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economía

Letizia y el decrecimiento

El decrecimiento choca con el principio de crecimiento continuado del consumo. El decrecimiento choca con el principio de crecimiento continuado del consumo.

El decrecimiento choca con el principio de crecimiento continuado del consumo. / José Ángel García

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

El decrecimiento no es precisamente una propuesta nueva. Quizá el primer decrecentista, apunta Javier Fernández, desde el Colegio de Economistas de Cádiz, fuera Thomas Malthus. La cuestión de hasta cuándo podía seguir el ser humano explotando sus recursos lleva pues, con nosotros, ya algún tiempo. Feroces y fagocitadores lo hemos sido mucho, muchas veces, pero desde luego no a la escala que practicamos hoy día.

El decrecimiento como tal se asienta en un estudio de 1972 titulado Los límites del crecimiento que apuntaba la inviabilidad de un crecimiento económico continuado y el equilibrio ecológico.

A esa incompatibilidad hacía referencia la reina Letizia esta semana cuando, durante el XVI Seminario Internacional de Lengua y Periodismo, comentaba hasta qué punto eran compatibles conceptos como ‘desarrollo’ y ‘sostenible’. El ministro de Transformación Digital, José Luis Escrivá le replicó que esas ideas estaban faltas de fundamento y eran catastrofistas.

Para otros, sin embargo, la duda está más que fundamentada. Andreu Escrivà comparte apellido con el ministro, pero poco más. Consultor ambiental y divulgador, advierte de los peligros que encierra una idea como la sostenibilidad, que se ha convertido en una etiqueta “con la que se pretende que sigamos haciendo lo de siempre, con ciertas correcciones: la rueda económica necesita hacernos creer que es posible”.

El decrecimiento ha saltado, pues, al discurso mayoritario. Le ha costado, porque dinamita el mecanismo profundo del sistema en el que vivimos, basado en la generación de beneficios y el crecimiento constante –en torno a un 3% al año–. Cualquiera que quiera visualizar el efecto de algo así no tiene más que recordar, apuntaba Jason Hickel en Menos es más (Capitán Swing), la anécdota del grano de arroz y el tablero de ajedrez.

China tiene un cuarto de la población mundial pero sólo un 6% de las reservas hídricas y un 12% de terreno cultivable”, apunta, como ejemplo, Javier Fernández. Así, en En el gallo de hierro, Paul Theroux explicaba su creciente ansiedad a medida que atravesaba el gigantesco país en los años 70: era raro el trozo de tierra que no se aprovechara, de alguna manera, para el consumo.

“Todos conocemos los famosos objetivos de desarrollo sostenible de la ONU. 17 principios entre los que se incluyen puntos como la acción por el clima o el desarrollo de la energía sostenible –continúa Javier Fernández–. Pero, debajo de este puñado de buenos deseos, hay 367 metas parciales: una de ellas, es el control o los medios para evitar la superpoblación”.

Desigualdad: el principio de Pareto

Fernández menciona el principio de Pareto para ilustrar nuestra relación entre población y recursos (la ley del 20/80: el 80% del resultado proviene del 20 % de lo que se hace). “Pues casi que lo cumplimos, porque el 25% de la población mundial dispone del 87% de los recursos. Ese desequilibrio da lugar a dos teorías: una, que defiende el reparto más equitativo de todo; y otra, que se pone en línea con un nuevo colonialismo”.

Aunque seamos conscientes del deterioro de los recursos naturales, intentamos buscar una vía de en medio: de ahí conceptos como economía sostenible, circular, azul… Pero lo cierto es que no es suficiente. No sirve de mucho proponerse consumir menos en un panorama de obsolescencia programada. O la cuestión del reciclaje: “De todo lo que consumimos, hay una tonelada de retorno y nueva que no, porque la energía no se recicla y, de los materiales, sólo una pequeña parte”, recordaba Andreu Escrivà.

“Una cosa es la conciencia y otra cómo marcha la sociedad –apunta Fernández–. En Canadá, por ejemplo, se han dado cuenta de que tienen que ir dando marcha atrás con el coche eléctrico. Entre otras cosas, porque reciclar una batería de litio es cuatro veces más contaminante que un coche normal”.

Javier Fernández, CEC: "Una cosa es la conciencia y otra, cómo marcha la sociedad"

Decrecimiento. El concepto remite en el imaginario a cartillas y estanterías vacías. Y es una píldora dura de tragar para territorios (como el nuestro) en los que la escasez no es sólo que se recuerde, es que nunca se fue del todo. “Una vez que finaliza la II GM, y con el mundo en bloques, se afianza el contrato social y el desarrollo de la llamada clase media, con la educación como ascensor, o al menos, como salvación. Todo eso está ahora un poco cuestionado”, contextualiza Javier Fernández.

A ello se suma que, a regiones como Cádiz, ya las han decrecido, por decir, reconversión tras reconversión. Ahora somos camareros. Y el turismo es una de esas cuestiones en el punto de mira de esa vida nueva en la que, lo mismo, tampoco estamos. Aunque, desde luego, el turismo no es el único comportamiento que se pone en la picota: cómo nos movemos, lo que comemos, que vestimos, a lo que dedicamos el tiempo libre, que diría Perales.

“Si todos cediéramos y no tuviéramos cuatro vaqueros en el armario, quizá nos concienciáramos, pero es que el ser humano es más complejo que un blanco y negro. El ser humano es cainita”, explica Javier Fernández.

La teoría del goteo y la lluvia hacia arriba

Que esto es así lo demuestra, precisamente, el fiasco del neoliberalismo y la famosa teoría del goteo: si los ricos iban aumentando su capital, decía el planteamiento, al final terminaría ‘decantándose’ en los siguientes niveles sociales. Más que un goteo, desde luego, ha resultado una lluvia hacia arriba.

Yago Álvarez Barba, que presentó hace unos días su Pescar el salmón en Jerez y Cádiz, no concibe el decrecimiento sin redistribución de la riqueza. En la misma línea se muestra Piketty, que afirma que una “drástica reducción del poder adquisitivo de los ricos tendría un impacto sustancial en la reducción de las emisiones mundiales”.

Acabar con el hambre, por ejemplo, no es tan difícil: se necesitarían 600 mil millones de dólares al año –puntualiza Javier Fernández–. Puede parecer mucho, pero es que sólo la industria armamentística mueve 4.2 billones”.

Escandalicémonos. Pues ahora, escandalicémonos aún más al saber que España es uno de los mayores exportadores de armas del mundo. ¿Quieren ver de cerca la complejidad del tema? Recordemos las corbetas.

No es lo mismo ganar 30.000 euros en Estados Unidos que en Finlandia, con muchos servicios gratuitos

La cuestión, por supuesto, es la energía. No es que nuestro consumo no tenga pinta de disminuir, es que aunque ahora cortáramos de forma radical, las consecuencias de lo que llevamos acumulado seguirían ahí (durante le confinamiento duro, la emisión de gases descendió sólo un 17,7%). Según un artículo de Oxford Academic, ya estamos entrando en territorio desconocido a nivel climático.

“Junto a decrecimiento se escuchan también otros conceptos, entre los que está el ecofascimo –indica Javier Fernández–. Porque claro, la prohibición nos mete en un terreno muy peligroso, con unos políticos que nos utilizan, porque nos necesitan, pero no nos quieren”.

Pero el decrecimiento no se trata del fiasco del sistema de mando y control soviético, ni de algún tipo de plan desastroso de empobrecimiento voluntario –apunta Jason Hickel– sino una economía no basada en la acumulación”.

Una propuesta que habla de una “reducción ordenada, justa y democrática de material y energía a nivel global”, reflexionaba Andreu Escrivá. Sería más caro, eso sí: es más barato tener muchas cosas de dudosa calidad que una buena.

“Cuando hablamos de bienestar humano, no se trata de los ingresos en sí, sino de lo que podemos comprar con esos ingresos”, relativiza Jason Hickel, que desarrolla una reflexión interesante. No es lo mismo ganar 30.000 euros en Estados Unidos que en Finlandia, con educación y sanidad gratuitas. Hickel, antropólogo económico, compara la desposesión de los servicios públicos a los antiguos cierres de bosques y tierras comunes: una forma de cercenar lo común para empobrecer y precarizar.

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