanas: Carmen Cano, que imparte en la parroquia clases de informática, Carmen Ariza, una religiosa de Chiclana con amplísima experiencia en la educación, además de sor Francisca, oriunda de Huelva y responsable del taller de cerámica, y la asturiana sor Leonor. Toda ellas pertenecen a la Comunidad de las Hijas de La Caridad.

Volvamos con María, esa voluntariosa mujer que ha pasado por todo en la vida. Buena gente. Está encargada de la limpieza del local y de la puerta. Su labor es importante: María escucha a los demandantes y deriva al área al que corresponden.

- Llevo aquí más tiempo que en mi propia casa -refiere María.

- ¿Qué trabajo hace aquí?

- Lo que él me manda, todo lo que él me manda, -dice señalando a Paco Holgado.

- ¿Es usted de 'El Chicle'?

-Sí señor. Vivo en la calle V número 38. Allí tiene usted su casa.

- Muchas gracias.

-Soy viuda y tengo tres hijos muy buenos... El mayor me hace la comida y todo. Pero he pasado mucho, mucho mucho".

El reparto de alimentos y la actividad en los talleres toca a su fin alrededor de las 7,30 de la tarde los miércoles de cada semana. Mañana es otro día de trabajo, de consultas, de bienvenidas. Comenta Paco Holgado que el perfil de demandantes actual responde, en su mayoría, a parejas jóvenes, matrimonios o no, a los que la crisis zamarreó. Él perdió su puesto en la bendita construcción, que proporcionaba en su momento de gran bonanza unos buenos dineros, pero aquello se esfumó como arte de magia de la noche a la mañana.

Entonces, como le pasó a Miguel Ángel, hastiado de buscar trabajo aquí y allá, invirtió parte de su tiempo libre en favor de los más desfavorecidos. De esta manera, Miguel Ángel, su mujer y sus tres niñas se avituallan de comida en las instalaciones de la parroquia y así, pueden conservar su piso, cuya cuota no es significativa.

Esta es la gran familia de la Cáritas en la parroquia de San Rafael, en la zona más desfavorecida de la ciudad, donde -paradójicamente- ayudó antaño en estos menesteres la mismísima delegada de Bienestar Social, Isabel Paredes. Al igual que en San Rafael, ese ejército anónimo de voluntarios hace su labor callada en las muchísimas Cáritas parroquiales que se reparten por la ciudad, arrastrando esas historias personales que nunca pueden pasar desapercibidas.

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