Galería del crimen

Acerca de Klara

  • El crimen de Klara García en mayo de 2000 por dos compañeras de instituto en San Fernando conmocionó al país l La ficción en la que vivían sus asesinas creó una tragedia dolorosamente real

UESTROS hijos crecen en soledad. Las madres han salido de casa y los padres no han entrado" (Javier Elzo, catedrático de sociología de Deusto).

1. Una escena. Dos adolescentes en el autobús. Llevan pañuelos palestinos y sudaderas con capucha. En animada conversación hablan de matar. No a nadie, naturalmente. Tienen ojos angelicales, son buenos chicos bajo su atuendo escrupulosamente negro. Pero hablan de matar. Es más, hablan de exterminar. Elfos, trolls... Uno describe un cuerpo virtual destripado. Sin duda, son buenos chicos.

2. Una estadística. Datos de la Junta: el 80% de los jóvenes andaluces rechaza la violencia. "Es preocupante, pero no alarmante". Un informe del Centro de Estudios Reina Sofía realizado sobre 800 entrevistas a adolescentes de centros de secundaria entre 12 y 16 años disecciona a ese 20% que no rechaza la violencia. El 7,6% admite ser un agresor, un 'matón', y un 4,9% reconoce que utiliza algún arma de intimidación. Al 59% de los agresores le divierten las actividades de riesgo. El 41% de los agresores prefiere videojuegos violentos. El 39,3% de los agresores siente rabia y odio hacia los demás. El resto, hasta ese 20%, portan miedo e indiferencia.

3. Un crimen. "¿Me habéis traído aquí para matarme?" Era una voz estupefacta. El 26 de mayo de 2000 murió Klara García. Estudiaba en el IES Isla de León en San Fernando y era compañera de las que serían sus asesinas, Iria y Raquel, las chicas de negro. Ningún profesor del centro detectó nada extraño porque, a simple vista, era indetectable. Klara había compartido en su día con ellas su gusto por la mitología. Iria y Raquel eran más de brujas, así se autodenominaban. Klara era más de unicornios. Los dibujaba. Klara, con 16 años, encontró un chico y ya no buscó más unicornios. Se alejó de Iria y Raquel. Hacía tiempo que Iria y Raquel fabulaban con matar. A Iria le rondaba en la cabeza una película, Asesino del más allá. Jeff Goldblum moría y revivía en unos instantes para traerse con él, en su cuerpo, a un psicópata. Iria era compulsiva escribiendo. En su ordenador se encontraron historias truculentas, todas con la obsesión de la muerte. Raquel no escribía, escuchaba a Iria, se vestía como ella, oía sus discos. Iria tapó los ojos de Klara y Raquel apuñaló y apuñaló: 32 veces. Esa noche convirtieron la ficción en realidad. Se especuló sobre ritos satánicos, sobre celos y envidias. Nada de ello había. Podía haber sido cualquiera. Los medios de comunicación se rindieron: un crimen sin explicación. Luego, en el juicio, ellas mismas dieron la explicación: notoriedad y deseo de saber lo que se siente. Una sensación fuerte, psicópatas que vienen del otro mundo, gritos de Satán... ficción, ficción y ficción. Ellas sabían perfectamente que era ficción, pero que la muerte de Klara era real.

4. Los antecedentes. Iria y Raquel tenían poco que ver. Iria, hija de un marino siempre de viaje, era, según sus compañeros, "manipuladora" y tendente al autismo social. Su madre se multiplicaba para atender a sus hijos. Hábil en los estudios, tejió una alambrada en torno a su mundo. "Dejé de hablar con mi madre a los siete años", dijo a un psiquiatra de la prisión de mujeres de Alcalá de Guadaira. Raquel era hija de una madre adolescente y se crió con su tía abuela, que murió cuando ella tenía 14 años. Todo se derrumbó, su cuerpo crecía a lo ancho y sus complejos a lo alto. Iria era su tabla de salvación. Con ella se sentía segura, con ella no se sentía sola. Cuando paseaba con su disfraz de negrura y su maquillaje cadavérico por Bahía Sur la gente las miraba con respeto. Ella se sentía bien.

5. La reclusión. Apedrearon la casa de Raquel, la gente gritaba "brujas a la hoguera" a la puerta del juzgado. Iria se mostraba tranquila, Raquel había vuelto a la realidad. La Ley del Menor vino a auxiliarlas. Lo que podían haber sido 25 años de prisión se redujo a ocho y cinco de vigilancia. Raquel fue enviada a Los Madroños, un centro de menores de Carabanchel, en Madrid. Su conducta era la de una chica ausente. Estricto cumplimiento de los horarios. A las nueve y media en la cama. Pero se fue abriendo. Se interesó por los cursos de peluquería, alcanzó el régimen de semilibertad y salía por el barrio, se apuntó a cursos ocupacionales, se echó un novio marroquí. Durante ese tiempo sólo recibió visitas esporádicas de su madre. Ante uno de los psicólogos de la Fiscalía de Madrid, Javier Urra, reconoció que había cometido una monstruosidad. Iria, por contra, se mostró muy colaboradora en el centro de Monteledo, en Ourense, donde pasó su condena hasta los 23 años. Durante mucho tiempo negó su participación en los hechos, pero no se abatía por su encierro. Cambió su vestimenta siniestra, se aplicó en sacar adelante los estudios y empezó a estudiar Psicología en la UNED. Su madre se trasladó a Vigo para estar cerca de ella y la visitaba habitualmente. Desde 2006 Iria y Raquel viven en libertad. Ahora ya han cumplido su condena y se supone que residen en Vigo y Carabanchel, respectivamente. Iria tiene 25 años; Raquel, 26.

6. El dolor. "La Fundación no existe y ya no hablo con medios de comunicación". El padre de Klara inició una cruzada tras la muerte de su hija. Se creó una Fundación para encauzar estudios sobre la violencia juvenil, para conocer las razones, para educar en valores. Él no quería que la muerte de su hija fuera en vano, quería que fuera la última muerte. Pero la Fundación ya no existe. Todos los años en el instituto se celebra el día de Klara. Para los jóvenes, dueños del territorio en el que el tiempo pasa despacio, aquel hecho es lejano. En el descampado del Barrero, donde se produjo el crimen, hay un parque y un monolito.

7. Una reflexión. Hace tiempo que se ha puesto de moda un juego entre algunos jóvenes. Consiste en que uno pasea por una avenida y aborda a un anónimo viandante, sin mediar palabra, con una sonora bofetada. Mientras, un colega lo graba en el móvil. Luego lo cuelgan en youtube. El estúpido juego se llama happyslap, bofetada feliz. Afirma Javier Urra, que fue uno de los patronos de la fundación Klara y que ha escrito 22 libros sobre el comportamiento de los jóvenes, que "creo que la violencia se ha hecho más lúdica, hedonista y gratuita, una forma de divertimento. Hay jóvenes que tienen sentimiento de impunidad. Los hechos no van a más pero son sucesos muy graves. No cabe la sanción inmediata y dura. Lo único que cabe es educar correctamente a corta edad para generar anticuerpos contra la violencia". Hace cuarenta años Anthony Burguess escribió La naranja mecánica. Trataba de la violencia juvenil como diversión y de la reeducación.

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