Como abrazado a un rencor
Crítica de Cine
LA CALLE DE LA AMARGURA
Drama, México, 2015, 99 min. Director: Arturo Ripstein. Guión: Paz Alicia Garciadiego. Fotografía: Alejandro Cantú (B&W). Intérpretes: Patricia Reyes Spíndola, Nora Velázquez, Silvia Pasquel, Arcelia Ramírez, Alejandro Suárez, Emoé de la Parra, Greta Cervantes, Alberto Estrella, Eligio Meléndez. Cines: Avenida.
Arturo Ripstein es el maestro más importante en activo del cine mexicano, uno de los más grandes y personales directores del último medio siglo del cine mundial -en 2015 se han cumplido los 50 años de su primera película- y tal vez el heredero legítimo (y yo diría que único) de Luis Buñuel, en el caso de que un genio como Buñuel pueda tener herederos directos. Ello no sólo porque su padre, el productor Alfredo Ripstein, lograra que un muy joven Arturo asistiera con 15 años al rodaje de Nazarín y que con 19 fuera asistente voluntario en el de El ángel exterminador; no sólo porque fuera Buñuel quien le descubrió el cine: "Con Buñuel me convencí de que no tenía otro camino que ser director"; no sólo porque mantuviera una íntima y larga amistad con el maestro aragonés; y no sólo porque en 1977 rodara un proyecto que Buñuel no pudo llevar a cabo una década antes -la adaptación de la novela de José Donoso El lugar sin límites-, sino porque a la manera mexicana ha conservado su desgarro visionario, su capacidad para reventar las costuras de la realidad, su pasión por los humillados y ofendidos que ni pueden ni tal vez ya quieren desear la redención (o que la alcanzan abrazando la infamia), por los sueños de la razón que producen monstruos y por las pasiones del corazón que los alimentan. De Buñuel, según confesión propia, aprendió la ética del cine; y de John Ford o Fritz Lang, la técnica (lo que no es del todo cierto: la huella del aragonés es formalmente perceptible en él).
De Buñuel, vía surrealismo (y el surrealismo buñueliano está impregnado tanto del París de los años 20 como de la España de Quevedo, Goya o Valle-Inclán), Ripstein también aprendió a dar una nueva dimensión, sólo suya y por ello sólo mexicana, al realismo maravilloso o realismo mágico latinoamericano. Y de Buñuel también aprendió ese raro y único misticismo erótico, ateísmo religioso o erotismo místico -llámesele como se quiera porque es imposible ponerle nombre sin empobrecerlo- que en Buñuel tiene más que ver con la tradición católica y la erudición cristiana europea y en Ripstein con la religiosidad popular mexicana.
He aludido una y otra vez al carácter mexicano de Ripstein y de su cine porque en este momento de papilla global, este realizador dota de una feroz autenticidad mexicana a su cine. El propio director, reconociendo el talento de Iñárritu o de Del Toro, niega que éstos hagan cine mexicano: "No se puede hacer cine mexicano con Sandra Bullock… Que hayan decidido irse a Hollywood es arriesgado, porque muchos van y pocos lo consiguen, y es de reconocer, pero que estén haciendo películas mexicanas, pues no". Toda su filmografía es medularmente mexicana en este sentido de enraizamiento en una cultura.
Pese a que su estilizada sordidez trágica y grotescamente valleinclanesca, su descender hasta el fondo de la infamia, sus rituales sacrificiales de violencia, su lujuria desdentada, su mística o épica de la degradación, y su cultivo del rencor como una virtud puedan hacer pensar que Ripstein idealiza en clave exagerada y tremendista las realidades mexicanas, su obra expresa las más oscuras entrañas de su país. Si les cuentan el argumento de esta película inmediatamente dirán, si conocen su obra, que se trata de una obra de Ripstein. ¿Dos míseras putas desportilladas que asesinan a dos gemelos enanos que se ganan la vida con la lucha libre mexicana? Esto sólo puede ser otra pesadilla barroca, buñueliana, valleinclanesca, tremendista y esperpéntica del Ripstein de El imperio de la fortuna, La reina de la noche, Profundo carmesí o La virgen de la lujuria. Y sin embargo se inspira libremente en una historia real.
El guión de la cómplice Paz Alicia Garciadiego, esposa de Ripstein y su guionista desde hace 30 años, es perfecto. La puesta en imágenes de un blanco y negro absoluto y sin matices grises (usa la luz como una cuchilla de afeitar) alcanza la altura de las mejores obras de Ripstein. La furia de sus imágenes, que tan fuertemente contrasta con la elegancia de sus largos movimientos de cámara, le dan la razón cuando, al presentar esta película, dijo: "Filmo desdichado, vengativo, con miedo. Filmo por rencor. Filmo a la contra". Cuando leí estas palabras me sonó por dentro mi tango favorito de Gardel: "Yo quiero morir conmigo, sin confesión y sin Dios, crucificado en mis penas, como abrazado a un rencor".
La tremenda interpretación de Patricia Reyes Spíndola demuestra por qué durante 30 años ha sido el rostro trágico del universo de Ripstein. Fantástica también Nora Velázquez al lograr que Spíndola no la devore. Y extraordinarios -¿dónde hace este hombre sus castings?- todos los demás, como extraídos de Luces de Bohemia, de Divinas palabras o de Viridiana. Dura, durísima de verse -no les engaño- a la vez que fascinante y, a su manera, conmovedora. O, más bien, desgarradora.
No hay comentarios