Los últimos del Montepío
Pensionistas de Garvey no cobran desde hace más de un año Los resultados de una desastrosa gestión
Viven bajo la soga de perder sus pensiones. Llaman a puertas que nunca se abren. Pasan días y meses metidos en la mierda de la burocracia en un mundo difícil que pocos conocen al dedillo. Son los olvidados del sector. Este puñado de ancianos supera una edad media de 75 años. Se dejaron el lomo y trabajaron hasta la extenuación durante largos años para procurarse una vida más cómoda y confortable cuando las fuerzas fallaran. Son, por tanto, los 'últimos' del antiguo modelo de previsión social en la Vid, el extinto Montepío de San Ginés de la Jara, que arrastran la pesadilla diaria de una mala gestión y el capricho de sus superiores en una de las compañías que más vueltas a dado en los últimos años. Hablamos de Garvey, la bodega que en 1780 fundó el irlandés William Garvey y hoy intervenida por la Administración judicial.
Pero antes que nada y para desentrañar todo este embrollo, será mejor reposar los hechos. Dad un salto a la historia. Estamos en 1991, un año clave en la progresiva ruptura del peculiar marco de relaciones laborales que existía en las bodegas y que estaba más cercano -como se ha dicho en alguna ocasión- a un paternalismo feudalista dulcificado con unas gotas de cristianismo del que se predicaba en el catecismo del padre Ripalda que a unos contratos de producción entre empresarios y trabajadores. El antiguo sistema paterno-filial de arbitrar las relaciones laborales se había venido estrepitosamente al suelo.
Las bodegas trataron de dar un paso definitivo. Defendieron la ineficacia del Montepío. Era el 22 de enero de 1991 cuando se gestó la primera reunión del convenio sectorial. Los bodegueros que cerraban filas en torno a Fedejerez anunciaron que no negociarían hasta que no hubiera una salida viable para el Montepío, sin ocultar que su liquidación era la alternativa que las empresas veían más factible.
Las negociaciones se prolongaron sin éxito. Para las bodegas, el problema eran los pensionistas del Montepío. El convenio era, pues, el propio Montepío. Pasó el tiempo y los sindicatos respondieron con una huelga que recrudeció el clima en el Marco. Jerez era una locura colectiva, donde había demasiada indignación y nadie hablaba de soluciones. Se suceden las protestas de los jubilados que claman una solución. Hay pequeños altercados en las bodegas y la cosecha se queda en las cepas. Fue la última vez en el que los lagares del Marco permanecieron cerrados a cal y canto.
La providencial mediación del viceconsejero de Trabajo Ramón Marrero, hombre dialogante curtido en mil batallas, logró zanjar el conflicto. El acuerdo alcanzado y luego plasmado en el convenio, contemplaba la disolución del Montepío, la asunción de los pasivos (jubilados, viudas y huérfanos) por parte de las empresas, y el reparto de las cargas entre las bodegas (60%) y la Junta (el 40%) para los mayores de 58 años que decidieran jubilarse anticipadamente, ente los puntos que nos interesan.
Las bodegas acabaron con el Montepío, pero hubieron de hacerse cargo de sus pensionistas (o pasivos) mediante la formalización de pólizas. Garvey, que atravesaba por un momento delicadísimo, fue la única excepción: A falta de cash, la compañía exrumasina se aprestó a hacer una prenda (una hipoteca sobre un bien mueble) mediante la pignoración de 1.600 botas de la solera de su marca insignia: 'San Patricio', garantía que una comisión de la Junta de Andalucía consideró suficiente.
Aquí entran nuestros hombres: Manuel Rubiales Berenguer, un hombre llegado del Servicio de Extensión Agraria que cumplió 30 años en la bodega en labores de contabilidad, atención al accionariado y de exportación. Tiene 72 años. Luego están José Triano Rubio, de 78, hijo de un empleado de Vicasa que dedicó una vida por entero a su pasión por la tonelería; José Rodríguez Chacón, el más veterano, con 80 años a las espaldas, que entró con pantalones cortos en Garvey y llegó a capataz de bodega y, por fin, Carlos Manuel Ercilla Saldaña, Manuel 'el Silla', que provenía de la construcción y acabó su vida laboral durante 15 años de administrativo en la compañía. Pero no están todos los que son. Suman la treintena y a estos hay que añadir a las viudas, algunas con ridículas cuotas de 50 euros.
La prenda que hizo Garvey era con desplazamiento de posesión, aunque algo 'sui generis', una práctica algo habitual en el sector. La prenda quedaba en depósito de un tercero, y se evitaban así los gastos de inscripción en el registro y el pago de impuestos. Cada año, Garvey notificaba al Consejo Regulador la existencia de estos acreedores que poseían la prenda sin poder recibir los pases de vino que supusieran una merma de las soleras pignoradas. Hace dos años, el Consejo del Vino anuló la situación por consejo de los administradores judiciales, que lo consideraban sin efecto.
Los pensionistas trataron entonces de ejecutar la prenda ante notario, lo que logró evitar la administración concursal. Para ello, alegará su duda sobre su validez. "Nuestro abogado habló con el administrador, y se limitó a decir que él estaba ahí para proteger a todos los acreedores, que el vino era lo único que seguiría manteniendo la planta en activo. Tememos que, al final, se deshagan del vino".
Fue con Amable Álvarez Guerrero, el hombre de la United Dutch en España, "cuando llegó la decadencia". Amable era un funcionario del INI de extraña figura enviada por el Estado para gestionar las bodegas de la Rumasa expropiada y apodado 'Mr. Propper' por su eficacia en los despidos. "Aquello era un desastre: vasijas de ponche destruidas, botas para exportar que desaparecían..." Nueva Rumasa se hizo entonces con una compañía sumida en deudas.
Entre tanto tecnicismo, los pensionistas han pasado ya un año sin cobrar. Ahí sentados, no ven pasar la solución. "No podemos ejecutar la prenda; es demasiado costoso en gastos de procurador, abogado, costas... Y, por si fuera poco, muchos hemos perdido nuestros ahorros invirtiendo en los pagarés".
Hay lamentos por una de las bodegas más antiguas de Jerez. "¡Se la cargaron". Y Pepe Rodríguez, incrédulo, que se pregunta: "¿Quién me lo iba a decir? ¡Cuarenta años!, ¡me cago en los cuarenta años!"
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