El detective y la ciudad

M. G. González

07 de julio 2013 - 05:00

Si exceptuamos cierta literatura inglesa, que encontró en la campiña, en las villas apartadas de la merry England, un escenario predilecto para el crimen (Wilkie Collins, Agatha Christie, G. K. Chesterton), el detective privado es, en esencia, el nuevo narrador de la ciudad y un hijo espurio de la urbe. En este sentido, "el hilo rojo del asesinato" del que hablaba Holmes es, también, el hilo de bramante con que se ha tejido una imagen perdurable de la metrópoli. Así, Los Ángeles de Marlowe, el París de Maigret, la Barcelona de Carvalho, la Atenas de Kostas Jaritos, son la expresión de una nueva criminalidad, tanto como de una particular forma de vida, sustentada inevitablemente en el anonimato. La Venecia del comisario Brunetti pertenece por derecho propio a este linaje.

El huevo de oro, última entrega de Donna Leon, abunda en ese doble concepto de la estrecha vecindad y el más impenetrable anonimato. Esto es lo que se plantea, verosímilmente, cuando Brunetti debe identificar el cadáver de un vecino, en apariencia víctima de un suicidio, y del cual apenas se conocen su lugar de trabajo y una dolencia ingénita: el muerto era o parecía ser sordomudo. A partir de ahí, todo es oscuridad y silencio. Decía Chesterton que en el género negro es un hombre, un individuo, nunca una sociedad criminal, quien debe escoger para sí, a solas con su corazón, la marca de Caín y el peso de la culpa. De los siete pecados capitales de la tradición cristiana, Donna Leon suele acudir, junto con la soberbia, al más abominable de todos ellos: la avaricia. Rara vez frecuenta una fatigada y atávica lujuria. Y la gula se nos presenta bajo la especie gastronómica que inauguró Carvalho.

En El huevo de oro, una Venecia recoleta admite, sin embargo, la opaca veladura que encubre nuestros actos. Ése es, al cabo, el descubrimiento del chevalier Dupin en un París jeroglífico. Los rostros, las costumbres, no nos dicen nada. Son los indicios, las huellas, los vestigios, quienes revelan una verdad impensada.

Donna Leon. Trad. Maia Figueroa Evans. Seix Barral. Barcelona, 2013. 320 páginas. 18,50 euros.

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