Los pobres hablan de su historia
Stephen Pimpare saca a la luz la crónica de los marginados y vagabundos en la tierra de las oportunidades.
Historia de la pobreza en Estados Unidos. Stephen Pimpare. Península, 2012. 431 páginas. 26 euros.
John Jacob Astor llegó de Alemania y acumuló una gran fortuna gracias al comercio de pieles. Sus descendientes regentaron una de las principales firmas inmobiliarias de Manhattan. El gran magnate del acero Andrew Carnegie empezó con treinta años en Pittsburg y cuando murió sus beneficios ascendían a 40 millones de dólares. John D. Rockefeller construyó su gigantesco imperio de industrias y transportes a partir de una modesta refinería en Cleveland (Ohio) a donde su padre había llegado vendiendo medicamentos. ¿Les suena esta historia? La descripción del éxito individual en la tierra de las oportunidades ha sido la narrativa dominante de la vida norteamericana de los últimos siglos. Pero hay una historia paralela. La que se refiere a la otra mitad de los americanos, los que lucharon por salir de la miseria pero fracasaron, teniendo que soportar la ofensa de un discurso hegemónico que los acusaba de holgazanes y perezosos, atribuyendo la estrechez de su condición material a su degradación moral.
Esta es la historia que saca a la luz Sthepen Pimpare: la de los marginados por el capitalismo brillante y expansivo, no menos que ofendidos por el discurso legitimador que premió el éxito del beneficio demostrado. Doble estigma que hunde su raíz en el arquetipo medieval del falso mendigo. Más tarde, durante la edad moderna, las leyes sobre la mendicidad colocaron a todo aquel que no se sometiera a sus supuestas ventajas educativas y regeneradoras bajo la sospecha de la ingratitud moral y la desobediencia civil. En el mundo anglo-americano esta exclusión, como es sabido, se exacerbó con el discurso puritano de la diligencia, la sobriedad y el ahorro que acentuó la sensación de culpabilidad e ignominia social entre quienes no lograban alcanzar tales estándares de virtud.
Hasta aquí todo es bien sabido: lo han estudiado historiadores, sociólogos y ese renglón de los teóricos de la cultura que no falta en los anaqueles de cualquier librería norteamericana. La originalidad del punto de vista de Pimpare, galardonado con el premio Michael Harrington de ensayo, estriba en conceder la voz a los pobres, mendigos, vagabundos y todos aquellos situados en los márgenes del sistema que dejan de ser meros pacientes de los programas de asistencia social para convertirse en protagonistas que sobreviven con sus propias estrategias (de resistencia, colaboración, rendición...) y elaboran discursos alternativos sobre su propio razonamiento lógico. La pregunta que quiere responder el autor no es, en consecuencia, cómo y por qué ha cambiado la política sobre los pobres en América con el paso del tiempo sino cómo ha cambiado, o no, la experiencia de ser pobre.
Todo el libro se organiza desde este presupuesto, rompiendo la cronología habitual de otras historias de la población marginada y excluida de los EE UU (la Guerra de Secesión, la crisis de 1893, las décadas de políticas progresistas, la Gran Depresión, el New Deal, las revueltas de los 60) que es sustituida por una ordenación temática construida desde la experiencia de los necesitados: sobrevivir, dormir, comer, trabajar, amar, luchar por el respeto, huir, rendirse y resistir son los capítulos que arman el argumento de esta obra. Contemplados desde dentro (gracias a las cartas y memorias personales oportunamente seleccionadas por el autor) los comportamientos de los que nada tienen tantas veces tachados de egoístas e irresponsables adquieren una justificación lógica y sus protagonistas (entre los cuales hay muchas mujeres) recuperan su dignidad. Las estrategias de supervivencia familiar, de solidaridad vecinal y de apoyo comunitario se erigen como principales bastiones de unos proyectos de vida cosificados por la burocracia de muchos programas de asistencia, por las leyes hechas a la medida de las políticas económicas (especialmente sangrantes las que empobrecieron y desarraigaron a la población afroamericana del sur en los años 30) o las tristemente célebres políticas que quisieron controlar la conducta sexual, reproductiva y laboral de aquellos que se acogían a la protección de las redes de albergues y hospicios, a los cupones de comida y otros subsidios sociales. Algo ha debido fallar en las políticas públicas de auxilio social en Norteamérica cuando los testimonios de sus beneficiarios recogidos en este libro expresan mayoritariamente desconfianza, rechazo e indignación ante tales actuaciones.
La inclinación al discurso de denuncia no empaña, en todo caso, el rigor del análisis de un ensayo que devuelve la voz a los desfavorecidos e invisibles en las historias canónicas construidas desde la propia lógica de intervención de las instituciones asistenciales. Antes bien expone a la vista de todos las costuras de un modelo que evidencia serias fracturas. Un desafío metodológico de tal magnitud es digno de admiración y hace olvidar algunos problemas formales que aquejan al texto derivados de la excesiva acumulación de ejemplos que, a veces, incurren en la repetición y confusión expositiva.
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