El tabanco como templo del flamenco
Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
A mis amigos de El Pasaje
HABLAR de vino, tabanco y cante, hasta no hace muchos años, todo venía a ser lo mismo. En Jerez, eran sinónimos de fiesta y de pasarlo bien. Espacios para la alegría del flamenco que hoy se pretenden recuperar sanamente, en lugares muy céntricos de encuentro de nuestra ciudad, y que son realmente gratos para la copa, la amistad, la conversación y el buen cante. Algo que nunca había llegado a perderse del todo, pero que ahora parece resurgir con más fuerza que nunca. Sobre todo, gracias a la iniciativa de El Pasaje, el tabanco más antiguo de los que todavía existen, felizmente renovado cuando hasta no hace poco parecía languidecer, a punto de cerrar sus puertas.
Los viejos tabancos, nos traen al recuerdo aquellos locales frescos y sombríos, donde un buen vaso de vino y un platito de aceitunas costaban menos y nada; y por media botella de barril, o media limeta, como se decía en el argot tabanquero - algún día habrá que recuperar también ese argot -, tenía cualquier tertulia de amigos motivo más que sobrado para pasárselo en grande; surgiendo entonces las palmas que daban ocasión a los cantes por bulerías o el compas de nudillos sobre la envinada madera, para dar paso a más serios compases por soleá, por fandangos o por los aires que se encartaran. Entonces era cuando el tabanco se convertía en templo del flamenco, para un rito telúrico y ancestral, transmitido desde Dios sabe que tiempos remotos; tal vez desde que los fenicios, los tartesios o los turdetanos habitaron estas tierras, en el viejo Ceret de Asta Regia, de donde el actual Jerez procede.
El tabanco no es una vulgar taberna. El tabanco es algo más serio y respetable, que tiene características propias y bien diferenciadas de cualquier otro establecimiento donde se vendan vinos. Las botas o barriles que sustentan la trasera del mostrador ya le dan, de por si, un ambiente casi de sacristía de bodega, en miniatura, de altar de ofrenda laica y de cuarto de cabales, donde se oficia el cante de los más rancios quejíos seguiriyeros. Aquí, el cante sabe a rezo, a mosto y a oliva. Como sabía, hace más de medio siglo, en el viejo tabanco de el Muro, en el del Quemao de la calle Lealas, o en el de Canaleja de la calle Ancha, donde Antonio el Sordo servía como tapas las mejores aceitunas gordales que se hayan conocido.
Ahora los tabancos quieren volver por sus fueros. Están resucitando. Los están recuperando, con su vieja fisonomía y contenido vital, un grupo de entusiastas enamorados de las tradiciones y costumbres jerezanas, con el beneplácito del pueblo, de nuestra buena gente. Por ello, deben contar con todo el apoyo del Municipio, de las bodegas y de los bebedores. Como lo hacemos nosotros, desde aquí. Porque Jerez es así y en su fisonomía caben lo mismo los grandes bares y las cafeterías, como estos pequeños templos del arte popular, donde los jornaleros se dan la mano con los artesanos y los menestrales; con los comerciantes, oficinistas y funcionarios. Es el pueblo llano el que acude, el que se reúne en el tabanco, para beber y para cantar; o para beber, mientras escucha cantar, que tampoco está nada mal. Y así distrae el espíritu, mientras el cuerpo goza de ese vino ligero y suave que con tanto entusiasmo exaltaran poetas como Baltasar del Alcázar, que dijo aquello de "Si fue invención o no moderna / vive Dios que no lo sé, / pero delicada fue / la invención de la taberna". Verso que le salió redondo.
Claro que el poeta sevillano del XVI escribió taberna, para que le rimara con moderna; y porque, además, en Sevilla no había tabancos. Pero de haber vivido en Jerez ya hubiera buscado otro consonante, para que rimara con tabanco; y a fe que hubiera acertado, ya que también delicada fue la invención del tabanco. Porque en el tabanco nacen, han nacido y seguirán naciendo, siempre, las mejores coplas del cante flamenco. Y no hay mejor maridaje que el flamenco con vino de Jerez.
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