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  • La incertidumbre sobre el futuro que provoca el cambio climático tiene peso en las vidas de los más jóvenes, pero no tanto como la inestabilidad de un presente precario

La economía tras la ecoansiedad

A la inquietud ante los nuevos escenarios climáticos y sociales se une la actualidad de la precariedad. A la inquietud ante los nuevos escenarios climáticos y sociales se une la actualidad de la precariedad.

A la inquietud ante los nuevos escenarios climáticos y sociales se une la actualidad de la precariedad. / Lourdes de Vicente

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

“¿Qué podremos hacer para fidelizar a nuestros cuerpos de seguridad de élite cuando llegue el evento y el dinero ya no valga nada?” El evento: una nueva epidemia, la ruptura del ciclo de cosechas a nivel mundial, una glaciación, un hongo atómico, un Mad Max, un Waterworld. Esa es la pregunta que, asegura el filósofo del MIT Douglas Rushkoff, le hicieron un grupo selecto de milmillonarios en una reunión a la que le convocaron en un rincón del desierto de Alto. La cuestión de que todo aquello fuera una broma, o algún tipo de apuesta, pasó desde luego por su mente, pero no, no lo era.

La historia –que relata y sobre la que reflexiona en La supervivencia de los más ricos (Capitán Swing) – es suculentísima: ¿es sólo neurosis de rico lobotomizado por su propia condición o es que ellos saben algo no sabemos nosotros?

Quizá no tengan que saber mucho más: hace poco se hacía público que ya hemos sobrepasado seis de los nueve umbrales que colocan al planeta fuera del entorno de seguridad que permite la vida en la Tierra. El ser humano ha sobrevivido al derrumbe de varios imperios, a plagas desoladoras, al barrido de civilizaciones. Y del futuro, quién sabe, el futuro siempre se ha caracterizado por ser ese tío que ríe el último. Pero es cierto que lo que ahora vislumbramos más allá de las murallas impone más que los bárbaros.

“A las evidencias científicas –cuenta Javier– se unen cosas de las que hemos ido siendo testigos todos. Antes había libélulas y ahora, no. Antes ibas en un viaje largo en coche y el parabrisas terminaba lleno de bichos. Términos como DANA o Medicane no sabíamos ni lo que eran”.

Ecoansiedad es uno de esos términos que antes no existían. Javier es ingeniero de energía y asegura haber estado preocupado por lo que ocurre a nivel medioambiente desde que tiene uso de razón. Aunque no sólo: su generación, como se suele decir, no ha vivido una guerra, no ha vivido los últimos latigazos de la dictadura, “pero nos estamos tragando tres crisis seguidas, con el marco del cambio climático”. “Incluso si logras sortear cuestiones como que varíe la línea de costa o si el CO2 llega a controlarse de manera milagrosa, la inercia climática para los próximos años no podemos pararla, y eso quieras que no tendrá efectos en cuestiones como la migración o la economía y el turismo”.

"Hay términos como DANA o Medicane que antes no existían y ahora están incluidos en el vocabulario"

“Ahora mismo, estamos compartiendo piso tres personas que yo diría, no sólo estamos hipercualificados, sino que somos privilegiados”, indica. El año que viene terminará el doctorado y se irá a trabajar a Estados Unidos, donde vive su novia: “Me da pena porque no me gusta el sistema hipercapitalista de los estadounidenses, pero al final es donde me van a pagar de forma decente”.

Piensa que su formación científica ha influido en su concienciación, “porque hay líneas de continuación, evidencias y gente de mucho peso detrás”. Por formación, también, le preocupa también la zona gris que pueda suponer el cambio de modelo energético: “Ahora mismo Arabia Saudí está subiendo artificialmente el precio del petróleo porque se quedan sin recursos… Antes de perder su modo de vida, se van a revolver. Véase Rusia con el gas: sigues la energía y es como seguir el dinero”.

“¿La persona rallada con el medioambiente? Esa soy yo, por ejemplo. O, al menos, sí que estoy muy metida en cosas de cambio climático –asegura Paula–. Es verdad que se nos ha informado muchísimo pero, a pesar de eso, nos ha pillado el toro, llegamos tarde y teníamos que haber hecho un montón de cosas para ayer. Ya vamos mal y eso, en principio, llama a una visión negativa porque te hace resignarte”.

Paula, con 17 años, es la más joven de las voces que aparecen aquí. Está haciendo segundo de Bachillerato en la rama de Arte y cree que luego hará Bellas Artes. Nada está muy claro todavía: “Soy un poco bipolar cuando pienso en el futuro –dice–. Tiendo a ser optimista y me digo que si no trabajas en lo que te gusta, seguro que te puedes adaptar, pero si lo pienso fríamente sé que no es tan así. Y luego, en las noticias están todo el día con lo de los pisos, la subida de precios y demás. Aun así, sé que seré feliz porque el trabajo no lo es todo”.

Un poco mayor es Pablo, de veinticinco años. Colabora de cerca con Ecologistas en Acción y ha estado metido –cuenta– en el activismo y la concienciación medioambiental desde siempre, porque su padre era de los que estaba en Agaden “de toda la vida” y lo llevaba a las reuniones. La línea de compromiso la ha seguido participando en los Friday for Future o en Extinction Rebellion. Durante este año, está de voluntario en una ONG de inclusión a ex tutelados en Cataluña: “Si cuando vuelva no encuentro nada, pues tendré que pensar en empresas más de todo tipo u oposiciones”, dice. Menos bonito, reconoce, pero más de comer: “Una de las diferencias que yo veo con la generación de mis padres es que podría vivir y trabajar en cualquier lugar del mundo si es de lo mío”.

También reconoce saber qué es la ecoansiedad: “Pero, a nivel general, con el cambio climático ocurre que queremos saber exactamente qué va a pasar, cómo va a cambiar el planeta: y eso no lo sabemos, excepto que va a ser traumático para los ciclos que conocemos”, porque esa es la misma definición de los famosos puntos de no retorno: cambios significativos que alteran su medio y de los que desconocemos su efecto dominó al completo. “Los escenarios posibles son muy distintos pero es que los más positivos, tampoco son buenos: por eso mucha gente utiliza metáforas apocalípticas para explicar el cambio”.

Hace poco se dio a conocer que se han traspasado seis de los nueve umbrales de seguridad de la vida en la Tierra. Hace poco se dio a conocer que se han traspasado seis de los nueve umbrales de seguridad de la vida en la Tierra.

Hace poco se dio a conocer que se han traspasado seis de los nueve umbrales de seguridad de la vida en la Tierra. / Lourdes de Vicente

Y, ante ese estadio, lo normal es que llegue la paralización, vía el horror o la resignación: “Así que, si te encuentras por el Insta una cosa de gatitos y otra de los tipping points, pues lo normal es que pases de los tipping points– señala Paula–. Y es importante que la vida siga y que no te coma la ansiedad, pero no hemos de perder de vista la acción, y la acción tiene que ser algo colectivo. Mucha gente lo que me dice es justo eso: que solo no puedes hacer nada. Y es cierto, sólo apenas puedes hacer nada”. Esta cuestión, la de la individualidad, es especialmente difícil porque es lo que se nos vende como sociedad, “por todas partes, queramos o no: el héroe en las narraciones siempre suele ser uno. Es muy difícil quitarse eso de encima y decir: no, esto es algo colectivo o no tiene sentido”.

“Yo ahora mismo, por ejemplo, estoy empezando a decir si puedo elegir lo que como, y lo mismo termino siendo vegetariana o vegana y cuando empecé, el término vegano no lo conocía nadie –apunta Paula–. Pero hace falta fuerza social enfocada a las cosas importantes, es muy fácil sentirse mal y no cambiar las cosas”.

La cuestión del individualismo es también una piedra de toque para J.S.M, de 33 años: “Si te fijas, toda la publicidad tiende a eso, a la unidad, a la celda, a la monodósis, las familias monoparentales, los videojuegos de un solo jugador –explica–. Evitamos hablar por teléfono pero estamos todo el rato con el móvil, lo que promueve aún más la burbuja. Creo que hay falta de comunicación y de seguridad”.

J.S.M. ha hecho Derecho y, ahora mismo, estudia oposiciones y trabaja por las mañanas. No tiene nada de ecoansiedad: “Son las circunstancias generacionales las que hacen que no puedes planificar una vida sin tener un trabajo estable”, asegura. Un trabajo estable de dos personas, puntualiza. “Yo, la gente que conozco que medianamente ves que está encaminada o puede pensar algo así es, o porque los padres los pueden mantener, o porque viven en segunda residencia o en algún piso que tenga la familia”, añade. En El Puerto, Javi paga 600 euros de alquiler, “y porque es una amiga de mi madre, si no, de los 900 no hay quien lo baje”.

"Hace falta fuerza social: la acción es algo colectivo pero tenemos inculcado el individualismo"

Piensa que el mercado laboral español ha tirado mucho tiempo por la titulitis, y no se ha podido absorber a tanta gente. Antes, era rarísimo tener un máster y un posgrado, y ahora es de obligación. Igualmente, piensa que ese está generando ya una burbuja con el FP, especialmente, en algunas especialidades, como el diseño de aplicaciones. Para él, el tema medioambiental tiene mucho de desolador: será transcendental, pero “al final, los ricos van a seguir siendo igual de ricos y haciendo lo mismo”

“El deterioro del medioambiente –afirma Pablo, que ha hecho un Máster en Ciencias Sociales aplicadas al Medioambiente– nos lo vamos a comer los mismos que nos comemos la escasez”. Una de las cosas en las que puntualiza a Extinction Rebellion es que, precisamente, un gran problema es que no estamos todos en el mismo barco –uno de los lemas en las acciones que señalaban a los yates, por ejemplo–:“Los costes de la crisis climática no se reparten equitativamente”.

Tanto o más que un problema climático –aporta Javier–, lo que tenemos que gestionar es un problema de clase: los poderosos siguen teniendo la capacidad del discurso y la narrativa, y te dicen que tienes que reciclar y ducharte rapidito. Ser responsable está muy bien pero no culpar a la gente ni pedir cosas a costa de la calidad de vida, a veces a un nivel tan extremo que parecen que te piden a ti toda la responsabilidad, y los responsables ya sabemos quiénes son. Nuestra ropa puede ser casi de usar y tirar o el móvil termina siendo inútil por culpa de la obsolescencia, pero nosotros sólo podemos limitarlo: es muy difícil ir contra todo un sistema planteado así. El mercado termina obligándote a que, si quieres algo, tengas que pasar por él”.

“Es lógico que si no llegas a fin de mes, o te tienes que comer otra subida del alquiler, tu prioridad no sea precisamente la subida del ph en el Atlántico, que le den al atún –desarrolla–. Si no puedes comprar ternera porque el precio de la carne es alto, puede que no sea por el cambio climático, pero es una de las muchas cosas que pueden venir dadas por el cambio climático, que de seguro va a provocar una serie de hostias a nivel económico que vamos a notar todos”.

Relacionado con esto está el carácter elitista que se asocia a un estilo de vida ligado a la observancia ecológica –algo que casa muy bien con el sistema: ¿lo quieres? ¿cuánto lo quieres?–. Para Pablo, el llamado “ecologismo caviar” está vinculado a una limpia de conciencia: el coste de más que uno paga por consumir productos biológicos, de cercanía, ropa de comercio justo, desembolso en coche electrónico si se tercia… viene a ser una dispendia, una bula papal vestida de verde. Un marco en el que, opina Paula, “te puedes sentir impulsado a culpar al otro, que no tiene tiempo, ni espacio, ni dinero para hacer lo que idealmente tú propones.”

"Tanto o más que un problema climático, lo que tenemos que gestionar es un problema de clase"

Cuando lo cierto, afirman ambos, es que "el 80% del agua la destinamos a regadío pero las campañas se enfocan a que tienes que ahorrar agua o ducharte en tres minutos” o que te “machaquen con lo importante que es reciclar mientras que las petroleras contribuyen en un 70% a las emisiones”.

“La mayoría de las decisiones que se toman desde arriba son excesivas para la extrema derecha, enseguida salen con cosas como ‘Mira a China’ –indica al respecto Pablo–. Pero lo cierto es que luego nadie para ir a la raíz de los problemas, a las cuestiones estructurales que tenemos que cambiar”. Para él, la concienciación –y la acción– ecológica es algo muy distinto de lo que dicen los políticos: “Por ejemplo, ahora parecen volcarse en el tema de los coches eléctricos cuando sabemos que esa no es la solución, empezando por dónde almacenas esas grandes baterías de litio cuando se gastan”. Por no hablar del nulo valor de los planes a largo plazo en política. “¿Esto que se va a ver, en ocho legislaturas? Pues a mí qué más me da. Pero hay cosas que sí se pueden hacer en plazos asumibles, como la creación de zonas de emisión cero u organizar redes de transporte público decente”.

En la línea de sublimar la responsabilidad individual mientras les damos visa a los grandes culpables está el concepto de huella de carbono: una medida que popularizó BP. La huella de carbono mide la marca que tienen nuestras actividades y estilo de vida en las emisiones de CO2. Tener un coche y pillar aviones computa en lo más alto de la escala, pero nada es comparable en nuestro impacto –han llegado a medir, con afán mengueliano– con tener hijos. “Sí, una buena opción contra las emisiones de carbono puede ser no tener hijos. Otra muy buena es matarse”, bromean todos los que aparecen en el reportaje. “Todo eso –insiste Pablo– no es más que desviar la atención respecto a las políticas reguladoras”.

“La mayor parte de la gente que he visto que no tiene niños es, o porque no quiere, o porque no tiene las condiciones económicas adecuadas”, asegura Paula.

“A mi alrededor, quien tiene claro el tema de los niños se lo plantea mucho más tarde de lo que lo hicieron sus padres –corrobora Javier–. Es verdad que, en mi círculo, los ritmos de la academia influyen, pero también el tener un domicilio est able o comprarse una casa, y ninguno de mis amigos que pueden hacer algo de esto están en España, por cierto”.

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