A vueltas con el engendro inmaculista

UNA de las peores épocas de la historia de nuestra ciudad fue el final del gobierno de Pedro Pacheco. Entre otros delirios, creyó que podría controlar a las cofradías jerezanas, para así conseguir el voto de sus cuantiosos miembros. El tiempo se encargó de demostrar que estaba en el error, lo que no impidió que don Pedro se entretuviera en regalar a las hermandades con numerosas chucherías, entre las que se entraban bizarros monumentos conmemorativos.
El disparate llegó a su extremo en 2005, cuando se encargó una imagen gigante (y grotesca) de la Inmaculada con el fin de plantarla en la plaza del Arroyo. La historia de la escultura bien podría servir de argumento a una película (tal vez de David Lynch), pues el caso es que aunque se pagó, jamás llegó a instalarse en la vía pública, para tranquilidad de los amantes de las nobles artes.
En los últimos días nos llegan noticias de que la estatua, cual nueva Dama de Elche, ha sido rescatada de su oculto paradero, y otra vez se nos amenaza con instalarla en un lugar público. Esperemos que alguien razone y no ponga semejante truño en una plaza del centro histórico, pues no serviría más que para ensuciar el viario, amén de asustar a niños pequeños, ser objeto de mofa por parte de los turistas y de indignación por parte de los jerezanos.
Sí, digo bien, de indignación. El mamarracho nos costó 400.000 euros, más lo que haya que gastarse ahora en ubicarlo. ¿No es una vergüenza? Sugiero que el regalito de Pacheco se instale en lugar cerrado (advirtiendo a los visitantes que pueden sufrir una crisis nerviosa al verlo) con una gran lápida con el nombre de todos los responsables de dilapidar el dinero público, para memoria de las generaciones futuras.
Pero como sé que al final la mierda de la tomata se va a poner en el casco urbano (si tapa una fachada monumental, mejor), solo me queda volver a publicar un artículo que ya salió en este diario hace 19 años con el título “LA AMENAZA FANTASMA”.
Espero que lo disfruten.
Con independencia de la condición de sus habitantes (muy discutida por autores de reconocido prestigio), Jerez nunca fue una ciudad de aspecto cateto. Tanto la arquitectura popular, como la señorial, siempre demostraron muy buen gusto. Basta dar un paseo por la Cruz Vieja para comprobar la elegancia con que la nobleza mandó construir sus palacios. En el otro extremo del casco antiguo, el barrio de San Mateo nos hace ver con claridad que incluso la gente más humilde levantaba casas impecables, que confirieron a la población un aspecto bello y armónico.
Hubo que esperar a la época contemporánea para que esto cambiase. Un concepto de ornato público mal entendido ha hecho que Jerez se vaya acatetando poco a poco, gracias a una pléyade de esculturas monumentales que han invadido las vías públicas. Algunas de ellas son sólo feas y garbanceras en sí mismas, sin alterar el entorno en que se sitúan, como el indescriptible monumento al Motero de la Granja o la Venencia de la avenida de la Paz, burdo remedo de los esplendores pop de Las Vegas. Otras, son un auténtico parche en el entramado urbano, tal y como demuestran el Enganche del Mamelón (infamia entre las infamias) o el adefesio de la plaza Aladro. Todavía podíamos considerar estos casos como leves, si los comparamos con otros dos que atentan gravemente contra nuestro patrimonio histórico.
El primero, sin duda sangrante, es esa suerte de torpedo dedicado a la Asunción de la Virgen, obra del mediocre escultor Vasallo, que fue colocado en el centro de la hasta entonces conocida como plaza de Escribanos. Las perspectivas de una de las joyas de nuestra ciudad quedaron interrumpidas por tan egregio mamarracho. El edificio más afectado es el antiguo cabildo. Precisamente durante el siglo XVI se ensanchó la plaza para que su fachada pudiese apreciarse mejor, pero la ignorancia hizo que a mediados del XX se perdiese una de las mejores realizaciones urbanísticas del renacimiento jerezano.
El otro monumento, bastante criticado por la población, fue el encargado de acabar con uno de los mejores entornos barrocos de Jerez. La escultura de Lola Flores y los olivos que (sin una explicación razonable) la flanquean, tapan la fachada del palacio del Marqués de Villapanés, que fue concebida como un gran telón de fondo situado estratégicamente entre las calles Cerrofuerte y Empedrada. Esa estampa vive hoy tan sólo en la memoria de los amantes de las nobles artes.
Ahora llegan noticias de que una descomunal estructura va a ser instalada en la plaza del Arroyo en honor de la Inmaculada Concepción. Las razones para preocuparse son varias. Por un lado se volvería a repetir un error del calibre de los arriba comentados, ocultando a la vista de los viandantes la fachada del palacio Bertemati, una de las mejores obras de la arquitectura doméstica local, proyectada en el siglo XVIII como espléndido cierre de esta zona de la ciudad.
Por otro lado se va a levantar esta masa gigantesca de bronce y piedra sin saber muy bien qué se quiere conmemorar con la misma. Según he podido leer en la prensa, se pretende celebrar el “quinientos aniversario de la proclamación del Dogma de Fe en Jerez”. Para información de los que han ideado tamaño disparate, un dogma sólo puede ser proclamado por el papa, y fue Pío IX quien hizo lo propio con el de la Inmaculada en 1854, es decir, hace 151 años. Para mayor confusión, nos dicen que en el monumento proyectado se incluyen tres figuras “las dos primeras, una laica y otra seglar aparecen vestidas a la usanza de la época (siglo XVI) y en actitud de conformar un acuerdo eclesiástico-civil de la proclamación del Dogma de la Concepción de la ciudad”. Hasta el momento se ignoraba que hubiese existido en 1505 (fecha que se puede deducir si es cierto que se recuerda ahora el quinto centenario de tan importante acontecimiento) un pontífice cismático en Jerez, que (mientras en Roma gobernaba Julio II) se atreviese, con permiso del Ayuntamiento, a proclamar dogmas sobre asuntos tan espinosos como el de la Limpia Concepción de María.
Haciendo un breve repaso a la historia del concepcionismo en nuestra ciudad tratando de hallar un motivo sólido que conmemorar con tamaño monumento, encontramos que ya existía en el monasterio de San Francisco una capilla dedicada a la Inmaculada en 1440 (hace 565 años), que en 1534 (o sea, 471 años atrás) se fundó en el citado monasterio una cofradía dedicada a la Limpia Concepción, que cinco años más tarde (hace 466 años) comenzó la construcción de una capilla en este convento dedicada a esta advocación, capilla que aún se conserva y en la que se venera a los titulares de la Hermandad de las Cinco Llagas. Se cree que las obras duraron hasta 1555, justo 450 años antes que el nuestro y quizás aquí encontremos un número redondo al que puedan agarrarse los defensores del sinsentido inmaculista actual. Por último, en 1617 los cabildos eclesiástico y civil de Jerez (cada uno por su lado) y a imitación de lo que había sucedido en Sevilla, juraron defender con su última gota de sangre la pía creencia (ojo, no el dogma) de que María fue concebida sin mancha de pecado original. Desde este último acontecimiento han pasado 388 años.
No obstante, lo de la efemérides podría ser una simple anécdota. Bastaría con que un amplio sector de la población fuese devoto de la Inmaculada para que la construcción del monumento estuviese justificada. No me consta que esta advocación goce de gran fervor entre nuestros paisanos, como sí lo tienen la San Antonio de Padua, Santa Rita, San Nicolás y muchas de las imágenes que salen en procesión en nuestra Semana Santa. Ninguna de ellas tiene una escultura en nuestras calles (y esperemos que estas líneas no den ideas), tan sólo Sor Ángela de la Cruz, a la que rezan cada día miles de jerezanos, cuenta en la calle Juana de Dios Lacoste con una figura, cuya única virtud es ser de pequeñas dimensiones.
Sin embargo, lo más triste de todo es que se gaste el dinero de los contribuyentes en embrutecer cada vez más nuestro casco urbano. Esperpentos como el que se pretende hacer en el Arroyo sólo pueden servir para que los visitantes que tengan cierto conocimiento de arte, o incluso los que no tengan más que un poquito de buen gusto, se escandalicen ante el proceso de degradación que está sufriendo nuestro patrimonio, ensombrecido por monumentos grandilocuentes que nadie comprende.
Para evitar estropear más nuestra ciudad, y si persiste el empeño de levantar el dichoso monumento, proponemos la laguna de los Tollos o Puerto Gáliz como lugares idóneos para ubicarlo. Pero si lo que se quiere es impactar de verdad a los visitantes, debe ir colocado en todo lo alto de la Sierra de Gibalbín, y en lugar de doce metros de altura debe ser diez veces más grande, de modo que los aviones tengan que esquivarlo cuando vayan a aterrizar en La Parra. Así podrán verlo sin problema los jabalíes desde el Coto Doñana y los que se estén hartando de comer piononos en Santa Fe de Granada.
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