Trato y retrato

Eugenio y yo

Eugenio y yo

Eugenio y yo

"Camacho es orondo, imberbe, suave; tan ancho por fuera que diríase todo diafragma" jejejeje. Antes de hacerme amigo del Castelar del Boquete de Porvera, del Savarin tormento de dietistas, del Matías Prats de Chapín, yo fui bastante amigo de su padre: un artista por sí mismo en la más amplia expresión de la palabra que me volvía loco con viejas historias de mis tías que, según él, estaban bastante potables. El hijo es otra cosa, sus excesos van en otra dirección. Eugenio tuvo siempre muy clara su vocación de cronista deportivo, de fútbol, del Xerez Club deportivo más exactamente, al que la vida, su incipiente familia, su más que notable talento y los vaivenes de la profesión han convertido en un hombre orquesta. Así que cuando Eugenio se levanta desayuna cuatro micrófonos, dieciocho tertulianos y quinientas noticias locales. A renglón seguido, sin descanso ni reposo, sale de la radio a comerse lo que le pongan por delante en una venta de la Sierra, un iraquí, un mejicano, un congoleño o un batasuno de Estella. Después nos pone los dientes largos con sus crónicas, duerme una siesta corta y se merienda a veinte clientes de oratoria en Sevilla, Algeciras, el Obispado o donde se tercie. Días ha tenido, comiendo conmigo en Rota, Carmona o Torrecera, que faltó el pan y llegué a temer por mi integridad y la de los camareros. Al llegar la noche, si aún achucha la canina, se come a sus niños y lo que le ponga Mercedes en el plato. Cualquier cosa se come menos algo que haya cocinado él, porque Camacho y yo cocinamos fatal.

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