La teoría equivocada de la Operación Toscana
Los Galán estaban en el objetivo de la competencia de puticlubs. El maltrato a chicas nunca se demostró
El imperio Galantería, por llamarlo de alguna manera, consiste en una serie de bares de alterne abiertos por el que fue niño prodigio del toreo, Juan Pedro Galán, y su padre. Dentro del sector, en el que hay dentelladas por el mercado en los últimos años por la crisis, por que no hay lo que había en los años boyantes para celebrar contratos en las noches con chicas, por que no hay para agasajar a los clientes con un dulce final del día, por que la prostitución de barra fue una burbuja como tantas ha habido en este país, los Galán eran una presa fácil para la competencia. Así nació la Operación Toscana en el invierno de 2010. Un soplo, una operación a alta escala, enorme presencia mediática no tanto por Galán, un torero no demasiado conocido, sino por su amistad con Ortega Cano, un manjar de los teleadictos.
En la Operación Toscana había mucho dinero en efectivo difícil de justificar en los domicilios que se registraron. De hecho, la Operación Toscana destapó un desfalco fiscal que es posible que compartieran muchos otros negocios del sector. Pero los puticlubs investigados pertenecían a Juan Pedro Galán, torero, amigo de Ortega Cano. En la forma de ‘vender’ mejor la operación, los responsables de comunicación de las fuerzas de seguridad subrayaron la parte más débil de la investigación: el maltrato a las chicas, la explotación sexual. Contando con que la investigación había nacido del soplo de los propios competidores, muchos de ellos con grandes cosas que ocultar en esa materia, los jueces que tuvieron en prisión a Galán y a su padre, Juan, su socio, encontraron poco que hacer por ese camino. Las pocas chicas a las que habían convencido para testificar en contra de los patronos del ‘imperio Galantería’ se echaron atrás en el momento definitivo y otras hablaron a favor de ellos.
La Guardia Civil decidió llamar Toscana a la operación contra los Galán por un misterioso personaje rumano, un chulo, que les había colocado algunas mujeres en sus bares de alterne de Cádiz y Málaga. Vivía, al parecer, en esta región italiana. Nunca quedó claro la personalidad de ese confidente, pero todo se movía en torno a esa trama, sin que hubiera preguntas acerca de lo que realmente se podía comprobar: ¿dónde estaba el dinero que generaban los negocios y qué dinero iba a parar al fisco?
Juan Pedro Galán, tras salir de la cárcel, concedió una entrevista a este Diario en su hotel La Hacienda, aquella tarde totalmente vacío, en febrero de 2010. Galán, aquel niño que aparecía en los periódicos exhibiendo las orejas de un toro algo más de una década antes, era en ese momento un hombre con rostro serio y con la vestimenta propia de campo. Se sinceró. Dijo lo que, a esas alturas, más o menos todo el mundo sabía. El chivatazo venía de los empresarios del sector que querían quitarlos de en medio.
Se defendió en todo lo que se relacionaba con el trato a las chicas en los clubes de alterne de su propiedad, pero pasó de puntillas, una vez más, sobre el dinero.
Una fuente policial recordaba ayer que cuando algo huele mal lo que manda el procedimiento es seguir la pista del dinero. Y los Galán, tras haber estado al borde del abismo hace apenas un par de años, han seguido, según las investigaciones de la Guardia Civil, los mismos hábitos. La operación que se dio ayer a conocer no es la Toscana, no hay ningún rumano misterioso. En esta operación se sigue la pista del dinero.
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