Tío Pepe Festival

Rosario llena las Copas de la fuerza de la familia Flores y de un estilo auténtico

  • Concierto frenético, lleno de ritmo, pop-rock , flamenco gypsy, balada y rumba catalana

Rosario Flores / Miguel Ángel González

Un soniquete diferente sobrevuela el ambiente de los jardines de la bodega Las Copas, incluso antes de sonar la música. Es Jerez y eso debe ser especial para una artista acostumbrada a lidiar en plazas importantes. Pero ésta es diferente y eso se deja entrever desde los primeros compases cuando utiliza las notas de su nuevo trabajo para decirlo todo con energía. Dándolo todo desde el primer momento, acompañada de su grupo de profesionales que tienen el privilegio de saludar antes de coger sus instrumentos y que acogen en su seno a una Rosario llena de fuerza.

Chaquetilla corta, sombrero negro y tacones para abrir boca. Canciones recién salidas del horno para empezar. Aires nuevos donde el pop y el rock se funden con la rumba, sin olvidar sus raíces, pero con una puesta en escena novedosa, fuerte y atractiva. Nuevas intenciones de una compositora que con una guitarra en la mano es capaz crear ritmo y de dar una nueva vuelta de tuerca hacia un rock más sincero y orquestado, con rebeldía, a lo Janis Joplin y con compás, a lo Camarón de la Isla. Con Rosario sucede algo inexplicable. Además de todo lo que conocemos de sus antepasados. Además de todo lo que nos imaginamos que encierra como persona. Además de todo eso, atesora la inestimable característica de ser toda una show-woman. Tiene y reparte energía por todos lados. Se come el escenario desde un principio sin escatimar esfuerzos y es capaz de inocular el virus de la alegría a los pocos minutos de concierto. Puede que sea uno de los mejores ejemplos del pop contemporáneo actual pero también puede que sea una de las figuras más consagradas del mundo de las artistas con sangre de artistas que han sabido entender el rol que le ha tocado vivir, y que, como ha mamado desde pequeña, se esfuerza porque su forma de entender la música y sus directos sean fuertes, vivos, dinámicos, transmisores de verdad y con una riqueza en la entrega digna de los mejores. A pesar de todos los premios que atesora, tiene las cosas claras, cada espectáculo ante su gente, supone un reto. Está hecha a sí misma, con la humildad por bandera y con la libertad como compañera de viaje. Esto queda diáfano en una puesta en escena muy especial: un grupo de músicos y artistas que añaden verdad al directo, llegando a una calidad de sonido muy seria. Batería, guitarras, teclados, percusionistas, bailaores, voces femeninas y su bajo de toda la vida. El espectáculo comienza sin dar tregua y se entrelazan canciones de su nuevo álbum con las de siempre.

Es un animal de la escena. O muchos a la vez. Le sobra ritmo. Lo demuestra moviendo su melena de leona enrabietada, moviendo el cuerpo, como ella solo lo sabe hacer, con esa tan personal manera de mover las rodillas, deslizándose de manera serpenteante y resbaladiza por las palabras de canciones que son como su gloria bendita y que las interpreta como cervatillo saltarín en su mundo de bosque animado. Cómo quiere que no la queramos si se hace querer como nadie si es como ese gato de angora suave y tierno. Es felina, es agresiva y elegante. Es gacela de la sabana, anda kilómetros por un escenario que se le queda pequeño. Tiene una fuerza sobrenatural que la sabe gestionar para que su melena, sus rodillas y sus pies vayan al unísono y sean un todo de energía consiguiendo que ese movimiento de caderas sea el centro de gravedad más dinámico de la canción española. Tiene compas, domina la respiración, modula esa voz desgarrada y jadea con soltura para dar rienda suelta a un galope de crines cortando el viento tal cual caballo desbocado por la playa de los Caños de Meca. Sigue apareciendo delgada y estilizada, tanto que pareciera un flamenco de las marismas en toda su esbeltez. Tiene alma de gaviota, más cuando surca los mares de una melodía única para poder volar cantando lo bonito que es poder sentir a alguien cercano en el cielo. Es un perfecto colibrí que no para de revolotear en cada flor durante dos horas de escenario, es mariposa blanca como metáfora de la segunda canción que canta, escrita por el hijo de José el Francés, tras abrir con una declaración de intenciones como es la letra de ´Te lo digo todo y no te digno ná´ de su nuevo álbum que coloca para abrir la noche con latidos de corazón espectaculares, taconeo de calidad y unas enormes ganas de hacer del gypsy funky una nueva forma de vida en la naturaleza de su mundo artístico. Aparece desperezándose en cada melodía, con los pegadizos estribillos como cuando se niega a ser domada, o haciendo un mix entre su famoso alegato ´De ley´ con el archiconocido de ´Mi gato´. Una sucesión de sonidos sin solución de continuidad que interrumpe dando cancha a sus bailaores y a sus cantaoras, a modo de transiciones entre números que consiguen que el nivel no decaiga en ningún momento. Aparece y desaparece entre el humo de escena y entre las siluetas de sus músicos, cada vez más cercana y terrenal cual enredadera subiendo por los troncos revirados de un viñedo, con las raíces profundas de unos tacones anclados a un escenario que beben savia de la familia que la vió nacer reencarnada en sarmiento nuevo como cada vendimia. Zarcillos y yemas de los viñedos que adornan una vida diseñada por ella misma para ser artista con mayúsculas. Por eso, siempre está presente su familia. Tanto en la rumba catalana al son de un tambor, de un tal, el Pescaílla, como con los tangos de su abuela Rosario, la madre que la parió o el ´No dudaría´ de su hermano Antonio que canta al final del concierto como homenaje y que ella misma cataloga de himno de la no violencia, haciendo que sean sorpresivos y que queden en el recuerdo los arreglos más cercanos al más puro rock y los cambios de registros de ésta y de otras canciones de las que nos brinda llenas de fuerza.

Los momentos en que Chonchi Heredia hace un solo, otro cuando Rosario canta a dúo con Maite aires de música negra de altura, uno genial cuando le asegura a ese primo que tenemos todos los gitanos aquello de que la rumba no es lo que era atreviéndose con sones latinos salseros acompañado de su percusionista, o los múltiples solos de guitarra flamenca y los punteos del bajo en los acordes del tema en que asegura que la vida parece que es otra cosa, ratifican la apuesta frenética por un espectáculo de alto voltaje donde la importancia del grupo hace crecer el nivel del espectáculo en sí.

Ya sudorosa, con la respiración por las nubes, sin chaquetilla y sin sombrero, despojada de complementos, vuelve a sus raíces, poniendo el cierre con rumbas de las que tienen recorrido, el de su vida nómada y trashumante, desde el barrio de Gracia, pasando por Chamberí, hasta la calle Sol. Roneando como nadie. Mostrando, como alguien, los dedos índice y corazón de su mano derecha y bailando con la muñeca como señal de identidad del genio del ADN, deja su impronta para gitanear de manera auténtica recitando y hablando con el corazón. Se agradece a sí misma ser quien es, repite agradecimientos por ser artista, agradece al público su existencia hasta arrodillada, y con bises empapados de rumba, con bastante cuchibiri; con marcha, mucha marcha; con flores, muchas Flores, se despide entre ovaciones bailándole a Chonchi unas bulerías improvisadas salidas del alma. Abrazada a su familia, la profesional, la de sus músicos y flamencos del escenario y a la que ha tenido en el patio de butacas se despide de Jerez, dejando en el alma de los presentes mucho de las buenas vibraciones que ha repartido con generosidad.

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