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Pessoa, desde el manicomio

  • La antología 'Cuentos de locos' reúne una selección de relatos del escritor portugués en torno a la perversión, el delirio y la sinrazón, temas centrales de su original universo creativo

Pessoa, en la bodega lisboeta de la Sociedad Comercial Abel Pereira da Fonseca.

Pessoa, en la bodega lisboeta de la Sociedad Comercial Abel Pereira da Fonseca.

Anduvo Fernando Pessoa (1888-1935) por la vida con algo de baúl lleno de gente, al decir de Antonio Tabucchi, uno de sus más expertos lectores. Así se confeccionó para la posteridad entre los mejores, sumándose ecos por dentro pero sin perder la condición de aquello que le hacía único. Un día decidió tomar asiento en el café A Brasileira de Lisboa y, desde allí, rodeado de otros seres luminosos y torcidos, abrió las puertas a un arte nuevo. Aquel señor enfundado en una anatomía de mayordomo y rematado por una cabeza de piel fina, como dejando ver el fondo de la calavera pelada, le arreó a la Literatura un impulso de libertad que aún perdura.

De ahí que entrar en Pessoa sea acceder a un espacio sin resolver, donde se recita la química pura de las vanguardias sin pudor. Donde todo es posible. Traerlo tiene, por tanto, algo de inmenso encuentro. Porque en los libros se trata de eso, de tropezar con lo inesperado, con lo que algunos seres tienen de asombroso para siempre. Es lo que viene a proponer la editorial sevillana El Paseo en Cuentos de locos, una recopilación de narraciones breves del portugués armada por Manuel Moya, traductor de largo recorrido y experto en la obra del escritor, que giran alrededor de la locura, la perversión, el disparate y el sinsentido.

Esta antología viene, pues, a darle sitio en uno de sus temas preferidos a Pessoa, quien se apresuró a contarnos el mundo y, lo que es mejor, a contarnos cómo somos nosotros dentro de él. Él expresó, como ningún otro, el trastorno de estar vivo. La rareza. El placer. Su Libro del desasosiego es, en este sentido, una fiera catequesis. Es confesión y destrucción. Es todo el vigor de la escritura en un instante. Fue lo más parecido a un profeta silencioso con trajes de fina raya diplomática en medio de tanta convulsión. "Todas las formas de locura son formas de visión lúcida. Son los sanos de espíritu los ciegos o los confusos de alma", escribió en el relato Viaje espiritual.

De este modo, el libro Cuentos de locos, que remacha su orientación con el subtítulo Relatos de la monomanía y la perversidad, agrupa las narraciones La puerta, Los ojos o el Teatro Ximéra, Marcos Alves, La educación del estoico y La hora del diablo, que reflejan a las claras la relación que su autor mantuvo con la locura. Hay aquí versiones nuevas y definitivas de cuentos ya conocidos, alguno inédito en español hasta la fecha, y otros con sensibles cambios de extensión -mediante la ordenación y el añadido de fragmentos-, con idea de "ofrecer una textura novedosa del acercamiento del escritor portugués a la sinrazón", señala el editor de El Paseo, David González Romero.

Así, esta selección rastrea más de dos décadas de creación literaria, desde 1907 a 1928, hecho que viene a fijar lo que el asunto tuvo de central para Fernando Pessoa, asiduo lector de tratados de grafología, craneología, fisionomía, criminología y otras distintas y extravagantes derivaciones de la psiquiatría. A partir de aquí, se desconoce si el escritor acudió tan a menudo a esta senda -especialmente entre 1907 y 1909, donde aparecen cientos de apuntes de estas disciplinas en sus diarios y en sus listas de lecturas- como pura y simple curiosidad, como audaz formación literaria o como extravagante método de autoconocimiento.

"Pessoa se autoubica a lo largo de toda su existencia en los linderos de la razón y la locura. Raciocinio y locura serán los dos estrechos márgenes que marcarán para bien y para mal una biografía y una obra en las que sobrevuela una punzante y acaso reprimida sexualidad, una abierta atracción por Tánatos y un cada vez mayor impulso nihilista y autodestructivo. Su manera de luchar contra estos impulsos fue a través del uso tal vez excesivo de la razón. Pocas veces hemos leído a un autor más aferrado al racionalismo que Pessoa, pero pocas veces hemos asistido a un hombre que bascule tantas veces en y desde los linderos de la locura", sostiene Manuel Moya.

Así, muchos relatos del portugués son, básicamente, tratados o especulaciones sobre anomalías psíquicas. "Es obvio que pudieron influirle las lecturas de Poe, Morrison o los escritores victorianos de suspense, todas ellas sobrecargadas de angustia psíquica, que acaso comenzara leyendo por un interés intelectual, pero es más que posible que esa incertidumbre vital, unida a la crónica desconfianza en sí mismo, ya le estuvieran marcando el camino incluso en las lecturas. Lo cierto es que siempre estuvo atento al sismógrafo psíquico y le debemos decenas de confesiones en las que se incluye uno u otro autodiagnóstico psiquiátrico", apunta el traductor de Cuentos de locos.

Es evidente que uno de los puntales literarios y vitales de Pessoa fue su pulso con el delirio. Acaso esta voladura se explique en las depresiones que atravesó en vida, algunas de las cuales le hizo plantearse el ingreso en una casa de reposo, como hicieron algunos de sus heterónimos. Ninguna de estas caídas, con todo, llegó a los derrapes sufridos en su adolescencia, época en la que concibe y remata el cuento La puerta, y tras su definitiva orfandad, en 1925. "La muerte de mi madre rompió el último de los lazos externos que me ligaban a la sensibilidad de la vida", llega a reconocer el escritor, quien pone los ojos en la autodestrucción en el relato La educación del estoico.

"He alcanzado la saciedad de la nada, la plenitud de ninguna cosa. Lo que me conducirá al suicidio es un impulso idéntico al que lleva acostarse temprano. Tengo un suicidio íntimo de todas las intenciones", escribe allí Fernando Pessoa, ya solitario, huérfano y resquebrajado ya por dentro por los abusos del tabaco y los licores fuertes. "No saber de uno mismo; eso es vivir. No saber de uno mismo; eso es pensar". Hacia esa incógnita se empujó Pessoa en los poemas, en los ensayos, en las narraciones, en los folios que fue dejando caer en su baúl como un bosque muy chiflado. En definitiva, él hizo arte de la locura, acaso sólo otra forma de lucidez.

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