Comedia, drama y guiños de humor al mismo tiempo

Maribel Verdú y Antonio Molero dan vida a dos personajes en busca de amor y pasión, desde visiones del mundo distintas

Un momento de la obra que se representó en el Villamarta.
Nicolás Montoya

29 de octubre 2012 - 05:00

Autora original: Katarina Mazett. Versión y Dirección: José María Pou. Reparto: Maribel Verdú, Antonio Molero. Teatro Villamarta: Sábado 27 de octubre de 2012.

Quienes aman al teatro y a la vez sean capaz de amar las páginas de cualquier libro estuvieron de enhorabuena la noche del sábado. Una novelista de éxito, un director de escena fiel con ella, y dos actores demasiado obedientes al servicio del libreto. Tanto, que ante la expectativa creada por su presencia, acaban difuminándose entre los diálogos de la trama. Los que no vieron la función, se perdieron una puesta en escena elegante y una forma de teatro tan comercial que, por momentos, parecía creada para deleite de la Gran Vía madrileña en época de crisis o para remontar alguna que otra temporada de un Manhattan trasnochado.

El teatro al servicio del texto. Los movimientos actorales en función de la trama. Los apoyos gestuales demasiado predecibles. Las circunstancias inmediatas de cada personaje muy anticipadas. La utilería poco sorprendente. Llamativa la escenografía bucólica y arriesgada, aunque estática y visualmente sencilla, con una ocupación del escenario de césped artificial en altura y tonos verdes y maderas en los pocos contrastes que quedaba en proscenio. El ciclorama de fondo, con multitud de opciones lumínicas, a modo de cielo protector, es en todo momento el mejor contrapunto a la realidad de cada personaje y una de las más fáciles formas de hacer sencillo y simple un fondo de escenario.

El humor y el amor de dos personas solitarias, el acercamiento a través del único espacio que comparten: el cementerio, y los diferentes modos de entender la vida como nudos sobre los que construir el guión. Unos espacios delimitados por el texto y por la iluminación y un escenario limpio y abierto que acompaña en todo momento al objetivo de libertad que se quiere transmitir. La sombra de un director en todo momento presente pues las transparencias de los actores delatan lo metódico, lo exquisito y lo pulcro, de ese actor, un José María Pou, que todos recordamos de los estudiosuno en blanco y negro, y que, supedita la expresividad y la rotura de situaciones a un texto, al que acaba por convertir en el verdadero protagonista de la historia.

Un director, que siempre ha sido actor. Unos actores que siempre han sido actores, aunque en cualquier momento de esta obra pareciesen títeres cosidos al peine del Villamarta desde donde la sombra alargada de Pou manejase los hilos a su antojo sin dejar latir a sus anchas los corazones de Maribel y Antonio. Muy conseguida la elaboración de varias líneas de diálogos para hacer más didáctico el buen seguimiento de la historia. Una iluminación preciosista para cada situación. Buen uso de los mutis para la dinámica del relato. Sonidos complementarios llenos de valor teatral. Una creación de personajes conseguida, ayudada por luces laterales en los momentos menos íntimos y por cenitales en los que las cercanías de los sentimientos así lo requerían. Un escenario a dos alturas, original y atractivo, definiendo a los dos únicos personajes, más asentado el de ella, rodeada de libros y de cultura, y más en el aire, cerca de las nubes a modo de granjero rural el de Molero. Ambos, dignos, pero encorsetados y sin dar de sí todo lo que sabemos que pueden hacer.

De nuevo de agradecer la apuesta del teatro de nuestra ciudad por acercar hasta los que le interesan las propuestas más actuales en el panorama teatral nacional. Una obra teatral impregnada de un lenguaje narrativo modernista que se asienta en la apertura desde el comienzo y sin rodeos de los personajes y en el entramado de los diálogos a varias bandas, y una forma de contar las miserias y las alegrías de los seres humanos. Una forma humorística de acercarse a la soledad, a las relaciones entre personas, a los malos entendidos y a los egoísmos de las parejas cuando uno más uno no siempre suman dos. Pero del mismo modo, la facilidad y la naturalidad, a veces, pueden engañar a los espectadores. El teatro, como la cultura, anda de capa caída. Cuando todas estas artes adquieran la categoría de imprescindibles ponderaremos de forma correcta su valor para la sociedad, modelo para nuestros hijos y para generaciones venideras.

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