Nadie sabe realmente cuándo un buen día puede convertirse en un gran día. Incluso darse el caso de que se convierta en un día hermoso, muy hermoso. Cualquier cosa sencilla puede cambiar el hilo de las horas para vivir cosas no vividas. ¿Cuánto tiempo debes esperar para ello?

Suena el teléfono, me hablan de una botella de Viña AB que data de los años 80 y sólo imagino una supernova de sabores de un vino que siempre se sale con la suya.

Vino que acaricia trago a trago mientras deja de ser un fino para convertirse en amontillado, sin que nunca sepas dónde exactamente se desarrollan las fuerzas reservadas al tiempo.

El amontillado fino Viña AB es un vino jovial e intimista, que hunde sus raíces en 1863, a partir de una bella historia que cuenta la tradición oral que Antonio (o Andrés) Botaina tendría una viña y un negocio de vinos que alcanzaría gran fama durante el siglo XIX. Parece ser que decide vender su negocio y que lo hace separando viña y botas de vino, de manera que esas soleras de vinos se las vendería a Domecq y la viña a González Byass. Y fruto de ello sería el Amontillado Botaina, que fue de Domecq, y el sin igual Amontillado Viña AB.

Tener amigos alrededor con los que poder compartir estos vinos y sea más difícil olvidar que ese Viña AB estaba vivo de nuevo y era capaz de detener el giro del mundo. Nos fuimos dejando penetrar por el encanto de aquella botella mientras todo se volvía más hermoso a nuestro alrededor. Cuando se hacen las cosas bien el tiempo está de tu lado.

A través de la ventana abierta se escucha Confetti (The Lemonheads) y a mí solo me apetece ver flotar papelillos de colores para cantar alto y claro mientras miro cómo brillan las estrellas en mi copa de Viña AB.

Está bien, de vez en cuando, hablar de días y vinos hermosos.