Jerez

El último motín de la cárcel

  • La abandonada prisión de Jerez se ha erigido en unos meses en un gran riesgo ciudadano, repleta de pastos secos y materiales inflamables · El saqueo de la instalación continúa ante la indiferencia gubernamental

Pensar lo contrario es una tontería. A miles de internos se les pasó por la cabeza en alguna ocasión la forma de escaparse de la cárcel de Jerez. Pasaron los años, ninguno lo logró, y resulta que de unos meses a esta parte todos los esfuerzos han sido encaminados a conseguir justamente lo contrario: meterse en la prisión. Hubo un tiempo, no hace mucho, en que era difícil traspasar la clausura que se da por obligada a un centro penitenciario. De unos meses a esta parte, quien desee adentrarse en un ambiente tan poco recomendable tan sólo tiene que empujar la verja de la entrada, que está abierta después de que rompieran la cadena que la protegía, o meterse por uno de los innumerables agujeros que se han practicado en la valle perimetral. Una vez dentro, tan sólo un enjambre de agresivas avispas se erigen en el único impedimento para acceder a este micromundo.

Por la galería número uno del clausurado centro penitenciario parece que ha pasado un motín de los de las películas. Colchones, somieres y cristales, sobre todo muchos cristales, se acumulan en el piso bajo del módulo dejando bien a las claras que han sido arrojados desde las alturas. La cárcel de Jerez, más bien sus ruinas, se han convertido en punto de encuentro de grafiteros, yonkis y saqueadores. A lo largo y ancho de su laberíntico trazado, el edificio de la vieja cárcel deja certifica dos cuestiones. La primera, que la vida allí dentro no debía ser especialmente agradable. La segunda, que el dinero público ha sido dilapidado una vez más y en esta ocasión, a menos llenas. De otra forma no se explica que un valioso sillón de dentista siga rodeado de inmundicia en la pequeña sala donde se realizaban extracciones y empastes a los internos, más que nada porque resultaba más barato hacerlo allí que flotar un furgón para llevarse al preso hasta el hospital o una clínica concertada. Todo ellos se puede ver a apenas unos metros de los locutorios donde los presos más afortunados mantenían comunicaciones con sus familias. Muchos de ellos, sin lazos, simplemente se limitaban a contar horas, días, meses y años.

Este imperio de los cristales rotos fue construido con evidente mala leche. Se siente con sólo levantar los ojos a cualquier esquina. Es por ello que sea cual sea el patio en el que te encuentres, el balconcillo al que te asomes o las rejas a través de las cuales intentes mirar tan sólo encontrarás un muro frente a ti. El punto más distante que se puede alcanzar a ver desde allí dentro es el rótulo del Campus de Jerez, un edificio que no existía cuando la prisión fue cerrada definitivamente en 2004. El módulo principal, con su enorme dependencia redonda en una no menos enorme sala, es apenas un espejismo de lo que acontece metros más adentro.

En el suelo se entremezclan los restos de las pizzas que dejaron allí sus visitantes nocturnos, así como alguna que otra guapa ligera de ropa que en su momento adornó la pared de alguna celda. Como en sus buenos tiempos, esta inmensa sala tan sólo hace las veces de recepción. Los problemas se agravan conforme avanzas por el interior. Celdas incendiadas (que han provocado dos intervenciones de los bomberos) y destrozos absolutamente salvajes te hacen ver que la vieja cárcel se ha convertido en un peligro público, más aún si se osa visitar algunos de sus pequeños patios interiores, donde los pastos acumulados se erigen en una tea en potencia.

El primer objetivo de los saqueadores -que la madrugada del sábado al domingo hicieron de las suyas a todo ritmo- han sido los sanitarios. La técnica empleada no ha sido la más efectiva pues, según pudo comprobar este medio, por cada uno que lograban llevarse dejaban cuatro destrozados.

Otro aspecto que llama la atención al visitar este inmueble es la forma en la que se realizó la mudanza. No hay excusa alguna para que expedientes, evaluaciones de los internos, así como correspondencia oficial acompañe a los cristales por el suelo donde un día se ubicaron los despachos de los juristas y los trabajadores sociales. Medicinas amontonadas en la enfermería y archivadores con historia pero sin uso son apenas una pincelada de lo mucho que quedó entre esos muros, que cuanto antes deben ser demolidos por el bien de todos.

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