Skogskyrkogarden (El Cementerio del Bosque)

Crucero por el báltico

Manolo Romero Bejarano

20 de julio 2014 - 10:40

MIS queridos lectores habrán notado la prolongada ausencia de éste, su colaborador favorito, en las páginas del Diario. Podría decirles que durante este tiempo he hecho la Ruta de la Seda a lomos de un camello bactriano o alguna extravagancia por el estilo, pero la realidad ha sido otra bien distinta. Los últimos seis meses he estado encerrado escribiendo mi tesis doctoral, hoy felizmente entregada en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla.

Han sido semanas difíciles y he de agradecer a la dirección de este periódico la licencia concedida para realizar tan agotador trabajo. Ya todo ha terminado y quien ha estado a punto de perderse en las montañas de la locura disfruta ya de vacaciones y, aprovechando que ya llegó el verano y ya llegó la fruta, les invita a embarcarse en un crucero por el Báltico.

Visitaremos Suecia, Finlandia, Rusia, Estonia, Letonia y Polonia, pero no crean que frecuentaremos los tópicos nórdicos. No iremos a la casa de Santa Claus, ni bailaremos el kazatchock. Tampoco compraremos en una tienda de Ikea (aquí tenemos una muy hermosa), ni beberemos vodka hasta caer inconscientes. Esta será una travesía distinta y personal. Vengan conmigo a surcar ese mar, gris y soso, que con sus orillas besa paisajes, ciudades y pueblos de infinita belleza en los que nunca se pone el sol. Rápido. ¿No oyen la sirena? Vamos a zarpar rumbo a Estocolmo…

Es domingo y el sol de mayo ha venido a pasear por Estocolmo. Ayer la lluvía bañaba Drottningholm y en las terrazas los fumadores irredentos se cubrían con mantas. Hoy todo brilla a este lado del Báltico. El Vasa ha subido desde el fondo de la bahía para encallar, en perfecto estado de conservación pese a haber naufragado en 1628, en un museo de lo más trendy. San Jorge ha empuñado la lanza y desde su caballo de bronce acaba con el dragón en la plaza de Köpmanbrinken, sin importarle que los turistas le fotografíen mientras comete su crimen. La gente sonríe, bebe champagne y sonríe en mesas exclusivas, mientras luce ropa carísima, zapatos carísimos, platos carísimos y sonrisas perfectas (y carísimas). El oro impregna toda la ciudad. Desde las letras de la fachada de la Academia Sueca al champagne que toman las sonrisas. De la torre del Ayuntamiento a los escaparates cuajados de muebles de última moda. Desde las rubias cabelleras sonrientes a los veleros que aguardan en los muelles pasajeros despreocupados y sedientos de champagne.

Mil islas, mil galerías de arte, mil bosques, mil hoteles de lujo, mil canales, mil teatros nos reciben relucientes y nos muestran un mundo lejano y perfecto de juguetes de diseño, arenques marinados y ojos azules. Todo subido a una montaña dorada que un pobre mortal sólo puede contemplar desde abajo. Bibliotecas de ensueño, restaurantes pulcros y ultramodernos, bebés sonrosados, mamás de metro ochenta y porte atlético. Todo es hermoso e inalcanzable. Todo es fascinante.

Hemos comido como mendigos pagando como príncipes y no nos atrevemos a tomar café. De un pelotazo mejor ni hablar. Da lo mismo. El aire emborracha. Aun así, el día será eterno y hay que decidir adónde ir. ¿El museo de Abba? Hoy no hay ganas de petardeo. ¿Un paseo en barco sentado junto a una señora gruesa mientras que el guía canta y cuenta chistes? Mejor nos tiramos a la bahía. ¿La ruta de Lisabeth Salander? Pues mira, yo vendí mucho el libro aquel de los hombres que no amaban a las mujeres…

-Vamos al cementerio

-¿Al cementerio?

- Skogskyrkogården es patrimonio de la humanidad

-Pero eso está lejísimos

Un metro que cuesta casi tanto como si nos hubiese llevado una góndola nos deja en la puerta del Cementerio del Bosque, Skogskyrkogården.

En 1914, el Ayuntamiento de Estocolmo convocó un concurso internacional de arquitectura para la construcción de un nuevo cementerio que debería descargar de uso al ya centenario Norra Begravningsplatsen, situado en al norte de la ciudad. El lugar destinado era un terreno de casi 100 hectáreas junto a un bosque de pinos y abetos en el barrio de Enskede, al sur de la capital. Se falló en 1915 y, de entre las 53 propuestas, se eligió la de los treintañeros Asplund y Lewerentz, presentada bajo el lema Tallum, apócope sueco de Pinar. En palabras del jurado, el proyecto había sido galardonado con el primer premio “por su carácter atento y noble. Valorando que la característica fundamental de la propuesta es la preservación de la zona y sus propiedades de singular hermosura” (1).

Un cerro nos recibe imponiendo la paz desde su cima, tapando el bosque con su pintoresca cumbre en la que ocho árboles solitarios conversan sobre el tránsito de la gloria mundana. A su izquierda, la Santa Cruz indica el camino hacia el reposo eterno. Un paisaje de cuento repleto de veredas y abetos. Sembrado de lápidas que apenas si sobresalen del suelo.

La quietud y la muerte. La belleza y la muerte. Al final de todo, siempre la muerte.

Arquitecturas desnudas bañadas de luz cenital. Domus Dei et Porta Coeli. De claro en claro, parajes dedicados a la melancolía de poéticos nombres. La Capilla del Bosque, el Camino de las Siete Fuentes, la Colina de la Meditación, la Iglesia de la Resurrección. Lugares imposibles y perfectos que prefiguran el Más Allá.

Apenas hay nadie a las puertas del Hades. Aquí una señora adecenta una sepultura. A lo lejos, un funeral minúsculo. Los pájaros bajan sin miedo a contemplar la sepultura de Asplund, la levedad de la florida tierra que cubre el cuerpo de Greta Garbo. Reina la calma. Todos duermen en este jardín apartado a orillas del Báltico. Han puesto mucho cuidado para que descansaran en paz. El llanto será sordo. La pena callada y el dolor contenido. Nadie maldecirá entre los templos neoclásicos. No habrá tumbas catetas ni coronas estrafalarias en el paraíso de la elegancia y el buen gusto. Nadie aullará, perturbando vuestro sueño de diseño nórdico.

Aquí podréis descansar, elegantes y tranquilos por los siglos de los siglos.

Memento mori…

El sol domina Estocolmo y su brillo se cuela entre los abetos del Cementerio del Bosque, donde todo es remoto e irreal. Y yo, que sé que bailarán sobre mis huesos, por un momento respiro silencio y siento envidia de los que duermen entre la luz tamizada por los árboles. Sólo por un momento.

La ciudad de oro nos llama y su canto es irresitible. Quedaos ahí, con vuestro reposo exclusivo. Saldremos de puntillas para no molestaros. Pero, a diferencia de vosotros, escaparemos del Paraíso y nos iremos a bebernos a morro la luminosa noche sueca.

1 Fragmento extraido de ‘El Cementerio del Bosque en Estocolmo: un paseo al borde de la vida’, de Pedro Torrijos. Publicado en la revista Jotdown.

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