Mi hermoso botín

28 de diciembre 2025 - 03:07

El final del año trae consigo su inútil recuento. Todos los medios de comunicación publican sus solemnes listas con los mejores libros, películas o acontecimientos. Todos nos muestran sus retahílas por riguroso orden subjetivo de importancia. Hay quien da un salto y toma como referencia lo que va de siglo, que es bien poca cosa para lo que es contar el tiempo. A mí, que no sé ordenar nada, ni tan siquiera en estas fechas en que nos acucia esa suerte de arqueo de valores incontables, me deja perpleja tanta rotundidad supongo que bienintencionada.

No, yo no sé ordenar nada quizás porque carezco de un método exhaustivo que me permita llegar a conclusiones inalterables. Desde el primer instante me asaltan dudas. Por ejemplo, cómo escoger cuáles son los mejores libros del año si no llevo la cuenta ni los anoto ni los coloco con orden en casa. Cómo llamar mejor libro del año a un libro que se escribió hace siglos. Cómo anotar un libro del que olvidé el título, pero me quedó grabada una frase. Cómo destacar el verso de Eloy Sánchez Rosillo que todos los días me besa los labios al pronunciarlo en silencio, como un rezo confiado (“Vivir es laberinto”). Cómo descifrar que los libros vienen y van como las mareas, no a voluntad, sino porque la vida los trae y se los lleva. Cómo ordenar el desorden intuitivo, la sorpresa, el deslumbramiento, la decepción. Cómo ordenar el azar.

Hay un dato que complica las cosas. Los libros no cambian, pero la vida y nuestras percepciones sí. Los recuerdos de los libros como los recuerdos de las personas que un día quisimos mucho van difuminándose como esa niebla espesa que culmina en un día luminoso. Tememos dejar de escuchar la voz, las enseñanzas, la imagen nítida. Tememos que no seamos capaces de reconocerlos en el tiempo. Tememos el olvido mismo porque el olvido llega y nosotros cambiamos y nos vamos haciendo de recuerdos y olvidos. Por eso aquel libro que un día era nuestra biblia sagrada al volver de los años deja de acompañarnos y se vuelve lejano y ya sólo nos deja la emoción de una ternura distante, la de aquello que fuimos.

Si tuviera que hacer mis listas del año, del siglo o de la vida haría una piñata e invitaría a mis amigos. La llenaría de cosas pequeñas y me vendaría los ojos y daría palos de ciego. Después me tiraría al suelo, que es la memoria de las cosas, a coger todo lo que ha caído a mi alrededor. Ese sería mi hermoso botín.

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