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Crítica de Teatro | 'Juana'

Espectáculo de danza y teatro para deleite de todos los sentidos

  • Aitana Sánchez-Gijón borda el personaje llevada en volandas en una coreografía del movimiento corporal

Aitana Sánchez-Gijón, anoche en el Villamarta.

Aitana Sánchez-Gijón, anoche en el Villamarta. / Miguel Ángel González

Las musas de todas las artes escénicas se dieron cita la otra noche en el Villamarta haciendo caso omiso de las dificultades pandémicas de nuestra sociedad. El mundo del teatro del monólogo, los diálogos perennes, la expresividad corporal elevada a la enésima potencia, la iluminación perfecta para crear ambientes, los efectos especiales para captar la atención, la escenografía como un elemento fundamental de la puesta en escena y una música envolvente haciendo de los tímpanos personajes secundarios eran las epístolas para crear arte. Todo ello, con una apuesta muy innovadora, con un engranaje técnico muy conseguido y con una forma de hacer teatro muy original. Siempre se dice que mucho de lo que encierra el teatro es de guiños. Pero sobre todo el guiño personal, el del paso al frente de una actriz en crecimiento. Una actriz, curtida en mil batallas, que es capaz de subir un peldaño de riesgo sin miedo a las bambalinas, y hacer sentir la intimidad de su trabajo actoral con la mera presencia y con la apuesta en escena, junto a unos profesionales de la danza encargados de dar sentido al espectáculo sensorial de manera que el físico adquiere mayor importancia si cabe.

La mujer, con mayúsculas. Menuda, que parece de terciopelo. Fuerte, que parece energía toda. La actriz, de fábula. De fábula clásica, cual ave del paraíso, en continuo dinamismo, concentrando miradas y haciendo que su figura, su voz y su físico sea el pájaro de la felicidad del nudo dramatúrgico, en un jardín de las delicias onírico donde las alas de la libertad, de la transgresión y de la independencia sean las armas de mujer para presentar el personaje, para dotar de subtexto al personaje de las Juanas en su lucha contra el mundo y para hacer presente en escena a todas las mujeres luchadoras personificadas en una Aitana repleta de luz y poder expresivo. Desatada en los monólogos, vocalizando como nadie y expresando con todos sus registros hasta lo sobrenatural, tras una presentación del personaje energizante, subiendo a las alturas del espacio, extendiendo sus alas cual cóndor de los Andes, águila imperial de los Alpes, o pájaro hermoso del Himalaya llenando el espacio con la alargada sombra en todo su universo actoral. Porque ella sola se encarga de dotar de significado las interrelaciones coreográficas puesta a disposición de los estados de ánimo que se quieren transmitir y teje la tela de araña como continuum de cuerpos entrelazados con los personajes que la rodean.

Un bosque animado lleno de fantasmas de personajes históricos repletos de páginas de nuestra historia que se abren camino entre la niebla y el hedor de la hierba y un jardín donde la única flor femenina resplandece con sus colores atrayentes y se transforma revoloteando por encima de las miserias de los diablos masculinos escondidos como cuervos en trajes negros y abrigos demacrados a la manera de despojos desplumados. El viaje alucinante, el vuelo de un ave de plumas decorativas, transcurre en muchas épocas, en muchos siglos, pero permanece durante toda la obra presente en pleno siglo veintiuno. Más aun, cuando la batuta la lleva el cuerpo de una mujer. Es el desafío perpetuo de la mujer ante el machismo recalcitrante de todas las civilizaciones.

Aitana Sánchez-Gijón, en un instante de la representación de 'Juana'. Aitana Sánchez-Gijón, en un instante de la representación de 'Juana'.

Aitana Sánchez-Gijón, en un instante de la representación de 'Juana'. / Miguel Ángel González

La iluminación destaca por su implicación en crear los efectos de transgresión, de formación de emociones de las tinieblas y de aumento de la fuerza corporal de cada personaje. Las cenitales en busca de la palabra y de las elasticidades, las contras para difuminar los efectos y las de fondo adecuando la escenografía a las necesidades de la escena. Efectos que tienen su razón de ser, dirigiendo los recursos, ampliando los espacios, acotando los apartes y engrandeciendo el universo creado. Una apuesta sensorial, para deleite de los cinco sentidos, para invocar a las emociones dentro de un juego de luces y de sombras bastante original que en definitiva, resulta fundamental, ya que es el auténtico constructor de siluetas sesgadas, de figuras en las tinieblas y de sombras para engrandecer el cuerpo y el alma de la mujer enfrentada un mundo hostil. El que le toca vivir a cualquier mujer en cualquier momento de nuestra civilización.

Jugando con la retina, insinuando imágenes y abriendo los diafragmas de nuestra pupila es capaz de transmitir independencia, libertad, sensualidad y coraje. La independencia de unos movimientos de danza capaces de elevarse de las tablas del escenario, de libertad de movimientos a la hora del teatro de lo físico que la actriz y los actores son capaces de desarrollar, sensualidad y coraje traspasando la línea roja de la pasión y de las formas de unos cuerpos elásticos buscando la retórica en los contoneos ergonómicos de la danza. El sentido dramatúrgico del espectáculo pasa por que la danza es, en realidad, el verdadero libreto del espectáculo. El teatro la escenografía. Los movimientos de teatro físico el nudo de la historia que cierra el círculo del texto porque el guion está escrito en los movimientos del cuerpo de cuatro elementos animados perfectamente ensamblados usando los cuerpos masculinos cual aves revoloteadoras y otra ave voladora femenina ataviada con sus mejores plumas haciendo en todo momento el espectáculo teatral como abeja reina de las disquisiciones que el diálogo visual quiere transmitir.

Una historia bien encadenada, con transiciones técnica de música clásica determinante, cargada de violines y orquestación, textos y números danzísticos cargados de testosterona donde lo onírico sobrevuela el destino inevitable y trágico de la relación con la mujer con mayúsculas. La escenografía en forma de estructura fría milimétrica, con perfiles metálicos, de predominio de líneas y perfectamente pensada para uso y disfrute de los personajes y ensambladas, en armónica eficacia, cual jaula de pájaros carcelera en contraposición con la libertad de movimientos de los números físicos que contemplan la belleza de cuerpos levitando en las alturas. A modo de panal de rica miel donde la reina insufla ganas de producir y los súbditos enloquecen para estar a la altura de un espectáculo de luz y derroche para los cinco sentidos. Además la actriz siguió volando tras la ovación final. Tuvo su sorpresa. Cumplía años. Se le cantó el cumpleaños tras los saludos. Fuimos invitados a su fiesta. La fiesta que engrandece más a una actriz que, además en la realidad personal, cumple años, como lo hace la fiesta del teatro cuya vitalidad es tal que no parece que pueda dejar de cumplir años por los siglos de los siglos. En el escenario y en los otros escenarios. Como la vida misma.

Aitana Sánchez-Gijón, en volandas en una coreografía del movimiento corporal. Aitana Sánchez-Gijón, en volandas en una coreografía del movimiento corporal.

Aitana Sánchez-Gijón, en volandas en una coreografía del movimiento corporal. / Miguel Ángel González

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