Ars Longa, Vita Brevis
La ciudad de la historia por Eugenio J. Vega y FCO. Antonio García
INICIAMOS el curso con este pequeño pero sentido homenaje a José Ramón Fernández Lira, que nos dejó ya hace más de cuatro años. Quedó sin publicar un libro suyo conmemorativo de la Escuela de Arte, dedicado a las obras de profesores y alumnos que podemos ver en nuestra ciudad, una especie de recorrido artístico por nuestras calles de la mano de tan notables personajes de nuestra cultura. Él mismo nos pidió a Juan Luis Sánchez y a mí el prólogo que, quizá con demasiado atrevimiento, quisimos hacer a la manera de un diálogo platónico-renacentista. Aquí lo reproducimos en su memoria.
PACO ANTONIO. No estamos, amigo Juan Luis, a la sombra del plátano en la ribera del Iliso y quizá no sea el momento para un diálogo platónico; pero conversar aquí sentados en la umbrosa e histórica Polvera o Por-vera, como seguramente quiso la etimología popular, junto a las murallas del viejo Jerez y bajo estos majestuosos jacarandás, casi nos convierte en Sócrates y Fedro del siglo XXI: tú aquél, desde luego, por sabiduría y edad; y yo éste, porque, si no mucho más joven, sí soy mucho más insistente.
JUAN LUIS. Gracias por el símil, Paco Antonio, pero creo que es la edad la que ha puesto más empeño en mis conocimientos: sabe más el diablo por viejo… Otros tiempos hubo, no tan lejanos, en los que parte de la sabiduría popular se transmitía alrededor de unos vasos de vino en las tabernas, término que antes definía un todo, "tiendas", y ahora define una parte "taberna o tabanco". Esa calle que tiene querencia a la muralla y por eso siempre discurre por su vera, acoge a uno de esos tabancos que en sus tiempos tuvo fama y donde, tal vez, se sentaron más de un "Sócrates" y más de un "Fedro".
P. A. Por otra parte, compañero, acaso más por Séneca que directamente de Hipócrates nos llegó aquella máxima que ahora me viene a la memoria: Ars longa, vita brevis. No era esa ars nuestro arte, sino la ciencia de la medicina, pero nosotros solemos entenderlo a nuestra manera; y ahora me da por arrimar el ascua a mi sardina, mientras adivino allí la eterna portada de la Escuela de Artes y Oficios: siempre la vi ahí y parece como si siempre vaya a estar. Nuestra vida es corta para tan largo trayecto de este antiguo edificio, hoy joven depósito y cuna de las Artes.
J. L. Su vida y sus avatares tuvo este edificio, antiguo convento de Santa María de la Victoria. Sin duda, los parroquianos del tabanco antes mencionado verían salir de él a los frailes mínimos de San Francisco de Paula, pues sus puertas, por su disposición, parece que dialogaban. Los inquilinos del cenobio, fundado en 1542, no envidiaban a sus vecinos, porque mientras paseaban por el claustro también podían olfatear y degustar la dieta líquida del dios Baco, ya que el convento disponía de amplias bodegas. Después de trescientos años de meditaciones, Mendizábal los envió a su particular diáspora.
Luis Pernia de Terán, montañés del Valle de Iguña, rescató al convento de su sentenciada ruina y lo compartió con la escuela pública de niños de Santiago. Más adelante testaría en favor del Ayuntamiento destinando el edificio a Instituto provincial o a Escuela Agronómica, Industrial y Comercial, haciéndonos así recordar a otro insigne montañés: Juan Sánchez, fundador del Colegio de Humanidades, germen del Instituto Padre Luis Coloma. Ya en el siglo XX, Fernando de la Cuadra, como un moderno alarife, sagaz y prudente maestro de obra, revistió la misteriosa piel del convento con una capa de ladrillos que modelan unos rígidos escudos.
P. A. También a conocer la historia de sus solemnes dependencias a mí me ayudaban tanto las palabras de mi padre, como mis propias andanzas por la encrucijada de la Victoria. En la vieja imprenta de la calle de Monjas Victorias, precisamente, él me hablaba de aquellos monjes mínimos y de las mínimas del convento próximo y del callejón de Negros. Y todavía hoy recuerda aquellos tiempos difíciles de su niñez, apenas adolescencia, en que, después del duro y especializado trabajo tipográfico, pasaba las tardes en las clases de Dibujo bajo la atenta mirada de don Nicolás Soro o don Vicente Chamorro. Y no le da mérito, pero yo sí, a esos cuatro diplomas que yo poseo y que reconocen el aprovechamiento de aquel niño, Manuel García Parra, que con trece, catorce y quince años, era ya capaz de trazar líneas y lavar con acuarela unas láminas perfectas, técnicas y artísticas, dignas de Fidias, Apeles o Parrasio, que hoy engalanan nuestra casa.
J. L. Efectivamente, fueron tiempos que le dieron poco respiro a la adolescencia; después de la niñez ya estaba acechante la edad adulta. Los alumnos, empujados por la vocación, por la voluntad o por la necesidad, trabajaban a destajo: copia de los modelos de escayola, cartel, modelado, diversas perspectivas… El espacio para estirar las piernas quedaba limitado a los corredores altos del claustro. Por el contrario, hace unos años, los alumnos, haciendo caso omiso del inmóvil y áptero Ícaro de su Escuela, volaban a menudo a hacerle compañía a Alfonso X que, en la Puerta Nueva, siempre se veía rodeado de futuros artistas conceptuales, para quienes lo importante es la idea, el concepto, no su realización material. Alfonso, como hombre Sabio, no quiso ser confidente de tantas ideas y se recluyó en el Alcázar.
P. A. Sí, pero con mi natural insistencia, por no decir pesadez, vuelvo a lo antiguo. La cabra tira al monte y los de Clásicas a los orígenes y a las fuentes. Es sorprendente cómo esta Escuela, junto con la de Comercio y el Instituto Padre Luis Coloma, constituían eso, la fuente y la referencia cultural jerezana de entonces, por antonomasia. Los que allí eran profesores y no pocos alumnos escribieron, han escrito y hoy siguen escribiendo imperecederas obras en el espléndido libro de la cultura de nuestra ciudad. A veces, de nuevo mi padre me nombró al gran Miciano y me indicó quién era Muñoz Cebrián, que vivía en la cercana calle Doctor Mercado, y Pinto y Padilla y el bueno de Prieto, y tantos otros hasta llegar a Fernández Lira con quien tanta relación, por mil razones, tuvimos los dos y continuamos teniendo, ¿verdad? Sobre sus hombros metafóricos, y hasta físicos, ha descansado buena parte de la cultura, te repito, de Jerez de la Frontera.
J. L. Los nombres que has citado, y otros muchos que se podrían mencionar, y yo afortunada y modestamente puedo incluirme entre ellos, han ido formando los eslabones de esa ininterrumpida cadena que ha engarzado, y viene haciéndolo, la Escuela de Artes. En esa referencia cultural jerezana por antonomasia, que tú apuntas, Escuela de Artes, Instituto Padre Luis Coloma y Escuela de Comercio, hay que añadir, sin duda, el nombre La Salle, institución a la que, de una manera u otra, ambos hemos pertenecido y pertenecemos. Y, a mayor abundamiento, recordemos, como tú bien sabes, que toda la vida profesional de José Ramón Fernández Lira estuvo tan ligada a ella como a la Escuela de Artes.
P. A. Es evidente, entonces, que por muchas razones José Ramón sería el más indicado para pasearnos por la ciudad y mostrarnos, como en un museo, las obras que tantos y tan magníficos artistas realizaron, hombres y mujeres que bajaron de las tarimas o se levantaron de los mismos pupitres de nuestra querida Escuela de Arte. Es de justicia levantarle un monumento por lo que supuso para nuestros antepasados y lo que todavía ofrece y promete hoy día y en el futuro. Pero vayamos hacia su puerta mientras recuerdo en su homenaje los versos de Horacio:
Concluí un monumento más perdurable que el bronce/y más alto que la regia arquitectura de las pirámides,/que ni la lluvia erosiva ni el incontenible ventarrón norteño/puedan demoler, ni la infinita/sucesión de los años, ni el paso fugaz del tiempo…
También te puede interesar