Jerez

La última parrillada del Bar Artesanía

  • El conocido establecimiento de Torrecera cierra sus puertas definitivamente tras más de 30 años de actividad

Francisco Carrasco, en la entrada del Bar Artesanía de Torrecera.

Francisco Carrasco, en la entrada del Bar Artesanía de Torrecera. / Manuel Aranda

María y Francisco tenían veintipocos años cuando abrieron el Bar Artesanía en la plaza principal de Torrecera. Él sabía lo que era trabajar duro porque hasta entonces se había dedicado a la “construcción a destajo” pero la obra del bar para poder abrirlo para la feria “fue durísima. Era acabar a las once de la noche y levantarse a las seis. Vivía a pocos metros y me costaba llegar a casa de lo que me dolían las piernas”.

Treinta y dos años después, Francisco Carrasco ha dicho adiós a este emblemático negocio de Torrecera. Lo ha hecho en solitario porque su mujer, María Jiménez, falleció repentinamente el pasado mes de abril. Su ausencia ha sido, sin duda, uno de los principales motivos por el que ha decidido cerrar este negocio. “Ella era la que pasaba más horas aquí, le encantaba, la tradición le venía por parte de su padre”, reconoce Francisco.

Sus hijos, además, también le habían animado a dar el paso conociendo lo difícil que se le hacía ahora estar solo en el que negocio que hasta hace escasos meses había compartido con su esposa.

Tras anunciar en redes sociales su cierre, decenas de personas le agradecieron el servicio y el trato dado a lo largo de los años. Hubo, incluso, algunos que no se creían que el cierre fuera real. “Se darán cuenta este lunes cuando vean que no abro”, comentada el hasta ahora propietario. “Es verdad que los fines de semana vienen muchas personas de todas partes, pero el día a día también es complicado pagar nóminas”, reconoce.

Este domingo, Francisco sirvió las últimas comidas a los clientes que llenaron por última vez las mesas de la plaza de Torrecera. Un último día en el que no faltó “la parrillada y una berza”. Su hija, la conocida artista María Carrasco, también estuvo ayer acompañando a su padre en el que fue, seguro, un día duro. Sobre las ocho de la tarde, Francisco salía del local que ha sido su vida en las últimas décadas y subía a la planta superior, donde vive, “huyendo a tantos recuerdos”. “Estaré sentado un rato y después me ducharé”, contaba emocionado ya en casa, mientras “mi gente está abajo recogiendo”.

El campo será a partir de ahora uno de sus refugios mientras busca alguna ocupación hasta su jubilación. De hecho, cuenta orgulloso que parte de las verduras que se consumían en el bar procedían precisamente de lo que él mismo cultivaba. Sobre el cierre reconocía ayer que “cuesta, son muchos años y de pronto cierras. Es normal, pero tengo una nieta preciosa que me tiene loco”. Eso no evita, lógicamente, que “eche de menos a mi mujer porque, además, era muy amante de los niños y la disfrutó muy poco pero la vida es así, hay que aceptarla, resignarse y tirar para adelante”.

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