Arquitectura · La belleza intangible

Dios lo ve

L 'Architettura é un cristallo, aseveraba Gio Ponti, uno de los más decisivos arquitectos italianos del siglo XX, fundador de la famosa revista de arquitectura Domus y autor de decenas de obras de arquitectura entre las que destaca la Torre Pirelli en Milán. Con esa frase, el arquitecto señalaba que toda obra de arquitectura es transparente como si fuera un cristal y que es posible observar en ella las relaciones entre el interior y el exterior, entre la distribución de una planta y las superiores o inferiores, entre una fachada y la opuesta, todo ello gracias al conocimiento y la memoria, aunque en la obra real esto no sea posible. Lo cual nos permite, entre otras cosas, valorar su coherencia geométrica.

En las escuelas de arquitectura solían en el pasado transmitir la idea de que la aspiración de la arquitectura era, entre otras cosas, alcanzar la perfección. Esa idea se basaba sustancialmente en el dibujo, que se enseñaba como un instrumento de análisis de la realidad, como una herramienta de proyectación, es decir, para utilizar durante el proceso de realización del proyecto, es redecir, para pensar el proyecto. Y definitivamente, como un sistema de códigos que permitiera convertir aquellos dibujos precisos en una realidad tangible. En toda esa metodología no se concebía el que hubiera partes del proyecto, partes del todo, que no aspiraran por igual a la excelsa perfección.

A partir de los años 70, animados por la cultura más extendida, lo que se dio en llamar el postmodernismo, se hizo cada vez más frecuente encontrar en las obras personas, fueran responsables técnicos de la ejecución o trabajadores especializados o no, que estaban muy dispuestas a no otorgar ningún valor, no ya a lo perfecto sino, ni siquiera, a la obra bien hecha. Un pilar de hormigón, un ensamble de madera o un muro de ladrillo, aunque fuera para ser enlucido después, habían sido hasta entonces elementos de una obra cuyo valor no se cuestionaba. Pero en esos años comenzó a practicarse lo que ahora se conoce por el "todo vale", y la exigencia de la calidad de lo que se hacía se fue perdiendo poco a poco en el mundo de la construcción. Cuando las empresas constructoras importantes empezaron a tener en plantilla más abogados que ingenieros, que aparejadores y, sobre todo, que maestros de obra, la calidad de la construcción en nuestro país empezó a declinar a toda velocidad.

Por aquellos años, un arquitecto catalán muy reconocido, y muy sabio, llamado Oscar Tusquets publicó un libro que tituló Dios lo ve, en el que analizaba aspectos de grandes obras que fueron construidas con esa "perfección de cristal" pese a que ningún ser humano pudiera llegar a valorarlo. En siguientes entregas de esta sección trataremos de desentrañar de la mano del arquitecto las razones de aquellos que construyeron sus obras poniendo el máximo esfuerzo en la búsqueda de la perfección. Como si Dios lo viera.

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