Eternizando los espacios de lo percibido
DIARIO DE LAS ARTES
ANTONIO ROJAS
Castillo de Guzmán El Bueno
TARIFA
La temporada estival plantea muchas oportunidades expositivas en las salas de las poblaciones costeras. De todas maneras, considero que esos momentos de máxima afluencia deberían estar artísticamente ocupados por otras circunstancias de mucho mayor calado – no se me quita de la cabeza la posibilidad de una seria, muy seria, feria de arte o algo parecido – toda vez que la proliferación de artistas importantes y la dinámica que ellos y su trabajo procuran dan para eso y más.
Hemos podido comprobar en estas semanas algunas comparecencias con muy buenos argumentos; lástima que su realidad no se haya publicitado suficientemente y el eco de las mismas haya tenido muy poca repercusión o no haya llegado hasta donde deberían haberlo hecho.
El Castillo de Guzmán el Bueno de Tarifa es de esas salas que, en verano, acapara especial atención. En estas últimas semanas se está pudiendo comprobarlo, con un más que atractivo protagonista, el trabajo del pintor Antonio Rojas, uno de los tres grandes pintores nacidos en Tarifa – los otros dos, Guillermo Pérez Villalta y Chema Cobo -, trilogía más que importante que ha puesto el nombre de la localidad en lo más alto del interés artístico general.
Antonio Rojas es uno de los pintores emblemáticos de la provincia de Cádiz. Esto no es nada nuevo y con ello no estoy descubriendo la penicilina. Desde los años ochenta es artista imprescindible en todos los catálogos de buena pintura española. Lo es porque su lenguaje es tremendamente personal; su ideario estético descubre un pintor lúcido y con un concepto muy bien definido y, además, se ha encontrado muy bien posicionado en una realidad figurativa particular donde sólo su obra marcaba un territorio muy bien establecido.
Hace unos meses tuvimos la oportunidad de asistir a una espectacular muestra suya, organizada por el CACMÁLAGA – el CAC, siempre el CAC – y con sede en los magníficos espacios de La Coracha malagueña. Ya nos gustaría que la provincia natal de tantos buenos artistas, como hay en la de Cádiz, se acordaran de ellos y les ofrecieran las buenas consideraciones que su obra merece y su categoría superior demanda.
En la pintura de Antonio Rojas se ha visto, desde siempre, como en ella subyacía la percepción de un recuerdo. La memoria eterniza un instante vivido, una imagen que permanece, una vivencia imperecedera. Ha sido algo consustancial con una obra personal e intransferible. En esta muestra del Castillo de Guzmán el Bueno ese concepto se hace mucho más presente.
Las obras magnifican esa visión que perpetúa la memoria. Las pinturas establecen aquella realidad que ha subsistido. Las imágenes del paisaje provocan una nueva realidad artística. Antonio Rojas convierte lo real en un especialísimo espacio geométrico, en una superficie lineal que racionaliza la espiritualidad de esa imagen casi fosilizada en los parámetros del recuerdo. Sus obras son radiografías geometrizadas de una situación percibida; aquello que ha perdurado y que el tiempo ha convertido en las líneas circundantes de esa memoria eternizada.
Antonio Rojas es un nuevo pintor metafísico; sus espacios son esencia de una realidad que ha dejado sus formas habituales para asentar unos simples estamentos visuales que permanecerán eternamente fijados; son los paisajes presentidos que evocan una realidad superior, ya, sólo en un estado recordado que sugiere, que crea la emoción imperecedera de lo que permanece y hace sucumbir en el olvido los registros de lo que no interesa, de lo no percibido, de aquello que se aleja de la verdad y se encuentra establecido en los abisales espacios de la memoria.
Una muestra de Antonio Rojas es siempre una fiesta para los sentidos. Él es un pintor de los que permanecen, de los necesarios, de aquellos que establecen diferencias con una inmensa mayoría que casi nunca han estado; aunque sus estentóreas voces quieran hacer pensar lo contrario. El pintor de Tarifa plantea un nuevo concepto representativo. Huye del estamento humano, vacía los paisajes y crea una realidad superior donde ausencia y presencia juegan un papel preponderante. Lo hace partiendo de unas fotografías desde donde surgen los estamentos para que el recuerdo posibilite esa esencia de lo real que el artista suscribe para fijar la percepción de que se evoca.
Siempre me ha interesado la pintura de este artista. En ella no hay trampa ni brindis al sol donde se pueda esconder argumentos de casi nada. En su obra hay personalidad, esencia artística, rigor plástico; en definitiva, autenticidad.
La exposición en su Tarifa natal es un buen ejemplo de lo que se podría hacer con los buenos creadores de la tierra: abrirle los espacios expositivos importantes que existen y promocionar buenas muestras que lleven al espectador las obras de aquellos que más tienen que decir. Nosotros tenemos la gran suerte de que en la provincia de Cádiz pueden encontrarse de los mejores que, hoy, trabajan en España. No perdamos las oportunidades.
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