Una de las positivas circunstancias que deben concurrir en todo artista que se precie es el entusiasmo por lo que hace, la pasión por el trabajo artístico, tener una afición desmedida, creen en lo que lleva a cabo en la soledad del estudio. Lo demás se conseguirá poco a poco. Tener mucho conocimiento, estar dotado para lo artístico, coleccionar títulos y más títulos, haber pasado por las más prestigiosas facultades o asistido a los talleres y a los cursos de los mejores de poco servirá si la creación te viene larga o te pasas la vida dando bandazos delante del caballete. Le decía la abuela de mis hijos, una sabia mujer y apasionada maestra de escuela, a un compañero, maestro poco trabajador y menos enamorado de su profesión, que se las daba de buen profesional y “sabio” emprendedor pero que pisaba poco el aula, enfrascado en todo tipo de poco efectivas actuaciones, que para ser buen maestro, lo primero era estar en la clase atendiendo su labor docente. Pues en lo artístico pasa lo mismo, de nada sirve creerse artista o trabajar poquito en artista si, después, no tiene el más mínimo interés y apasionamiento por y para la creación. Todo esto viene porque la primera argumentación sobre la pintura de Pepe Solera es su absoluta dimensión como enamorado actuante de la pintura; un trabajador nato que lo demuestra constantemente y que sabemos de su tesón y de su continua y pasional demostración de pintor “ à plain air”, que coge sus trebejos artísticos y se va al campo o a la playa o a las afueras de las ciudades para pintar, de primera mano, esos solventes paisajes que son principales testimonios de su bien cuidada pintura.

Pepe Solera es pintor de inusitada pasión por todo lo que sucede en torno al proceso creativo. Está al margen de los espurios planteamientos que acontecen en un arte cada vez con más cuestiones extrañas a su alrededor. No es pintor de modas ni de espejismos, ni se deja llevar por los dimes y diretes de los que se creen compromisarios de una profesión más madrastra que madre amantísima. Su única preocupación es su pintura, su credo inequívoco del que es entusiasta creyente. Es pintor trabajador; pintor de todos los días y de un convencido estamento creativo. Sus esquemas compositivos vienen dados por una figuración bien sustentada desde unos acertados planteamientos lumínicos que dan vida y vibración a unos argumentos paisajísticos de cuidada representación que ilustra una realidad bien acondicionada formalmente.

En las obras presentadas en la sala que dirige Lucía Franco – óleos y acuarelas – sobresalen los paisajes de límpidos campos de la campiña jerezana, con sus suaves laderas cubiertas de viñas o girasoles rotas por una línea de horizonte con blancos caseríos que dejan vislumbrar unos esplendores lumínicos de contundente impacto visual. Junto a ellos paisajes costeros de Cádiz y, sobre todo, vistas de una Granada cuyos horizontes pictóricos no se reducen a los encuadres de una Alhambra espectacular, sino que abre las perspectivas para situar al espectador ante bellos paisajes de la Vega granadina; paisajes sabiamente ilustrados y marcando, con solvencia, una representación bien posicionada en continente y contenido.

Obras de Pepe Solera.

La exposición nos descubre a un pintor ajeno a modas y con la clara perspectiva de una pintura bien consolidada y surgida del entusiasmo creativo del que cree en lo que hace. Pepe Solera es un pintor seguro, sin imposiciones; sabedor de lo que quiere en esta profesión de infinitas complejidades. Por eso goza con lo que pinta y que, a nosotros nos sirve para encontrarnos con un pintor seguro que realiza una pintura sin excesos y portadora de la esencia de una representación adecuada en fondo y forma.

Me parece totalmente acertada una muestra como esta que sirve para dar valor a los parámetros de una pintura y un autor que son, tanto una como otro, portadores de los mejores argumentos.