'La Zaranda' hace de la comedia negra el epitafio de la civilización

El Teatro Inestable de Andalucía la Baja, más estable que nunca, triunfa de nuevo en su tierra

N. Montoya

28 de noviembre 2011 - 07:17

La muerte y el carroñero espectáculo que ella desencadena entre los aprovechados, es la mejor manera de definir una civilización que naufraga a la deriva. Ese es el nudo central de la trama de este nuevo estreno de 'La Zaranda'. Siendo espectros de carne y hueso, que despiertan reacciones en el espectador, estos locos viejitos de Andalucía la sentimental, hacen de los textos un esperpento continuo, de los objetos los auténticos dictadores de nuestras vidas y de los personajes en escena el reflejo más fiel de las conciencias adormiladas que todo espectador atesora como reflejo nauseabundo de los valores de cada cual. Lo hacen fieles a sus principios, tanto de implicación conceptual, movimientos escénicos y en cuanto a una creación de personajes: limpia y con tres atractivas formas de expresividad corporal.

Aprovechando que la muerte muchas veces se nos presenta tan de cerca, y eso nos hace pensar en ella, la erigen en protagonista de las más bajas pasiones, tanto que su olor impregna el escenario y pronto llega al patio de butacas. Haciendo migas con el olor a cadáver, que embelesa a actores y a espectadores. Inventando personajes con olor a cloroformo necesarios para que la tragicomedia tuviese carnaza. Creando ambientes límites, como ejemplo fehaciente de la miseria. Lo hacen sentados esperando en el escenario, a cara descubierta, fieles a la cita que tienen con su forma de ver el teatro. Puntuales, invitando al respetable a unirse a un viaje al fondo de la mente. Impávidos, esperando que los espectadores se acomoden. Pacientes, sin palabras ante lo de impresentable que hay en la tardanza del público en ocupar sus asientos a pesar de que la hora del espectáculo estaba más que clara. Únicos, tal como es la caída de telón para ellos… Durante muchos minutos y en torno a una situación planteada se hizo teatro del absurdo aprovechando todo lo de absurdo que tiene un escenario. Son tres corazones quejosos que se necesitan mutuamente para transmitir. Una transgresión constante, en un mundo donde Buñuel sería el cojo en el país de los amputados.

La iluminación, con vestimentas ocres y colores de tristeza intrínseca, marcada por focos certeros y proyectores a pecho descubierto. La archiconocida utilización del color blanco sucio en las telas fueron, en esta ocasión, más atractivas a los ojos. Una luz propia más del más allá, que tiene encerrados a personajes creados para su propio deterioro actoral y para engrandecer sus sentimientos en lo subliminal que derramaban a toda la sala. Los personajes definidos hacia la propia autodestrucción corpórea. El vestuario en la línea que acostumbran, con unos colores tenues y texturas que hacen más efectistas las caracterizaciones. Los movimientos más duros que en otras ocasiones y con un mensaje más de equilibrio en un mismo plano de volumen y con fáciles divisiones de los espacios del foro y de las calles. Un argumento embaucador en el desarrollo, con uniformidad en el texto, que hace posible que los objetos alcancen la categoría de mitos, pues el atrezzo con un bingo de juguete, ventiladores de pies o algún brazo ortopédico aparezcan como nexos de unión que construyen una performance escénica presentando el discurso parcial apoyado en ellos, que consigue que el discurso total se plasme en una puesta en escena redonda, sin huecos vacíos de presentación de la historia.

Los sonidos también fueron protagonistas, desde los de la ambientación inicial de la obra, pasando por el golpeo de bolas de bingo en el metal de una palangana o las archiconocidas piezas verbeneras de este grupo a modo de banda de música que amenizan los cambios de situación a vista con los actores jugando con la escenografía. Hasta la vocalidad y el sonido de las gargantas eran el mejor ejemplo de sonidos en busca del personaje con la identidad propia del grupo. Genial, como siempre, ese uso de los objetos y las telas en el escenario modelando formas y espacios complementarios.

Producción rica en matices de 'La Zaranda', más ágil que las anteriores pero igual de compleja en la relación actor-personaje. Dinámica, abierta a los momentos de escudriñe del cerebro y llena de originalidad. Un lujo para el teatro confirmado de nuevo en las tablas del Villamarta, un escenario especial para este grupo.

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